En estos últimos años hemos visto el resurgir de toda aquella información que tenga que ver con las estrellas Michelin, publicadas en la Guía homónima desde 1900 por André Michelin, que se regalaba con la compra de neumáticos. En aquellos años, Francia contaba con 2400 conductores y la guía tenía información valiosa para los pioneros del automóvil: lista de mecánicos, médicos, planos de algunas ciudades y lista de curiosidades. La guía es popular por asignar de una a tres "estrellas de la buena mesa" a los establecimientos gastronómicos que, en referencia a distintos parámetros fijados por sus propios jueces, destacan en calidad, creatividad y esmero de sus platos. En cambio, asigna de uno a cinco cubiertos en función del confort y el servicio con que se sirve a los clientes cuando se trata de un restaurante, o de una a cinco casas por el mismo criterio si se refiere a un hotel.
En consecuencia, pueden existir establecimientos con un gran lujo (cinco cubiertos, por ejemplo) que tienen una sola estrella o ninguna; mientras que a veces sencillas mesas en cuanto a montaje y servicio, pero con una cocina distinguida pueden ser poseedoras de varias estrellas.
Este asunto de las estrellas, con el que nos bombardean desde los medios dada la categoría de los restaurantes en España, me recuerda a los jueces. Me explico.
Estas figuras del Derecho, que existen casi desde la que civilización lo es, han sido históricamente personajes anónimos, absolutamente desconocidos, dedicados a impartir justicia y poco más. Ahora los jueces son personajes públicos, famosos, de los que salen en las revistas e incluso conocemos sus nombres. Jueces-estrella, los llaman a veces. Estrellas, como las Michelin. Los pobres.
A mi, me van a perdonar, esto de los restaurantes con estrellas me produce bastante indiferencia, cada vez me atrae menos este mundo del espectáculo culinario, no está entre mis prioridades. Me gusta comer, claro está, como al que más, pero no necesito nada con reducción de nada, ni comida deconstruida, ni un puchero que cabe en un dedal (palabrita); unos huevos fritos con papas en Casa Ramallo y tan feliz.
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Little Shop of Horrors, *Feed Me (Git It!).
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