El físico español que se codeaba con Einstein
Si ha habido un momento prolífico en la historia de la Física, ese ha sido el comienzo del Siglo XX. Capitaneados por Einstein y su Teoría de la Relatividad, decenas de científicos de todo el mundo participaron en la evolución de una nueva física que aún a día resulta novedosa y sorprendente. Nombres como Schrödinger, Heisenberg, Weiss, Curie… son constantes en los artículos técnicos y de divulgación y conocidos por todos nosotros; físicos y matemáticos nacidos en Francia, Inglaterra, Suiza, Alemania, Estados Unidos…
Pero… ¿dónde están los españoles? ¿No hubo ningún nacido en la península Ibérica que participase en tan críticos años para la sociedad? Pues de hecho, los hubo, pero quizás por esa sempiterna manía que tenemos los españoles de desprestigiar nuestros propios éxitos, nadie recuerda sus nombres, pese a que entre ellos hubo figuras cuyos trabajos destacaron como de gran importancia para los inicios de las “nuevas ciencias”.
Este es el caso del físico canario Blas Cabrera.
Nativo de Arrecife, en la isla de Lanzarote, un pequeño municipio de apenas 22 km2 de superficie; Blas Cabrera (1878-1945) tuvo la suerte de doctorarse en ciencias Físicas por la Universidad Central de Madrid en el año 1901 y, en años posteriores participar en la fundación de la “Sociedad Española de Física y Química”. Y digo suerte porque la creación de la “Junta de Aplicación de Estudios” ()en esa misma década propició que pudiese disfrutar de financiación suficiente para salir a Europa y desarrollar sus capacidades aprendiendo de algunos de los grandes físicos del momento. Fue este dinero público el que le permitió en 1912 (tras haber logrado en España ser director del Laboratorio de Investigaciones Físicas, fundado en 1910) viajar a los laboratorios de física de Ginebra, Heidelberg o Zúrich, lugar donde conocería a Peter Weiss, con quien entablaría una relación de amistad y cuyas investigaciones influirían en los posteriores descubrimientos de Cabrera.
De esta manera, y tras visitar algunos de los grandes laboratorios europeos, el trabajo de Cabrera se centra en las propiedades magnéticas de la materia, logrando así dos resultados importantes: encontró la ley que rige la susceptibilidad magnética de materiales ferromagnéticos a temperaturas más allá del punto de Curie; y obtuvo la que se conoce como curva de Cabrera, una medida del momento magnético de algunos elementos de la tabla periódica que permitió, por ejemplo, comprobar la validez de la Regla de Hund y de la cuantización del momento angular atómico. De hecho, sus trabajos tuvieron la suficiente repercusión como para alzar a Cabrera hasta el estrellato de la física y, más allá de su importancia académica (Weiss llegó a comentar que de los 180 artículos sobre magnetismo de la Biblioteca de la Universidad de Estrasburgo, 24 provenían de Cabrera), comenzó a destacar como una celebridad pública.
Prueba de esto fue la proposición del físico español para su ingreso en “la Academia de Ciencias Francesas”, apadrinado por Langevin y De Broglie; o la visita de Albert Einstein a España en 1923, el cual quedó tan profundamente impresionado por el trabajo de Cabrera que, junto a Marie Curie, lo propuso como miembro del Congreso Solvay de 1930.
Sin embargo, como todos sabemos, la década de los 30 no fue una década fácil para España. Los disturbios durante la II República, la Revolución de Octubre de 1934 y, finalmente, la Guerra Civil, hicieron mella en todos los aspectos de nuestra sociedad, incluido en el académico. Tras haber sido nombrado en 1931 Rector de la Universidad Central de Madrid y miembro de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, el estallido de la guerra le obliga a refugiarse en Francia, ocupando un cargo beneficiado por Pieter Zeeman hasta que, en 1939, y como a todos los hombres importantes nombrados durante la República, se le destituye en nombre del Gobierno de Franco, junto a otros catedráticos de renombre. Visto en esta situación decide, en 1941, tras terminar su trabajo en París, exiliarse a México, donde entraría como profesor de Física Atómica en la Universidad Nacional Autónoma del país.
Pese al exilio, en los últimos años de su vida, Blas Cabrera siguió activo en la comunidad científica y fue nombrado organizador del Congreso Solvay. Sin embargo, el comienzo de la II Guerra Mundial obligó a retrasar las reuniones y Cabrera murió en 1945, aun exiliado, sin poder asistir a las conferencias.
Y al final el resultado ha sido el mismo… Como siempre en nuestro país, los grandes hombres quedan enterrados por los sinvergüenzas. A día de hoy, Blas Cabrera es recordado únicamente en el ambiente educativo de la universidades madrileñas, donde hay aulas a su nombre y un premio de investigación; pero la gente de a pie, e incluso los interesados en la ciencia, suelen desconocer su nombre, así como la tarea que este físico español llevó a cabo en las primeras décadas del Siglo XX.
Como último dato curioso, decir que la progenie de Cabrera no fue insignificante. Uno de sus hijos siguió sus pasos y ocupó una Cátedra de Física en la Universidad Estatal de Virginia (EE.UU.). A su vez, el nieto de este, también llamado Blas Cabrera, es profesor de Física en la Universidad de Stanford (EE.UU.) y en la última década se ha visto envuelto en la polémica porque ostenta el dudoso título de haber sido el único científico del mundo que ha sido capaz de detectar un monopolo magnético en solitario. Sin embargo, sus cálculos indican que habría que esperar treinta años para que otra de estas partículas cruzase el detector… y aquí seguimos esperando.
