sábado, 27 de agosto de 2011

CLUB DE CINE

Anoche adelantamos nuestro Club de Cine en un día para hacerlo coincidir con una reunión. Nos sentamos a hablar sobre las 8 y a las 9:30 ya estábamos sentados listos para disfrutar de la elección de Pacote. Esta vez no fue otra sino la estupenda comedia de Billy Wilder "One, two, three", en España "Uno, dos, tres".
No la conocía y disfruté con ella desde los primeros minutos. Comentaba al final que estas películas tenían doble mérito, pues estaban rodadas cuando la técnica cinematográfica no había llegado a lo que es hoy, y sin ordenadores, lo que obligaba a un sólido guión, en este caso ameno y vertiginoso, a unos excelentes actores, fotografía, puesta en escena, etc. Uno se da cuenta casi al empezar que se trata de una obra de teatro adaptada al cine, donde abundan los espacios cerrados, casi´únicos, repetitivos, donde los actores entran y salen continuamente de escena. Las pocas imágenes de Berlín, sobre todo de la Puerta de Branderburgo, nos enseñan una ciudad posterior a la II Guerra Mundial, donde el Berlín Este se está reconstruyendo con una magnífica arquitectura racionalista y el Oeste parece sumido en el abandono completo. Un sátira del modelo tópico alemán, lleno de tics militares y cuadriculamiento hasta el extremo. Por supuesto hay que tener en cuenta que la película, aún siendo una comedia, se rodó en 1961, en plena guerra fría. No deja de hacer propaganda anticomunista, pero de manera simpática mostrando, por ejemplo, el cambio de parte de los personajes que van desde dogmáticos comunistas a felices neocapitalistas. Incluso podríamos descubrir un guiño de Wilder a la Ninitchka de Lubitsch en los tres personaje rusos que recurrentemente aparecen en la película. Una elección muy buena que nos hace esperar con interés nuestra próxima reunición cinéfila.
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Veamos qué dice la Wikipedia de la cinta.
Uno, dos, tres es una película dirigida por Billy Wilder y estrenada en 1961. Está basada en la obra teatral del mismo nombre de Ferenc Molnár. Una de las grandes películas cómicas de Billy Wilder, ambientada en el Berlín de la Guerra Fría. Obtuvo una nominación al Óscar a la mejor fotografía.
Argumento
En plena Guerra Fría, el señor MacNamara (James Cagney), norteamericano, jefe de ventas de Coca-Cola en Berlín, vislumbra su gran salto profesional en la posibilidad de extender las actividades de la compañía al otro lado del Telón de Acero. Desde su oficina, en el Berlín Occidental de la posguerra, sueña con que llegue ese día mientras se entretiene con su secretaria y procura pasar por alto las excentricidades de su no muy desnazificada plantilla. Un día, recibe el encargo del presidente de la empresa de cuidar a su hija, de visita temporal en Berlín. Cuando ésta se enamora de un joven alemán comunista del lado oriental, que es además muy esquemático y prejuicioso, todos los planes del ambicioso jefe de ventas se ponen en peligro. El señor MacNamara hará todo lo posible por deshacer la relación antes de que el padre se ponga al corriente.
Comentario
La comedia en estado puro. De vuelta al Berlín de su juventud, ciudad símbolo de la Guerra Fría donde ya había rodado otra de sus grandes películas, Billy Wilder se mofa del miedo a una posible conflagración nuclear y propone una ácida y trepidante crítica a los dos grandes sistemas en liza: el comunista, al que retrata a través de un tozudo, impetuoso y no muy lúcido jovenzuelo con la cabeza llena de consignas, y el capitalista, que tiene su máximo exponente en ese cínico, hábil y manipulador jefe de ventas capaz de explotar al máximo las debilidades de cuantos le rodean. El conflicto entre las grandes potencias se reduce así al capricho amoroso de una joven millonaria y malcriada y a los mecanismos de corrupción, tanto personal como institucional, de un mundo en el que se empieza a imponer el pragmatismo a ultranza. De la mano de Wilder, cada detalle visual, por mínimo que pueda parecer, cada línea del guion funcionan como un golpe directo a todo aquello que critica sin permitir que el espectador pierda en ningún momento la sonrisa.
