Mutilados
20 septiembre, 2011 - José Andrés Rojo
En El malogrado (traducción de Miguel Sáenz), que Alfaguara acaba de recuperar hace un par de meses, Thomas Bernhard cuenta la historia de tres amigos que coincidieron estudiando piano con Vladimir Horowitz en el Mozarteum de Salzburgo. Uno de ellos es Glenn Gould, el prodigioso intérprete de Bach, pero el personaje en torno al que gira la historia es Wertheimer, que un día se fue a un pequeño pueblo de Suiza, Zizers, y se quitó la vida a unos cien pasos de la casa de su hermana. El tercero de los amigos es el propio narrador. A él le toca dar los detalles y explicar los pormenores del conflicto central que recorre el libro. Cuenta que un día Wertheimer y él escucharon tocar a Gould las Variaciones Goldberg y que entonces comprendieron que no tenían nada que hacer. Llevaban años tocando el piano, estaban recibiendo clases del gran Horowitz, iban a convertirse en grandes concertistas y podrían recorrer el mundo dando giras, recibir el aplauso del público, labrarse una pequeña fama. Pero cuando escucharon a Gould entendieron que por mucho que hicieran jamás lograrían tocar como él lo hacía. "Estudiamos durante un decenio un instrumento, que hemos elegido, y oímos entonces, después de ese decenio fatigoso, más o menos deprimente, unos compases de un genio y estamos acabados, pensé", escribe Bernhard. Y de eso va esta historia, de lo que ocurre cuando se descubre que nunca se alcanzará la meta soñada, cuando se sabe que es inútil proseguir una batalla que no conduce a parte alguna, cuando se advierte que la perfección o la verdad o la belleza (o, en fin, lo que pueda perseguir un artista) no están al alcance de la mano. Fue Gould, explica el narrador, el que llamó a Wertheimer "el malogrado". "Nuestro Malogrado es un fanático, dijo Glenn una vez, se muere casi ininterrumpidamente de lástima de sí mismo".
La narración, uno de esos largos monólogos tan propios de Bernhard (en la imagen), no pierde de foco en ningún momento el asunto central. Glenn Gould le sirve para mostrar al genio, al que confía ciegamente en lo que hace, al que está más allá de cualquier melindre y asume cuanta dureza pueda haber en su camino, al que va siempre más allá y se permite cuantos caprichos le resultan necesarios. Para hacerlo no tiene el menor pudor en alterar su biografía verdadera. Miguel Sáenz, el gran maestro a la hora de trasladar la música de la literatura de Bernhard al español, explica en la biografía del escritor austriaco que publicó en Siruela que ni siquiera respeta sus últimos días. "Lo hace morir románticamente sobre el piano, interpretando las Variaciones Goldberg",cuenta, "cuando la realidad es que sufrió un ataque mientras dormía y murió en el hospital unos días más tarde".
A Bernhard, pues, le importa un diablo lo que de verdad pasó con Gould porque está mucho más preocupado por atrapar la verdad de su obra y de su talento y de su fascinante personalidad. "Apenas se sentaba Glenn al piano, se encogía sobre sí mismo, pensé, parecía una animal, mirándolo mejor, un inválido, pero mirándolo mejor aún, la persona inteligente y hermosa que siempre fue", escribe por ejemplo. O también: "Le gustaban las definiciones claras y odiaba lo impreciso". Y más adelante: "Tenemos que proporcionarnos continuamente aire puro, decía, si no, no podremos avanzar, nos veremos paralizados en nuestro propósito de alcanzar lo más alto". Incluso: "Aborrecía a los hombres que decían lo que no habían pensado hasta el fin, es decir, aborrecía a casi toda la humanidad".
Quién sabe cuánto de Bernhard hay en el Gould de Bernhard, y cuanto de Bernhard hay en Wertheimer e, incluso, en el narrador, que parece ser el más próximo a la propia historia del escritor (como ocurre casi siempre con sus narradores). En la novela los tres estudian piano, pero solo uno de ellos sigue adelante (¡y con qué grandeza!). El narrador asume con naturalidad torcer sus planes después de escucharlo aquel día tocando las Variaciones Goldberg. No así Wertheimer, y lo pasa mal hasta que se cuelga de un árbol. "Sólo vemos, cuando miramos a los hombres, mutilados, nos dijo Glenn una vez, exterior o interiormente, o interior y exteriormente mutilados, no hay otros, pensé", escribe Bernhard. Y de eso va El malogrado, de mutilados: trata de las pérdidas y de lo que les ocurre a los hombres cuando las padecen. Con esa inquietante ferocidad tan propia de Bernhard, y con su hondura y con su humor.
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Glenn Gould, *Bach's Goldberg Variations (Part 1 of 6)
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