Termino de leer "Dispara, yo ya estoy muerto" y, anoche en el aeropuerto, lloré. Leía una parte donde tres de los protagonistas de la novela morían en Austchwiz; y no solo morían, sino que previamente eran salvajemente torturados, violados, mutilados... Siempre he sentido una cierta sensibilidad especial con el pueblo judío y el Holocausto va más allá de todo lo indecible. El infierno no existe, el infierno está en la Tierra.
Mi odio a los nazis y a todo lo que representa es visceral, ilógico, incomprensible, inconmensurable. De ahí a que vea nazis en todas las demostraciones de acoso y violencia que siguen existiendo, el mal por el mal, por el mero hecho de tener poder sobre algo o sobre alguien. A los acosadores no hay que darles ni un centímetro de holgura, hay que despreciarlos en el acto, hay que alejarlos, exiliarlos, juzgarlos, despreciarlos.
Mi segundo apellido es alemán, judío-alemán, y creo que esta parte de sangre judía que habré heredado de mis antepasados hacen que me solidarice con su sufrimiento de tal forma que todo lo que lea o vea sobre la Shoah me llegue a lo más profundo de mi ser. Mi querida amiga Fina, la bondad personificada, me diría: Jose, odiar no es bueno, recuerda, impermanencia... Juan, mi socio muerto, se hubiese quejado de mi obsesión por este tema y de que cada año se recordasen las barbaridades cometidas en la 2ª Guerra Mundial; él creía que era mejor olvidarlo y no hablar más del tema. Yo siempre le decía NO, nada de olvidarlo. La única forme de que esta barbaridad no se vuelva a repetir jamás es recordarlo y recordarlo y recordarlo hasta que quede grabado en todas y cada una de las generaciones venideras.
Quede aquí mi infinita admiración por todos aquellos millones de personas que murieron en los campos de concentración nazis, por los que sobrevivieron y pudieron seguir viviendo, por los que nunca se recuperaron.
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