Para olvidarse de la felicidad
El pensamiento de Arthur Schopenhauer, padre del
pesimismo metafísico, revive con nuevas traducciones y ensayos sobre sus obras.
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Arthur Schopenhauer, el
padre del pesimismo metafísico, es uno de los filósofos más populares en España
e Hispanoamérica; nuevos libros recientes vienen a vivificar su presencia en
las librerías.
Es curioso el breve ensayo —aunque
sustancial— del singular escritor francés Michel Houellebecq (1958). Este, al igual
que les sucediera a Nietzsche, Thomas Mann o al austriaco Thomas Bernhard,
quedó fascinado por el encuentro con las obras de Schopenhauer, allá por los
años ochenta del siglo XX. El autor de novelas tan nihilistas como El mapa
y el territorio o Sumisión vio en el pensador alemán un alma
afín, desasosegada por la búsqueda de la verdad y desengañada del ser humano:
“Ningún novelista, ningún moralista ni ningún poeta me habrá influido tanto
como Schopenhauer”, afirmó. Por eso intentó traducir al francés algunos textos
suyos, y de ahí nació este ensayo. Al final, sólo seleccionó un puñado de
pasajes favoritos y los comentó.
Houellebecq da en el clavo con sus claras
interpretaciones, que sirven tanto para los conocedores como para los neófitos;
es posible que después de leer estas páginas haya quien corra a buscar El
mundo como voluntad y representación, la obra capital de Schopenhauer (que
cumple 200 años en noviembre de 2018); o Parerga y paralipómena, que
contiene los célebres Aforismos sobre el arte de saber vivir, muy
admirados por Houellebecq, por lo general editados como libro independiente.
Schopenhauer afirmó que la existencia es sufrimiento, y
también que la contemplación estética de las cosas y los hechos del mundo nos
proporciona un estado de beatitud que aleja los males inherentes al tremendo
hecho de vivir. El arte es liberador, gracias a la paz que nos proporciona la
belleza artística olvidamos los pesares; o los transforma de tal manera que nos
recompensa con placer y deseos de acciones buenas y sensatas. Para Houellebecq
esta prometedora visión estética es “tan simple como profundamente original”.
Comenta también el concepto de “voluntad”, que debe entenderse “alejado del
psicologismo”. La voluntad, según Schopenhauer, es el sustrato íntimo
intangible que da cohesión a la totalidad de las cosas y los seres del mundo.
Desde la ley de la gravedad hasta el eterno devorarse sin sentido de unas
especies a otras en el que consiste la vida animal, “todo es voluntad”. Y tanto
las grandes tragedias colectivas como las adversidades individuales tienen que
ver con este oscuro concepto, definido como deseo infinito anhelante de
satisfacción; Freud se inspiró en esa fuente para sus concepciones del “ello” y
el inconsciente.
Finalmente, el misántropo irredento que es Houellebecq
destaca como lo mejor de Schopenhauer el orgullo con el que proclamaba que la
mayor riqueza del hombre de genio radica en su propio interior; este goce
—escribió el pesimista— se asemeja “al cálido refugio invernal en medio de la
gélida noche del mundo”. Y añadía que, a tenor de “la necedad que reina por
doquier en la sociedad”, desde siempre las personas excelsas, toda vez que sus
necesidades básicas estén cubiertas, se consagraron a ocupaciones sin utilidad
aparente, pero que impulsan el saber y el avance de las ciencias y las artes;
pues el trabajo intelectual es el cénit de la vida feliz.
Esta última idea pertenece a los mencionados Aforismos
sobre el arte de saber vivir, cuya base inicial se halla esbozada en el
libro que publica Nórdica en nueva traducción: El arte de ser feliz. Schopenhauer
nunca lo publicó, pues sólo era el borrador temprano de su filosofía práctica
posterior. El erudito italiano Franco Volpi lo recuperó de entre los inéditos
del filósofo, le puso título y lo editó como si fuera un “tratado” completo. En
castellano apareció en 1998, en edición bilingüe (Herder). En esta nueva
versión hubiera sido deseable un prólogo en el que se aclarase esto.
Las “reglas” que contiene este supuesto tratado no van
dirigidas en puridad a encontrar “la felicidad”, en la que Schopenhauer jamás
creyó como absoluto, sino “a ser menos desdichados en este mundo”. Aristóteles,
Séneca, los moralistas franceses y Gracián inspiraron la esencia de tales
ideas. El “justo medio”, la fe en uno mismo, el olvido de las quimeras que nos
intimidan y nos impiden gozar del presente, la desconfianza prudente en los
demás o el cultivo de un sano egoísmo son algunos de los reguladores para vivir
bien que propuso Schopenhauer.
Más pensamientos suculentos de este tipo, sobre cómo
desenvolverse mejor en la vida, y reflexiones filosóficas sobre la muerte y el
sufrimiento y otros temas afines, todos de profundo humanismo y honda
metafísica, quedan reflejados en la nueva antología de fragmentos breves y
aforismos extraídos de las obras de Schopenhauer que publica Alianza (no
hay que confundirla con la que en 1995 apareció en Edhasa, de título casi
similar, cuyo autor fue Andrés Sánchez Pascual). También Alianza recupera muy
remozada una obra de invitación a la lectura de Schopenhauer de 2001, útil para
adentrarse en su pensamiento.
El libro del filósofo y sociólogo alemán Georg Simmel presenta cuatro textos críticos con el
pesimismo. Schopenhauer decía que bastaba comparar el dolor que
siente un animal mientras es devorado por otro con cualquiera de los placeres
del mundo para darse cuenta de que la intensidad del dolor es siempre mayor que
la del placer. Afirmaba que el sufrimiento domina todo, es lo positivo; y que
el placer es sólo la negación del sufrimiento, lo negativo. Simmel desmonta
esta tesis a la vez que descifra los rasgos señeros del carácter pesimista.
Dice con razón que es más fácil negar y destruir que construir, y que suele
tener más adeptos quien niega que quien ve las cosas por su lado mejor.
Apostilla que Schopenhauer fue “el tipo más arrogante de cuantos escritores han
existido sobre la faz de la tierra”. Simmel se tomó muy en serio al filósofo y
quiso rebatirlo con gran seriedad.
Hoy, las ideas del viejo pesimista, clásicas en su rigor,
causan más goce que pesar, y hasta sirven para animar a los tristes, porque
entre otras cosas enseñó que para ser felices debemos olvidarnos de la
felicidad.
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