Porta, *El fin del mundo
Desayuno cada mañana temprano en un bar, allí me dan los buenos días los dueños, él y ella. Él, muy muy de derechas, yo no, indefectiblemente termina hablando de política, es decir, criticando a cualquier cosa que roce el centro -hacia la izquierda-. Tocaba una de estas mañana hablar del tema de la Ministra de Justicia y su reunión con Garzón y con el inefable comisario Villarejo. Él repetía que la señora tenia que dimitir, que si por esto, que si por aquello. Yo cuento hasta veinte antes de involucrarme en la conversación pensando que antes de terminar él habrá cambiado de tema, pero esta vez no, ahí seguía con su diatriba.
- Pues esta vez te voy a dar la razón en una cosa, no había necesidad de mentir y si había comido con el comisario, hace varios años y cuando este sujeto no era aún un apestado, ¿por qué negarlo? Ahora, lo que me parece vergonzoso es que se utilice el mismo argumento una vez cóncavo y otra vez convexo, o sea, mirado del lado que más interese. Este tal Villarejo, bestia negra en estos días, el mismo que grababa conversaciones a diestro y siniestro, es el mismo que grabó a Corinna hablando del Rey emérito, testimonio borrado del mapa sobre la marcha y al que no le hicieron caso alguno libándolo de todo mal; este mismo modus operandi, la grabación, es el mismo que se utiliza ahora como arma contra la Ministra. Cuando Corinna y Juan Carlos I nada de nada, con la ministra, en cambio, es gravísimo.
Vergüenza da ver en qué se ha convertido la Oposición en España, másteres, reuniones, currículums pero de los problemas verdaderosdel país y del mundo ni mú.
Lean, si les apetece otra opinión mucho más fundada que la mía, el artículo de Llamazares de ayer, precisamente sobre el mismo tema.
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Tiro al plato
En menos de tres meses han dimitido
tantos ministros de Sánchez como en cinco años de gobiernos de
Rajoy.
Julio Llamazares, 29 SEP 2018 - 00:00
CEST
https://elpais.com/elpais/2018/09/28/opinion/1538150850_488182.html
Primero fue Màxim Huerta, que duró al
frente del Ministerio de Cultura dos días, obligado a dimitir por un
antiguo pleito con Hacienda que le supuso una sanción
administrativa, que no penal (poca cosa viniendo de donde veníamos,
pero una inconveniencia al fin). Luego fue Carmen Montón, su
compañera al frente del de Sanidad, que tuvo que dimitir también
tras descubrirse un presunto plagio en un antiguo trabajo de
doctorado así como cierto trato de favor en uno de los másteres
famosos de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Detrás de ella
fue el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el sujeto de
otra acusación de plagio en su tesis doctoral, que tuvo que hacer
pública para demostrar que aquélla era infundada. Apenas unos días
después, la divulgación de unos audios grabados sin su conocimiento
en una comida entre profesionales de la policía y de la justicia,
hace algunos años, a la hoy ministra de Justicia, Dolores Delgado, y
entonces fiscal de la Audiencia Nacional y en la que se manifestaba
digamos que con espontaneidad, como todos en esas situaciones, los
que le costaron la reprobación política por un Senado controlado
por los partidos de la oposición, que pidieron a coro su dimisión.
Y hace tres días ha sido el exastronauta y ministro de Ciencia y
Universidades Pedro Duque al que le han encontrado otro punto débil,
una empresa presuntamente constituida para pagar a Hacienda menos
impuestos (de momento aún no le han acusado de no haber viajado al
espacio, pero todo se andará) el que ha sufrido los dardos de la
oposición, que también pide su cabeza. Puede que todo sea una
coincidencia, pero la política española empieza a parecer una
competición de tiro, no sé si de tiro al pichón al plato.
Se sabía que la vida del Gobierno de
Sánchez, que llegó al poder tras una moción de censura del
anterior, iba a ser todo menos tranquila, pero pocos imaginábamos
que fuera a ser tan difícil. En menos de tres meses han dimitido
tantos ministros de Sánchez como en cinco años de gobiernos de
Rajoy y se pide la cabeza de otros más. Si yo fuera ministro de este
gobierno andaría con cuidado, pues hay muchas personas esperando el
grito de “¡plato!” para disparar.
La oposición, como es natural, sobre
todo la conservadora, que se vio apartada por sorpresa de un poder
que considera patrimonio suyo, justifica esta competición en nombre
de la limpieza y la transparencia que el partido del Gobierno tanto
pregonó desde la oposición, y en eso tiene razón. Lo que no casa
tan bien con esa explicación es que los conservadores reclamen la
dimisión de un ministro detrás de otro cuando, estando en el poder,
los suyos no predicaron precisamente con el ejemplo. ¿O es que es
peor la reprobación de la ministra Delgado por unas manifestaciones
indignas e impropias de una ministra, pero grabadas cuando no lo era,
que la de su antecesor en el ministerio, Rafael Catalá, por
presionar directamente a los jueces en los asuntos de corrupción que
afectaban a su partido?
En cualquier caso, somos muchos los
españoles —de izquierdas y de derechas— a los que nos cuesta
creer que el verdadero motivo que lleva a Ciudadanos y al PP a pedir
la dimisión de un ministro tras otro sea la defensa de la honradez y
la limpieza de las instituciones después de ver cómo se oponían a
que el Parlamento investigue al Rey emérito, acusado por una amiga
de corrupción en una conversación con el mismo personaje que grabó
a la ministra de Justicia, por considerarlo entonces un delincuente.
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