Pero… ¿dónde están los españoles? ¿No hubo ningún nacido en la península Ibérica que participase en tan críticos años para la sociedad? Pues de hecho, los hubo, pero quizás por esa sempiterna manía que tenemos los españoles de desprestigiar nuestros propios éxitos, nadie recuerda sus nombres, pese a que entre ellos hubo figuras cuyos trabajos destacaron como de gran importancia para los inicios de las “nuevas ciencias”.
Este es el caso del físico canario Blas Cabrera.
Nativo de Arrecife, en la isla de Lanzarote, un pequeño municipio de apenas 22 km2 de superficie; Blas Cabrera (1878-1945) tuvo la suerte de doctorarse en ciencias Físicas por la Universidad Central de Madrid en el año 1901 y, en años posteriores participar en la fundación de la “Sociedad Española de Física y Química”. Y digo suerte porque la creación de la “Junta de Aplicación de Estudios” ()en esa misma década propició que pudiese disfrutar de financiación suficiente para salir a Europa y desarrollar sus capacidades aprendiendo de algunos de los grandes físicos del momento. Fue este dinero público el que le permitió en 1912 (tras haber logrado en España ser director del Laboratorio de Investigaciones Físicas, fundado en 1910) viajar a los laboratorios de física de Ginebra, Heidelberg o Zúrich, lugar donde conocería a Peter Weiss, con quien entablaría una relación de amistad y cuyas investigaciones influirían en los posteriores descubrimientos de Cabrera.
De esta manera, y tras visitar algunos de los grandes laboratorios europeos, el trabajo de Cabrera se centra en las propiedades magnéticas de la materia, logrando así dos resultados importantes: encontró la ley que rige la susceptibilidad magnética de materiales ferromagnéticos a temperaturas más allá del punto de Curie; y obtuvo la que se conoce como curva de Cabrera, una medida del momento magnético de algunos elementos de la tabla periódica que permitió, por ejemplo, comprobar la validez de la Regla de Hund y de la cuantización del momento angular atómico. De hecho, sus trabajos tuvieron la suficiente repercusión como para alzar a Cabrera hasta el estrellato de la física y, más allá de su importancia académica (Weiss llegó a comentar que de los 180 artículos sobre magnetismo de la Biblioteca de la Universidad de Estrasburgo, 24 provenían de Cabrera), comenzó a destacar como una celebridad pública.
Prueba de esto fue la proposición del físico español para su ingreso en “la Academia de Ciencias Francesas”, apadrinado por Langevin y De Broglie; o la visita de Albert Einstein a España en 1923, el cual quedó tan profundamente impresionado por el trabajo de Cabrera que, junto a Marie Curie, lo propuso como miembro del Congreso Solvay de 1930.
Sin embargo, como todos sabemos, la década de los 30 no fue una década fácil para España. Los disturbios durante la II República, la Revolución de Octubre de 1934 y, finalmente, la Guerra Civil, hicieron mella en todos los aspectos de nuestra sociedad, incluido en el académico. Tras haber sido nombrado en 1931 Rector de la Universidad Central de Madrid y miembro de la Oficina Internacional de Pesos y Medidas, el estallido de la guerra le obliga a refugiarse en Francia, ocupando un cargo beneficiado por Pieter Zeeman hasta que, en 1939, y como a todos los hombres importantes nombrados durante la República, se le destituye en nombre del Gobierno de Franco, junto a otros catedráticos de renombre. Visto en esta situación decide, en 1941, tras terminar su trabajo en París, exiliarse a México, donde entraría como profesor de Física Atómica en la Universidad Nacional Autónoma del país.
Pese al exilio, en los últimos años de su vida, Blas Cabrera siguió activo en la comunidad científica y fue nombrado organizador del Congreso Solvay. Sin embargo, el comienzo de la II Guerra Mundial obligó a retrasar las reuniones y Cabrera murió en 1945, aun exiliado, sin poder asistir a las conferencias.
Y al final el resultado ha sido el mismo… Como siempre en nuestro país, los grandes hombres quedan enterrados por los sinvergüenzas. A día de hoy, Blas Cabrera es recordado únicamente en el ambiente educativo de la universidades madrileñas, donde hay aulas a su nombre y un premio de investigación; pero la gente de a pie, e incluso los interesados en la ciencia, suelen desconocer su nombre, así como la tarea que este físico español llevó a cabo en las primeras décadas del Siglo XX.
Como último dato curioso, decir que la progenie de Cabrera no fue insignificante. Uno de sus hijos siguió sus pasos y ocupó una Cátedra de Física en la Universidad Estatal de Virginia (EE.UU.). A su vez, el nieto de este, también llamado Blas Cabrera, es profesor de Física en la Universidad de Stanford (EE.UU.) y en la última década se ha visto envuelto en la polémica porque ostenta el dudoso título de haber sido el único científico del mundo que ha sido capaz de detectar un monopolo magnético en solitario. Sin embargo, sus cálculos indican que habría que esperar treinta años para que otra de estas partículas cruzase el detector… y aquí seguimos esperando.
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