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Extraido del blog "CINEMA DE PERRA GORDA"

Sería más que interesante establecer en alguna ocasión los más que evidentes puntos de conexión que se fueron estableciendo en la comedia americana del periodo 1956 / 1965 –aproximadamente- entre los que se erigieron como sus máximos exponentes. Es el caso de Billy Wilder, Blake Edwards, Richard Quine, Stanley Donen o Frank Tashlin –el Jerry Lewis director es un caso aparte-. Lo cierto es que pese a esta mezcla de influencias –en las que habría que destacar la aportación de guionistas tan brillantes e influyentes como George Axelrod- hoy día es Wilder el único de estos realizadores que ha logrado una notable mitificación, lo que además de ser una temeridad no deja de ser injusto –por lo que supone de parte de condena a estos otros directores que apostaron por el género y en los que se podrían encontrar fácilmente títulos tan valiosos o más que los aportados por el austriaco-.
Más allá de que me guste su cine no es menos cierto que creo se le han valorado más méritos de los que realmente posee, y de alguna manera se ha convertido en monstruos intocables títulos tan discutibles como EL GRAN CARNAVAL (The Big Carnival, 1951) –a mi juicio absolutamente esquemática y que, una vez más, requería un tratamiento de comedia-, o films tan poco logrados como SABRINA (1954), ARIANE (Love in the Afternoon, 1957) o, sin duda, la que cerró de forma poco distinguida su carrera AQUÍ UN AMIGO (Buddy Buddy, 1981) –que de haber estado firmada por un director anónimo, nadie en sus cabales se hubiera molestado ni en mencionar-.
Todos estos elementos hasta cierto punto cuestionadores –y sigo insistiendo en que admiro buena parte de la obra de Wilder-, tendrían una oportuna piedra de toque con el reconocimiento de que actualmente disfruta UNO, DOS, TRES (One, Two, Three, 1961) dentro de su aportación al periodo dorado de comedias. Una película fríamente recibida en el momento de su estreno –curiosamente algo parecido sucedió con otro título que, desde un prisma opuesta, narraba las neurosis de la “Guerra Fría”; EL MENSAJERO DEL MIEDO (The Manchurian Candidate, 1962. .John Frankenheimer)-, y que en los últimos tiempos ha conocido una “rehabilitación” considerable, hasta quedar como casi reverenciado. Creo personalmente que no existe motivo ni para el lejano menosprecio inicial ni tampoco para la mitificación del nuestros días. ONE, TWO, THREE es una buena comedia que, no obstante, se encuentra bastante por debajo de su film precedente –el magistral EL APARTAMENTO (The Apartment, 1960), bajo mi punto de vista la obra cumbre del realizador-, e igualmente por debajo de su título posterior –IRMA LA DULCE (Irma la Douce, 1963), curiosamente una de las pocas de sus comedias a las que no ha alcanzado esa indiscriminada veneración. La película se encuentra en el periodo más fértil de la trayectoria de Wilder y ese particular estado de inspiración cinematográfica y satírica, en este caso con una visión sardónica de la ya mencionada “Guerra Fría” aunque, francamente, lo que finalmente proponga es una nada velada crítica sobre el atractivo que ejerce la poderosa maquinaria materialista del capitalismo norteamericano –ese que solo queda deslumbrado en su obsesión de ganar dinero ante la representación de la “nobleza europea”-, y que en la película queda representado por una de sus empresas más emblemáticas; la Coca-Cola.
Si tuviéramos que conectarla con el conjunto de su obra, ONE, TWO, THREE posee bastante de los elementos que hicieron familiar las comedias de Wilder al espectador, tanto con ecos de sus títulos precedentes como adelanto de los que aún tendrían que llegar. Veamos: los tres comisarios rusos que están entresacados de NINOTCHKA(1939. Ernst Lubitsch) en la que el director ejerció como guionista; el inicio utilizando la voz en off del protagonista, tal y como sucedía en EL CREPÚSCULO DE LOS DIOSES (Sunset Boulevard, 1950) y la cercana EL APARTAMENTO; el frío mobiliario de la empresa, también remitiendo a EL APARTAMENTO; la utilización de un gag de efecto seguro para finalizar la película, como el inolvidable de CON FALDAS Y A LO LOCO (Some Like It Hot, 1959) y posteriormente en IRMA LA DULCE; la arrolladora capacidad para deambular y dirigir por el teléfono de C. R. MacNamara (James Cagney), que nos adelanta al Walter Matthau de PRIMERA PLANA (The Front Page, 1974); la presencia del travestismo, nuevamente recordando a CON FALDAS Y A LO LOCO o la presencia de visitantes inoportunos procedentes de la alta empresa –como en AVANTI-.
