Han resultado ser ellos los que con el nudo de la corbata socavaban el sistema
No aprenden nada. Y de ese su no aprender vamos a salir perdiendo todos. No aprenden. Son una bomba para el sistema que dicen defender. Más complejo aún: son una bomba para el sistema que a ellos mismos les conviene. Una bomba que lleva ya unos cuantos años a punto de estallar, tan a punto está de pegar el petardazo que hay mañanas en que una se levanta y no se atreve a conectar la radio por si lo que siente de pronto es un tremendo silencio. No aprenden. Piden perdón y pretenden que eso toque alguna fibra sensible, pero el corazón de quienes les escuchan ya está completamente endurecido. Perdón y qué, ¿y tres padrenuestros? Esto no es una escuela, ni un confesionario, esto es un país de ciudadanos que de la indignación pasaron esta semana al temor, al temor al futuro, que pinta negro.
¿Perdón? Es que no hay perdón que valga, muchas de esas marrullerías, chorizadas, delitos fiscales, billetes a Suiza, concesiones irregulares de obras, comisiones bajo manga, negocietes a cuenta del dinero público tuvieron lugar cuando ya sabíamos que éramos un país casi en quiebra, casi a punto del rescate. Fue cuando ya no existía el respaldo de la bonanza y habíamos perdido la fe en nosotros mismos. Unos robaron a un país asfixiado; los otros consintieron. Y gran parte del pueblo siguió votando a los corruptos. No aprenden, insisto. Les falta la empatía necesaria para saber que hace ya años que se les está exigiendo una catarsis que ponga freno a este desatino, para que no haya un “y tú más” que valga, y veamos de una vez por todas una depuración real, dimisiones, compromiso con la justicia, castigo a los culpables. No aprenden. ¿Y nosotros, hemos aprendido? ¿Hemos aprendido a no admitir conductas corruptas, a no votar como borregos a quien abusa del cargo, a quien ostenta el poder para ejercerlo ilegítimamente en todos los aspectos de la vida ciudadana? ¿Entendemos ya que sólo una Administración de funcionarios implacables podría contener las malas prácticas de quienes caen en la tentación de enriquecerse o de enriquecer a su familia? No aprenden.
¿Y nosotros, hemos aprendido? ¿Hemos aprendido a no admitir conductas corruptas, a no votar a quien abusa?
Qué falta de sensibilidad contemplar cómo se mofaron en el debate de los Presupuestos cuando el líder socialista trajo a cuento la pobreza infantil en España. Sánchez se hacía eco del estudio de Unicef que ha visto la luz esta semana, y que cifra en 2.700.000 los niños españoles que están en riesgo de exclusión social. Hubo un rumorcillo burlesco y no llegó a escucharse que nuestra protección a la infancia en comparación con otros países desarrollados es ridícula, que los porcentajes de abandono escolar son alarmantes, que la caída de la natalidad refleja una situación que se resume en lo siguiente: tener hijos hoy en España es un lastre. Dicho estudio ocupó un lugar en las primeras planas, pero al día siguiente desapareció; todo el espacio fue ocupado por las detenciones de unos cuantos colegas de los que se mofaron del asunto. Cincuenta y un individuos que nunca encontrarán relación entre el enriquecimiento ilícito y el número de criaturas que en nuestro país crece ya con un futuro lastrado. No aprenden ni entienden que los ciudadanos, al enfrentarnos a este circo diario, sí que relacionamos la corrupción y el que haya un número creciente de jóvenes que no se atreven a tener hijos o que los tienen sin poder ofrecerles todo aquello que los niños precisan para ser iguales a los demás, que se suponía que era la base del sistema.
Ah, el sistema. Tanto que han hablado los señores diputados del peligroso acecho de los antisistema, tanto que han querido blindar plazas y avenidas para disolverlos, tanto que han alertado en sus tertulias contra el perroflautismo, y han resultado ser ellos los que cucamente y con el nudo de la corbata bien ajustado socavaban el sistema desde dentro, vulnerando las instituciones que debían proteger al ciudadano del mangoneo y saltándose la legalidad que decían defender. Cómo imaginar que andaban dinamitando el sistema desde dentro.
Y entonces asistimos esta semana a la emotiva ceremonia de los perdones. El primero fue el de Esperanza Aguirre, que no estaría de más pensar que, fiel a su estilo, quisiera adelantarse al perdón de su jefe. Pero han llegado tarde los dos con las disculpas. Lo que se percibe es que la realidad no consigue cambiarles, pegarles un meneo, son rocosos en su manera de hacer política: piden perdón y en cuanto se calienta el debate exigen al del partido de enfrente que pida perdón también, para que nadie pueda creer que asumen en solitario todas las culpas. Hablo en plural aun a sabiendas de que hay políticos honrados, reconociendo también que esto no surge en cualquier país, sino que ha brotado del nuestro y que no es casualidad, que será por algo. No aprenden, aunque esta semana les hayamos notado un ligero temblor en sus discursos y un tono más pálido en la piel. No saben que hay algo que estamos esperando hace tiempo, algo que no sé nombrar, pero que comparto con ciudadanos que, creyentes en el sistema democrático, han concluido esta semana que hay que jubilar a estos antisistema que han malbaratado la democracia, que quieren arrebatarnos lo público para beneficiarse ellos; que nos roban, ante todo, la confianza en el futuro. Y eso no tiene perdón.
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