La brecha entre los pocos que ganan mucho dinero y las que antes eran clases acomodadas no deja de crecer. Como el número de quienes bordean la pobreza.
Sergio C. Fanjul. 15-ENE-2023.
Un transeúnte es entrevistado brevemente por una reportera de televisión. Se queja, visiblemente enfadado, de la coyuntura económica, y es que la cosa, con la inflación rampante y el estancamiento de los salarios, está muy difícil: “Este Gobierno solo ayuda a los de abajo”, dice, “yo hace tiempo que no llego a fin de mes y nadie me ayuda. Nadie ayuda a la clase media”. Es curioso: el peatón asegura sufrir continuas estrecheces económicas, pero sigue considerándose clase media. Esa que, por definición, al menos llega con su sueldo a fin de mes.
La clase media: si se la pronuncia, todo el mundo entiende a lo que nos referimos. Pero la clase media: nadie tiene demasiado claro cómo definirla. Es un concepto voluble, flexible, casi mágico. Algo más del 40% de los españoles que se consideran clase media no pertenecen a ella si tenemos en cuenta su nivel de renta, según datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 2020. Muchos pobres todavía prefieren pensar que son de clase “media baja”. Algunos ricos prefieren quitarle hierro a su riqueza y maquillar la desigualdad. “Los que estamos sacando el país adelante somos la clase media”, dijo en una tertulia la socialité Carmen Lomana, representante oficiosa de las clases altas en los saraos y la farándula televisiva. Los grandes partidos políticos viven obsesionados por seducir a la clase media. Significa moderación, bienestar, modernidad, consumo. Significa familia, coche, tele, sueños. La tarjeta de El Corte Inglés. Pero ¿qué demonios es la clase media? Y, sobre todo, ¿es cierto que, tras las sucesivas crisis y bajo la tensión de la desigualdad creciente, se encuentra en un aprieto?
“Cuando se habla de la crisis de la clase media estamos hablando de muchas cosas”, explica el sociólogo y doctor en Historia Emmanuel Rodríguez, autor de El efecto clase media (Traficantes de Sueños): “Por ejemplo, de la pérdida de capacidad del Estado para generar mecanismos de integración amplios, del fin de la movilidad social, de los problemas para acceder a una vivienda o del desmantelamiento del Estado de bienestar”. Ese “efecto clase media” es la idea de que este estrato no surge espontáneamente del mercado, sino que requiere una alta inversión estatal, y que ni siquiera esta acaba con las desigualdades. Eso sí: sirve para pacificar y estabilizar las sociedades. Considerarse de clase media es desertar de la lucha de clases.
Si la clase media se desdibuja por abajo, por donde la población se despeña hacia la pobreza, también lo hace por arriba: la crisis está llegando hasta su capa superior, como explica el periodista Esteban Hernández, autor de El rencor de clase media alta y el fin de una era (Foca): “El proceso de deterioro ha llegado a capas más favorecidas, que empiezan a ver que sus hijos ya no tienen el futuro tan asegurado”, explica el autor. Algunos estilos de vida propios de la clase media alta se están haciendo menos accesibles, como mandar a la prole a estudiar a un colegio privado o al extranjero, tener una vivienda amplia y de calidad o practicar ciertas actividades de ocio, mientras que la seguridad en los ingresos cada vez es menor, también para los trabajadores mejor posicionados. “Se está generando una brecha entre los que de verdad ganan dinero, un porcentaje muy pequeño en lo más alto de la pirámide social, y las que eran las clases acomodadas”, señala Hernández.
Este aprieto podría calificarse como internacional. “Tanto en Estados Unidos como en gran parte del mundo, la clase media tiene razón en verse en crisis porque hay sociedades enteras en crisis después de décadas de austeridad y desvío de la riqueza hacia los más ricos”, explica David Roediger, autor de The Sinking Middle Class (Or Books). Por otra parte, en muchos países del sur global, según señala el escritor, se han puesto tantas expectativas en la llegada de la sociedad de clases medias que finalmente lo que ha llegado es la frustración.
