Queridos todos:
Llegamos a la terminal de Southwest con tiempo suficiente para pasar el control de seguridad, tomar un coffee y sentarnos en la puerta de embarque unos minutos. El vuelo despegó a las 7:10 de la mañana, sin demora, en un 737 más pintado que una puerta: naranja, rojo y azul. Algunos vuelos interiores como el nuestro no tienen asignado asiento, por lo que únicamente hay que esperar a que llamen al grupo donde te ha colocado tu tarjeta de embarque y entrar en el avión para sentarte donde quieras. Al entrar en el aparato uno se encuentra a los compañeros de vuelo que han entrado anteriormente perfectamente acomodados en sus asientos, algunos hasta dormidos apoyados en sus mullidos cuellos inflables, dando la impresión de llevar en el avión mucho más tiempo. Caminamos hacia la cola para encontrar dos asientos libres en la penúltima fila, con espacio para dejar nuestro pequeño equipaje de mano encima. A mi izquierda se encuentra una pasajera, dormida, que ha cerrado ambas ventanillas, lo que implica que no veremos nada del exterior durante este vuelo. La imagino contorsionista pues está un una posición imposible y no se ha movido desde que nos sentamos junto a ella.
El logo de Southwest: un corazón con alas doradas.
El vuelo continúa hasta Salt Lake City, aunque nosotros bajaremos en Las Vegas para dirigirnos hacia la zona de los Rent a Car a recoger nuestro Buick que nos llevará directamente hasta el Gran Cañón. Ahora nos ofrecen bebidas...
Un vuelo corto y agradable, llegando al aeropuerto de Las Vegas donde nos recogió un shuttle que nos traslada a la terminal de los coches de alquiler, un edificio únicamente para los coches con su mini casino en la entrada para meterlo a uno en ambiente. Un poco de palique, firma, seguros, etc., incluida mi obligada pregunta sobre si era posible conducir hasta el Gran Cañón, es decir dejar Nevada y entrar en Arizona, no fuese a pasarme lo de hace unos años. Parece que esta vez ha quedado todo controlado al respecto.
El Buick resultó ser un Chevrolet Impala con matrícula de Nex Mexico, modelo con tapicería de obispo y frontal de madera plasticosa; todo un lujo. Conducción tranquila y sin problemas recorriendo la famosa presa Hoover (aquí los americanos alucinan con ella ¿?), el Lake Mead, creado artificialmente al construir la presa, y algunos puntos de la famosa "Ruta 66", por nombrar algunos lugares, hasta llegar a la entrada sur del Parque, junto al pueblo-motel-lodge-gas-restaurant Tusayan, desde donde escribo ahora que nos hemos alojado en el susodicho lodge, llamado “Red Feather” y que anuncian diciendo que pertenece a la misma familia desde hace 40 años. Les aseguro que es verdad a juzgar por las puertas de las habitaciones. No me extrañaría que hayan filmado este motel en alguna película de Brian de Palma por lo menos.
Pero volvamos al Gran Cañón, del que se pueden/deben decir pocas palabras pues las imágenes hablan por sí solas. Esta es mi tercera visita y les aseguro que la sensación de grandiosidad sigue siendo como la primera vez, aquel largo viaje por el interior de los EEUU con Nando, Isbelis y Octavio hace ya ni se sabe cuántos años (Nando, ¡no quiero saber cuántos!). Aunque las fotos no hacen justicia les adjunto algunas de ellas para que aprecien, además, el estupendo día que hemos tenido.
Unas horas disfrutando del Cañón y de vuelta a Tusayan, Red Feather Lodge, ducha reparadora y listos para cenar. Descubrimos un Steak House y ¡oh!, debía ser el lugar más popular de la ciudad-motel porque estaba hasta los topes. Nos atiende un camarero amable y previsiblemente mejicano; el pobre nos habló de sus intenciones de emigrar a España en busca de un trabajo mejor... pobre. Vuelta al Pluma Roja y noche calurosa porque el aire acondicionado parecía el hombre orquesta, así que optamos por callar a la orquesta, o sea por el calor. Esta noche no nos acostaremos muy tarde porque mañana nos toca la vuelta a Las Vegas (unas 4h de conducción, más o menos), devolver el coche en el aeropuerto -Rent a Car Terminal-, pues en la ciudad no es necesario el coche y la intención es recorrerla caminando, y acomodarnos en el Treasure Island Hotel, con muchas más estrellas que nuestro lodge de hoy y muchos menos dólares (ignoro la razón).
Ya estamos en Las Vegas. Las Vegas, la ciudad del desierto y del juego. ¿Qué decir de Las vegas que no se sepa o no se haya visto en el cine? Después de dormir en el Excalibur (coincidimos el año de su inauguración), en el MGM (lo anunciaban como el hotel más grande del mundo, aunque yo lo dudo) hace ya unos seis años, hoy le toca el turno al Treasure Island.
Mañana volamos a Los Angeles y después a San Francisco.
Habrá más.
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