Siempre me he sentido un cuervo blanco al poder presumir de tener amigos de toda la vida, literalmente, pues lo somos desde que empezamos juntos a estudiar en el mismo colegio, allá por los años 60, que ya son años. Esta mañana, sin venir a cuento, me acordé de aquellas tardes que pasaba en casa de German después de clase (teníamos que ir mañana y tarde al colegio, del que salíamos a las 17.30 si no recuerdo mal). Llegar a su casa era una excursión emocionante; yo me colaba en la guauga que lo llevaba a él a casa, en la Avenida de Anaga, o sea en los confines de la ciudad pues yo vivía más cerca del colegio. Sentados en esos incomodísimos bancos de madera de antes y con una señorita que cuidaba la marabunta de niños ávidos de juegos, leche y galletas, llegábamos a merendar. Allí nos esperaba su madre e irremediablemente, después de reponer fuerzas, nos ofrecía "una partidita al Exin-Basket". De esta manera gran parte de las tardes de mi infancia la pasé jugando al baloncesto, sin pilas ni electrónica ni mandos a distancia, con German en el suelo de su cuarto. Ahora, como esto del Internet es una pasada, encuentro sin dificultad una foto exacta del juego. ¿Me habría hecho trampas German? Se lo preguntaré esta noche.
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