Como se puede comprobar y destilan sus imágenes en todo momento, en ONE, TWO, THREE está presente buena parte de lo que podríamos denominar el “mundo Wilder”. Algo que por sí solo no valdría para destacar los logros de una película que tiene la virtud –indispensable en una buena comedia- de poseer un timming en constante y modulado ascenso y estar dotada de un ritmo finalmente frenético. La película cabría dividirla en tres parte que se desarrollan en ese señalado orden creciente –una primera que sirve de presentación a los principales personajes, un segundo tercio en el que se expone la huída de la joven hija del directivo de Coca-Cola –Scarlett (Pamela Tiffin)- para librarla de su sorpresivo esposo ruso y su posterior rescate, y un tercio final en el que tras conocerse que la muchacha está embarazada veremos los esfuerzos por lograr que la pareja de capitalista y comunista tengan una noble apariencia ante la llegada de los padres de la joven.
En cualquier caso creo que lo más envejecido de la película –y que tiene un peso más negativo de lo que puede parecer a primera vista-, es precisamente una de las cosas por las que más se la valora. Me estoy refiriendo a esa abundancia de comentarios verbales absolutamente coyunturales sobre la visión de el absolutismo ruso por parte de los norteamericanos –son chistes fáciles que también tenían cita en la excelente ¿TELÉFONO ROJO? VOLAMOS HACIA MOSCÚ (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964. Stanley Kubrick). También cabría poner en su debe algunas situaciones poco creíbles incluso al estar planteadas en tono de comedia –la manera con la que MacNamara logra que detengan al joven comunista que se ha enamorado de Scarlett –Otto (Horst Buchholz)-; el inverosímil método con el que MacNamara logra siempre que su secretaria vuelva al empleo; la incidencia del soldado USA que se enamora del ayudante travestido (un pálido reflejo de la divertida situación planteada en CON FALDAS Y A LO LOCO en los personajes encarnados por Jack Lemmon y Joe E. Brown) o la demasiado caricaturesca visión que se ofrece del trío de inspectores rusos-. A ello cabría unir como considerable lastre la penosa labor de un Horst Buchholz absolutamente negado para la comedia –uno de los peores actores surgidos en la década de los sesenta, y del cual solo Joshua Logan supo extraer un resultado aceptable-, que no logra conectar en modo alguno con el espectador con su absoluta ausencia de simpatía.
Todos estos inconvenientes cabrían inducir que UNO, DOS, TRES es una película mediocre. No es el caso. Hay que destacar la absoluta pericia de Wilder en la construcción de la película, con ese último tercio absolutamente vertiginoso y dominado por la inmensa labor de un James Cagney en absoluto estado de gracia, caracterizando con un ritmo casi musical sus apariciones en escena. A ello, hay que destacar fundamentalmente el gusto por el detalle o el inserto cómico, algo en lo que el realizador era un experto, y que en esta ocasión se manifiesta en la presencia constante de ese inefable reloj de cuco que canta un himno americano, el antológico baile de Liselotte Pulver frente a los tres embobados inspectores rusos –con gags tan memorables como el de la caída de la foto de Krucheff que esconde la de Stalin- el personaje del noble venido a menos que sirve para otorgar de rango nobiliario al rebelde Otto, o la divertida situación que se brinda con el “soborno” al guardia en la puerta de Brandemburgo de un pack de Coca-Coca ¡cuyos envases devuelve a MacNamara a su apurado retorno tras rescatar a Otto!.
Sin embargo y como guinda final la película brinda una carrera velocísima del vehículo del directivo, contando en su interior con Scarlett, Otto, un probador de sombreros, un sastre cosiendo los pantalones al joven y un pintor intentado finalizar el escudo nobiliario antes de que lleguen todos al aeropuerto a recibir a los padres de Scarlett ¡y encima el vuelo llega antes de tiempo!. Toda una odisea que se plantea como una brillantísima secuencia en la pequeña historia de la comedia norteamericana. Finalmente, la película dará un guiño a partes iguales entre el humanista y el cínico supremo que era Billy Wilder. Por un lado MacNamara recupera a su hastiada esposa y el aparente rebelde Otto demuestra sentir más atracción por el capitalismo de la que cabría suponer –que pena la nula simpatía que desprende Buchholz-. Una vez más, el realizador austriaco nos demuestra que dominaba a fondo las recetas de la comedia, aunque en esta ocasión no se manifestara de forma tan rotunda como en sus exponentes más logrados. En cualquier caso, una muestra de un tipo de cine prácticamente perdido en nuestros tiempos. Destacar finalmente que pese a los ropajes del género, Wilder no se recató en la filmación de exteriores que aún mostraban las secuelas de la II Guerra Mundial y la presencia de un gag en el que James Cagney recordaba la célebre secuencia del pomelo en THE PUBLIC ENEMY (1931, William A. Wellman).

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