No sólo está la trilogía de Larsson, o la sombra de Ruiz Zafón, -magníficos todos;-, que también, algunos menos conocidos en España o simplemente menos leídos, no por malos. Hablemos de "La conjura contra América", de Philip Roth, ganador del Pulitzer en el 99, y de "California 83", de Pepe Colubi, escritor y periodista televisivo y radiofónico. ¿Qué busca la literatura? Entretener, enamorar, disfrutar... Quizá la novela de Roth, mucho más seria y elaborada, no tenga demasiado que ver con la del escritor madrileño, si exceptuamos que ambas, de una forma u otra, son autobiográficas.
En "La conjura contra América" nos encontramos con la ucronía de ver a Estados Unidos con el famoso aviador Lindbergh convertido en presidente filonazi en vísperas de la II Guerra Mundial. La novela sigue las vicisitudes de la familia Roth durante la presidencia de Lindbergh, conforme se va aceptando más el antisemitismo en la vida estadounidense y las familias judeo-estadounidenses como los Roth son perseguidos de diversas formas. El narrador y personaje central es el joven Philip, y el cuidado con el que se describen su confusión y su terror hace que la novela trate tanto sobre los misterios de crecer como sobre la política estadounidense. Roth basa su novela en las ideas aislacionistas expuestas por Lindbergh en la vida real como portavoz del Comité de América Primero y sus propias experiencias creciendo en Newark, Nueva Jersey. La novela presenta la sección Weequahic de Newark que incluye el Instituto de Weequahic en el que se graduó Roth.
En esta novela el autor nos traslada a California, durante el COU que cursó allí. Su failia de acogida, sus "hermanos" y amigos americanos, sus ligues, los flamencos en el jardín de los vecinos, el surf, etc. El protagonista sale de un país con una sola cadena de televisión, escasos conciertos de rock y una pesada carga católica para encontrarse 35 canales en la pequeña pantalla, Police o The Clash a la vuelta de la esquina y una contagiosa alegría de pecar. Todo parece encajar con la idea que se había hecho de Estados Unidos a través de películas y series: animadoras en el instituto, reverendos en las iglesias, mosquiteras en las puertas de las viviendas unifamiliares y el Golden Gate en San Francisco. Ha cambiado Aplauso por la MTV, la pelota en el patio por el surf, la mochila del colegio por la taquilla y el Lib por el Playboy, pero antes deberá adaptarse a las costumbres de una familia metodista, las rutinas académicas de otro país, el uso de una lengua desconocida y la prohibición de beber cerveza por ser menor de edad. No parece muy difícil; sólo tendrá que superar su patológica, obsesiva y embarazosa aversión al ridículo.
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