Leer es transportarte a otro lugar, ¿alguien lo duda?
Decía Elvira Lindo, en su estupendo diario neoyorquino "Noches sin dormir", a colación de su enésimo invierno en la ciudad, que la nieve nunca atemoriza cuando estás a cubierto. Esta imagen me hizo recordar uno de mis últimos viajes a Nueva York, un febrero, justo después de una tormenta de las que los periódicos y la tele llaman "del siglo". Nevaba, muchísimo, y caminar se hacía una ardua tarea, algo desagradable, que se compensaba a duras penas por la emoción de haber vuelto a esta ciudad tan querida, incluso en estas condiciones. El tiempo tan desapacible animaba a caminar como si del juego de la oca se tratase, de cafetería en cafetería y tiro porque me toca. Un café a cada rato, para entrar en calor, y para resguardarnos de esa nieve implacable que es bonita cuando acaba de caer pero que a las horas es negra, sucia, pringosa. Salir por la noche del hotel, a cenar, se convertía en una gélida excursión bajo toneladas de topa, una excursión veloz para no llegar uno al restaurante empapado. Allí, medio desnudos y con la calefacción demasiado alta, pedíamos una sopa hindú, no hot please!!!, imposible de beber sin terminar sudando; la comida picante podría explicar muy bien la teoría de la relatividad. Otra mañana, después de comer en un restaurante japonés de Brooklyn que nos gusta, regresamos a Manhattan cruzando el puente, craso error. Enfundado en unas botas de piel con pelo en su interior, con las zuelas ligeramente desgastadas. Fue tanto lo que me costó avanzar caminando sobre el pavimento de madera congelada, que finalmente me plegué y pude cruzarlo apoyado en el hombro de Pablo, pasito a pasito como si de un anciano se tratase.
En San Francisco no nevó, ni siquiera era invierno, pero como hubiera dicho Mark Twain, "the coldest winter I have spent was a summer in San Francisco", o lo que es lo mismo "El invierno más frío que he pasado fue un verano en San Francisco". Allí, salíamos a cenar cuando nos encontramos a una pareja de afroamericanos, amigos de Willy, mi anfitrión californiano, que iban abrigados como si de unos personajes de Jack London se tratara.
Era mi primera noche y me sorprendió, de entrada, tanto abrigo, claro está que después de haber recorrido un par de manzanas la temperatura ya había tenido tiempo suficiente de calarme hasta lo más profundo. No recuerdo haber cenado comida hindú, picante o no, pero seguro que opté por alguna sopa caliente. Al día siguiente, de vuelta en la calle, perfectamente podrían haberme confundido con los hermanos colmillo blanco, bufanda, guantes y chaqueta incluidos.
Aún así, con nieve y frío y lluvia, ¡qué ganas tengo de volver a Nueva York y a San Francisco! Si no fuera por estas vidas ¿qué podríamos llevarnos cuando nos toque?
No hay comentarios:
Publicar un comentario