miércoles, 14 de septiembre de 2011

¡OH MIGUEL ÁNGEL!

Fresco central de la Capilla Sixtina
Dios y Adán se tocan en el fresco central de la Capilla Sixtina, pintada por Miguel Ángel en el Vaticano.
GONZALO AZUMENDI - 10/09/2011
La Capilla Sixtina es la estrella de los Museos Vaticanos de Roma, que guardan obras de Miguel Ángel, Rafael, Botticelli y Bramante, entre otros genios
ÁNGELA MOLINA - 10/09/2011

En la entrada del museo más grande del estado más pequeño del mundo hay colocado un mosaico en forma de medallón que representa el célebre episodio del rapto en el cielo del joven Ganímedes por el águila de Zeus -o el dios mismo transformado en águila- para convertirlo en su divino copero y amante más querido. Resulta cuanto menos curioso que las colecciones de los Museos Vaticanos aparezcan hoy como un armario abierto, y si Zeus no dudó en ser lesbiana o transexual, toro o lluvia dorada para conseguir los favores de mortales y dioses, también aquí Miguel Ángel, Leonardo y Caravaggio raptan nuestra mirada entre miles de turistas y viajeros de todas las edades y razas que con sus cámaras buscan la imagen sublime, una fotografía, para después disolverse en la errabunda provisionalidad de la gran ciudad.
Enmarcados en el ala este de la basílica más importante y suntuosa de la cristiandad, los Museos Vaticanos viven de espaldas al vecino y popular Trastévere, un barrio cuyos habitantes afirman ser los auténticos romanos.
Estos palacios edificados por Julio II, Inocencio VIII y Sixto IV -los papas renacentistas que fueron integrando en una sola colección las obras acumuladas por anteriores pontífices- se despliegan como un libro abierto de la Historia del Arte Universal para exhibir sus momias egipcias, antigüedades etruscas y griegas; estatuas y mosaicos romanos, o los preciados códices, secretamente archivados en los armarios de la Biblioteca Vaticana (una biblioteca de bibliotecas, con los fondos de la Reina Cristina de Suecia, el duque de Urbino y de las grandes familias de los Borghese y los Barberini); los frescos de la capilla Sixtina, de Miguel Ángel, o las stanze de Rafael. Y como corolario, la oscura y elegante Pinacoteca Vaticana. El recorrido se hace en un solo sentido, y puede durar entre 90 minutos y cinco horas.

Jardín del Belvedere
Proyectado por Donato Bramante, quien se inspiró en los vestigios y las descripciones literarias de villas y palacios romanos, este jardín está considerado la primera piedra de los Museos Vaticanos. A principios del siglo XVI, el cardenal Giuliano della Rovere, nombrado Papa con el nombre de Julio II (1505- 1515), mandó colocar en el patio octogonal de su palacete veraniego copias romanas de bronces griegos del siglo V antes de Cristo a la manera de un Parnaso ideal.
El ambiente creado con los mármoles antiguos, muy cerca de la tumba de San Pedro, instruía a los huéspedes del Papa que llegaban a Roma para estudiar la antigüedad clásica.
en este jardín se instaló el espléndido grupo escultórico del Laocoonte (siglo I), originario de Rodas, con la colosal estatua del Nilo a su espalda y la del Tíber enfrente. En su hornacina, el volátil Hermes y la Venus Felix compiten en extrañeza con el singular Torso, una piedra aparentemente informe que maravilló a Miguel Ángel. Sólido e impenetrable, el Apoxiomenos es la copia en mármol (siglo I después de Cristo) de una estatua de bronce ejecutada por Lisipo, el escultor predilecto de Alejandro, en torno al 330 antes de Cristo que representa a un atleta en una revolucionaria postura, justo en el momento en que se está quitando con un estrígil la mezcla de aceite y arena que los luchadores solían usar antes del combate.

Escalinata de Bramante
Si las muchedumbres lo permiten, nos abriremos paso contra corriente para descubrir uno de los secretos menos publicitados de los Museos Vaticanos. Sin acceso público desde principios del siglo XX, los más avispados se pueden colar por detrás de una de las hornacinas del llamado Jardín de la Lumaca y mirar a través del cristal de una pequeña puerta: desde allí se puede ver la escalinata de Bramante, una rampa helicoidal enriquecida por una elegante columnata de granito, con los tres órdenes arquitectónicos, dórico, jónico y corintio. La rampa daba acceso al jardín del palacete de Julio II y su estructura, con peldaños anchos y bajos, permitía el paseo a caballo. Un poco más adelante, se abren por fin las estancias vaticanas que evocan intencionadamente la imponente arquitectura romana, con sus grandes bóvedas, las hornacinas que acogen las estatuas y los mosaicos antiguos. Antes de acceder a las galerías, contemplemos por un instante, a través de una vidriera del Atrio de las Corazas, la basílica de San Pedro y la grandiosa Cúpula de Miguel Ángel.

El zoo de mármol
Este zoológico, abigarrado como un fresco épico, exhibe hileras de bestias exóticas -centauros, grifones, fénix, minotauros- que duermen su sueño de piedra al lado de otras más domésticas. En la galería contigua, la Sala de los Bustos es un laboratorio ejemplar para el estudio del retrato; destacan los de Catón y Porcia, el retrato póstumo de Julio César, el de Augusto coronado de Espigas y el del preferido de Adriano, Antinoo, que reposa en toda su desnudez heroica.

