Buenas:
Máriam Martínez-Bascuñán escribía este domingo sobre Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Se refería a sus palabras sobre las 7.291 muertes de ancianos que no fueron trasladados desde sus residencias a los hospitales en lo peor de la pandemia del coronavirus, tras la aprobación de unos protocolos que lo impedían: “Cuando una persona mayor estaba gravemente enferma, con el covid, con la carga viral que había entonces, no se salvaba en ningún sitio”.
La columnista le respondía citando a la filósofa Judith N. Shklar, que decía que una sociedad justa debe evitar la crueldad antes que nada: “La crueldad es el supremo mal, algo inexcusable, y como dice Shklar, deberíamos odiarla más intensamente que a cualquier otro mal”.
No voy a hablar de Ayuso, no os haría eso a no ser que fuera absolutamente imprescindible. Pero sí es buena excusa para extendernos un poco más en las ideas de Shklar sobre el liberalismo, el miedo y la crueldad.
Shklar fue una filósofa nacida en Riga (Letonia) en 1928. Su familia dejó el país durante la Segunda Guerra Mundial y se instaló en Montreal (Canadá). Ella estudió filosofía y se doctoró en Harvard, donde se convirtió en la primera mujer en ocupar una cátedra en el departamento de Ciencia Política.
Sobre la crueldad habla tanto en el ensayo El liberalismo del miedo (1989), como en Los vicios ordinarios (1985), en el que se detiene en:
- La crueldad
- La hipocresía
- El esnobismo
- La traición
- La misantropía
Estos cinco vicios son una versión política y social de los siete pecados capitales. No se trata de ideas desagradables a las que tenemos derecho ni se quedan en actos y decisiones específicas: “Estos vicios pueden afectar a todo nuestro carácter y, por lo tanto, nuestras respuestas a ellos son mucho más profundas, tanto en lo emocional como en lo especulativo”.
El objetivo de Shklar no es ni eliminar ni prohibir estos vicios, “sino explorar las dificultades de reflexionar sobre ellos”. No tendremos más remedio que soportar algunos de ellos, como el esnobismo o la hipocresía, pero otros merecen una atención especial, como es el caso de la crueldad.
¿Por qué es tan importante la crueldad para Shklar? Para esta autora, el liberalismo consiste en que podamos tomar todas las decisiones que queramos sin miedo y siempre que sean compatibles con la libertad de los demás. En su planteamiento, no hay un bien supremo como objetivo a alcanzar, sino un mal supremo que evitar a toda costa porque elimina la posibilidad de una sociedad libre: la crueldad y el miedo que inspira.
¿Cómo puede ser cruel un gobierno?
La crueldad, escribe Shklar, es el daño físico o emocional que una persona o un grupo con poder inflige de modo voluntario a alguien más débil con el objetivo de lograr algún fin. Esta crueldad es posible por las diferencias en el poder público que están integradas dentro del sistema de coerción que los gobiernos necesitan para llevar a cabo sus funciones esenciales.
Hay un nivel mínimo de miedo inherente a cualquier sistema legal. Por ejemplo, cuando alguien decide no robar un coche por miedo a terminar en la cárcel. El miedo que hay que evitar es el que crean los actos de fuerza arbitrarios, inesperados e innecesarios, además de los actos habituales de tortura que pueden llevar a cabo fuerzas policiales, militares y paramilitares de cualquier régimen. Por ejemplo, no es razonable que alguien tema terminar en la cárcel por criticar al gobierno.
Cuando los ciudadanos tienen miedo por la expectativa de crueldad institucional, la libertad es imposible. “Si no hay libertad, todo el mundo se ve intolerablemente paralizado o degradado”. Deberíamos tener la confianza de que podemos hacer lo que queramos, siempre que respetemos la ley y a los demás, sin el temor a una respuesta arbitraria por parte del gobierno, la policía o los jueces. Recordemos por ejemplo que a Putin no le hace falta asesinar a todos los que son críticos con él, le basta con que todo el mundo sepa que le puede pasar lo mismo que a Navalni.
Por eso es necesario que los ciudadanos desconfiemos de los gobiernos y que además todas las acciones y decisiones públicas se lleven a cabo mediante procedimientos justos y públicos, en un contexto de división y subdivisión constante del poder político. Shklar no habla solo de instituciones como el parlamento, los jueces y la oposición, sino también de la prensa y de asociaciones y acciones privadas y voluntarias que puedan ayudar a vigilar, criticar e incluso modificar las acciones de los demás agentes.
Por volver al tema del artículo de Martínez-Bascuñán, quien debe decidir si me ingresan o no en un hospital son los médicos. Si hay otras cuestiones que interfieren en estas decisiones, como pasó durante la pandemia, se deben seguir criterios públicos que podamos debatir y cuyas consecuencias se puedan analizar o incluso juzgar si es necesario. El objetivo es que tengamos la confianza en que estos procedimientos no sean arbitrarios ni crueles, y que tampoco lo sea la respuesta de los responsables políticos cuando se les pregunta por estas decisiones.
Ni es buena ni funciona
En Los vicios ordinarios, Shklar recuerda una de las excusas más habituales para la crueldad —sea la guerra, la tortura o las arbitrariedades políticas y judiciales— es que en ocasiones es necesaria y no hay más remedio que aplicarla. En estos casos se suele esgrimir la excusa de un bien superior, como el orden público o "la patria".
Pero también hay que desconfiar de las excusas: “Es el utopismo de la eficiencia, con toda la crueldad y la traición a las que invita”. Estos “argumentos amorales” no son concluyentes y “no representan realmente respuestas racionales a ninguna necesidad”. Las arbitrariedades suelen responder a los intereses particulares de quien los aplica. O incluso pueden ser bienintencionadas, pero erróneas: no olvidemos que los dictadores y tiranos suelen pensar que están haciendo lo mejor para su país.
Para Shklar, las instituciones y actitudes democráticas constituyen la mejor forma de evitar la injusticia: “El propósito de la política es servir a nuestra capacidad, por minúscula que sea, para conformar un conjunto de disposiciones mejor que el que hemos conformado hasta ahora”. La filósofa no nos promete una utopía, por suerte, solo recuerda las bases para que podamos vivir sin miedo, en libertad y cada vez un poquito mejor.
Como ya vimos cuando hablamos del pluralismo de Isaiah Berlin, puede parecer poco, pero no lo es. Es muchísimo.
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