miércoles, 26 de abril de 2023

SCHRÖDINGER, OCKHAM Y EL PATO (a, b, c, d, e, f)

He tenido y no he tenido, ayer, dos conversaciones; podría parecer el gato de Schrödinger, pero es algo mucho más sencillo. Primero hablé largo rato con mi amigo A, desplazado a Fuerteventura por motivos laborales y, mientras duraba la conversación, recibí un whatsaap largo de otro colega que no leí -¡oh! anatema, osé no contestar un mensaje sobre la marcha, raudo y veloz, automáticamente, como una bala, presuroso y temeroso de las consecuencias de no hacerlo-. 
Las razones pudieron ser muchas: a) me despisté, b) lo olvidé, c) estaba en otras cosas, d) no me apeteció contestar, e) ninguna de las anteriores, f) todas las anteriores. El caso es que no contesté, me fui a la cama sin comprobar más el teléfono y esta mañana me encuentro una diatriba laaaaaarga, larguísima, recriminando mi comportamiento con argumentos de peso, muy bien organizados, bien construidos, que me obligaron a estar a la altura intentando usar toda mi elocuencia para explicar cómo veo yo los chats, los teléfonos y hasta, si me apuras, la vuelta a la esclavitud que creía abolida desde la Guerra de Secesión.
Explicado lo de mis dos conversaciones a lo Schrödinger, he aquí donde entra a colación nuestro amigo el monje franciscano Guillermo de Ockham el cual expuso en su famoso principio filosófico que "en igualdad de condiciones, la explicación más simple suele ser la más probable".   
Me recriminaba mi amigo tener fobias a ciertas cosas con el argumento de que si no contesto a un mensaje en el chat es que tengo fobia a enfrentarme a las cosas, a contestar sobre aquello que no me gusta hablar. Todo porque no había crujido ni mugido tras ver -no ver en mi caso- un vídeo de YouTube acerca de un gurú deesosquetodolosaben que explica, según leo en el título, cómo entrenar una mente "débil y permeable" para convertirla en una "mente fuerte". Apasionante, sí.

Hablar por medio de mensajes puede llegar a ser muy traicionero, uno llega a sacar rápidamente conclusiones erróneas, presupone un tono concreto en boca del interlocutor, imagina el sentido de una conversación de una manera o la contraria gratuitamente. Nos hemos vuelto adictos a la comunicación automática, cosa que antes no existía y no pasaba nada; nos llamábamos y si uno no contestaba solía ser porque o no se estaba en casa o no se podía contestar, voilà. Después apareció el contestador automático que siempre empezaba educadamente con aquello de "en este momento no puedo atenderte" o "no estamos en casa" y, vuelvo a decirlo, no pasaba nada. Cada uno se enfrenta a esta obligación impuesta por los tiempos como puede o quiere, con su fórmula que no es ni mejor ni peor sino la suya propia. 
Y como corolario llega el pato, una versión de andar por casa de "La Navaja de Ockham", que no es otra que "si parece un pato, camina como un pato y dice cuá, es que es un pato".
Pues eso.

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