La galería de cartas geográficas
Este ciclo de las pinturas murales reivindica su indiscutible originalidad por las considerables dimensiones de sus mapas -más de 120 metros- y por la idea de distribuir las representaciones geográficas de los territorios de la Iglesia a lo largo de las paredes para que formara un modelo tridimensional de toda la península.
Los cuarenta mapas pintados al fresco son la piedra Rosetta de los actuales Google Earth, colocados de derecha e izquierda dependiendo de si las regiones estaban bañadas por el Adriático o el Tirreno, considerando los Apeninos como elemento divisorio. La bóveda de cañón es una apoteosis iconográfica que enlaza la geografía y la historia, en un atlas de la cristiandad destinado a consagrar cada palmo de tierra italiana como Nueva Tierra Santa.

Pinturas del Beato Angélico
En el primitivo núcleo del Palacio Pontificio están las estancias nicolinas, construidas en la gran época de Nicolás V (1447-1455), el Papa humanista que se rodeó de artistas y literatos para llevar el Renacimiento a la residencia papal y promover el gran urbanismo de Roma tal y como la conocemos hoy en día.
La Capilla Nicolina, parva et secreta -lo opuesto a la magnificencia de la Sixtina- era de uso privado del pontífice, y está decorada con los frescos de Fra Angélico que narran la vida de los mártires San Esteban y San Lorenzo. Las escenas están divididas mediante elementos arquitectónicos clásicos como arcos de medio punto. Por este ambiente arquitectónico, se tiene la impresión de estar sumergido en una Jerusalén de edificios que recuerdan a las ciudades toscanas del siglo XV.

Estancias de Rafael
Fueron las habitaciones de Julio II y se hallan en el segundo piso del palacio Pontificio. En 1508 y por consejo de Bramante, el Papa encargó al joven pintor de Urbino la decoración de sus aposentos. Rafael respetó la bóveda pintada por su maestro Perugino, pero modificó las antiguas de Piero de la Francesca, el Beato Angélico y Luca Signorelli. Durante el pontificado de León X y Clemente VII (Julio de Médicis, 1523- 1534) algunas salas fueron completadas por los pupilos del pintor siguiendo sus diseños.
El inicio del tour rafaelino comienza en la Sala de Constantino, que fue la última que se pintó, y sigue por la Estancia del Sello y las de Heliodoro y del Incendio, con las alegorías femeninas de la Teología, Filosofía, Poesía y Justicia. Por La Escuela de Atenas, cenáculo del platonismo, desfilan los protagonistas de nuestros libros escolares de filosofía, reunidos como centinelas del Estado ideal. Rafael los representó con los rostros de sus contemporáneos: Platón como Leonardo, Heráclito como Miguel Ángel, Euclides como Bramante... el astrónomo Zoroastro, Sócrates, vestido con una capa verde oliva, el proto-zen Diógenes, Epicuro el hedonista, Pitágoras.... y en la parte derecha, el autorretrato del autor, que mira hacia el espectador.

La Capilla Sixtina
Sixto IV la mandó erigir sobre el emplazamiento de una antigua fortaleza medieval, de ahí su perfil almenado. Su estructura arquitectónica tiene unas proporciones análogas a las del templo de Jerusalén y en ella tenían lugar los cónclaves para la elección del pontífice: los cardenales, que permanecían en aislamiento absoluto, utilizaban -y aún hoy lo hacen- una estufa dotada de un largo tubo del que salía humo blanco o negro, que comunica a los fieles de la plaza de San Pedro el resultado de cada votación.
El Papa decidió que la decoración de la capilla debía formar una unidad inseparable como narración de los ciclos bíblicos, con las historias de Moisés y de Cristo. Para ello contó con el genio de los más grandes pintores del siglo XV de las regiones de la Umbría y Toscana: Perugino, Botticelli, Ghirlandaio, Rosselli y Signorelli (que se representan a sí mismos en los cuadros como espectadores de la escena).
Al principio, la bóveda fue concebida como un cielo estrellado: sobre un fondo azul se aplicaron esferas de cera dorada que a la luz trémula de las velas reproducían el efecto de la luz incierta de las estrellas en la cúpula celeste.
Los frescos pintados por Miguel Ángel, entre 1508 y 1541, sustituyeron aquel cielo; en él, el gran escultor transfirió sus dotes con la piedra a la pintura, en las escenas del Génesis y de las profetas paganas, las sibilas (cuyos modelos eran hombres), y en el Juicio Universal del Altar Mayor.
Los trabajos de restauración de la década de los ochenta, que restituyeron la película pictórica original, revelaron un dinamismo y unas variaciones de luz en la superficie (el tornasolado o cambio de color) y un brillo inesperado.

La pinacoteca vaticana
Se trata de una de las colecciones más singulares de pintura sacra: destacan el grupo de los iconos, la Pietá, de Giovanni Bellini, el Descendimiento de Caravaggio (que ha sido cedido temporalmente al Museo del Prado) y el cuadro del San Jerónimo inacabado, de Leonardo, que se encontró en el siglo XIX partido en dos mitades; cuentan que una de las tablas había servido de tapa de cofre en un anticuario, y la otra de taburete a un zapatero. Puede que sea solo una leyenda, pero si non é vera, é ben trovata.

No hay comentarios: