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Ya he contado en alguna ocasión la importancia que han tenido y tienen mis amigos a lo largo de mi vida. Anoche me acosté no demasiado tarde y dormí de un tirón, creo. Tuve un sueño tan real que por la mañana me acordaba de él como si lo hubiese vivido despierto. Por supuesto era algo absurdo y tan surrealista como siempre, así nos tiene acostumbrados el subsconsciente según parece. Pues bien, estaba yo en el apartamento de casa de mis abuelos, donde viví nada más acabar la carrera, y allí se encontraba mi amiga Mª Luisa, con quien compartí toda mi vida estudiantil en Las Palmas, mi amigo Quino -su marido- y un grupo de gente a la que no reconocía. Estábamos todos enfrascados en un proyecto que debíamos entregar pronto y se mezclaban imágenes de nuestro trabajo, de nuestra vida actual, del pasado. Fue bonito porque, de alguna manera, vuelves a reencontrarte con los amigos de los que la vida te separa y al los que nuestro ritmo frenético nos impide ver con la asiduidad que deberíamos. Mayonesa y café, está claro.
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