¿Qué es la clase media?
La forma más sencilla de definir este estrato social es mediante la posición económica: se pueden establecer sus límites en torno a la renta neta media anual de un país. En España esa renta fue en 2021, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), de 12.269 euros netos. A partir de ahí, según la OCDE, se considera clase media a las personas que ganan entre el 75% y el 200% de esa cantidad. Es decir: entre 9.201 y 24.538 euros netos cada año. Estos límites pueden variar según la institución que mida.
Pero esto es una mera perspectiva económica. Para los sociólogos las clases tienen una raíz más profunda y diversa. “Podría decirse que la renta es el síntoma de otra cosa: no define la clase social, sino que es producto de ella. Uno gana lo que gana debido a la clase a la que pertenece”, explica el sociólogo José Saturnino Martínez, director de la Agencia Canaria de Calidad Universitaria y Evaluación Educativa y autor del libro Estructura social y desigualdad en España (Catarata). No es lo mismo ganar 2.000 euros netos mensuales naciendo en una familia trabajadora, empezar en la hostelería a los 15 años y montando un bar a los 30, que ganarlos naciendo en una familia bien posicionada, teniendo un título universitario, sacando unas oposiciones y siendo funcionario de clase A. Estas dos personas tendrán diferente estabilidad, diferente riesgo de caer en la exclusión y hasta diferentes estilos de vida. No son la misma clase social.
La clase también depende de la cuna, de la educación, de la cultura, de las relaciones, de la forma de vivir. A este respecto, el sociólogo Pierre Bourdieu consideraba varios tipos de capital, además del económico: el cultural, el social o el simbólico, que influyen en la determinación de la clase. Los sociólogos, aun así, tampoco se ponen de acuerdo en la definición definitiva, según provengan de corrientes marxistas, weberianas, funcionalistas, etcétera.
Breve historia de la clase media
La clase media ha existido siempre. Ya Aristóteles escribió en su Política que una sociedad bien gobernada debería tener una amplia clase media que vertebre la polis y evite la discordia social. Karl Marx, que estableció la clara división entre burguesía y proletariado como clases antagonistas, también consideraba una clase media, no demasiado relevante, formada por pequeños artesanos y profesionales independientes. Cuando la clase media cobra verdadera importancia es en la Europa de la segunda mitad del siglo XX con el levantamiento de los Estados del bienestar: ahí se da la llamada expansión de las clases medias (también como forma de alejar a los trabajadores occidentales de los cantos de sirena de la Unión Soviética) y esa figura se fija con nitidez en el imaginario colectivo.
Esos años de la posguerra hasta la crisis del petróleo, en los años setenta, son conocidos como los Treinta Gloriosos. “Es la única etapa de la historia en la que se ha avanzado en la cohesión social y logrado limar la desigualdad”, explica el sociólogo José Félix Tezanos, presidente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). “Ahora, con el capitalismo neoliberal, las desigualdades se están haciendo extremas. Hay fortunas que acaparan gran parte de la riqueza de la humanidad y eso produce disfunciones en la economía y en la sociedad”.
En España la expansión de la clase media ocurre un poco más tarde dada la autarquía franquista, pero a toda velocidad, a partir de 1959, cuando Franco permite la apertura de la economía. Los flujos de población alimentan a las industrias en el llamado éxodo rural, y de esa clase obrera fabril salen hijos universitarios que ascienden en el escalafón. El desarrollismo trae prosperidad, turismo, electrodomésticos, segundas residencias, coches, y la clase media naciente estabiliza el Régimen, lo justifica, y facilita la Transición. “Pero desde 1992 se dejan de crear los puestos cualificados suficientes y en España se empieza a producir el fenómeno de la sobrecualificación, que tanto malestar social genera”, dice el sociólogo Ildefonso Marqués, experto en movilidad social de la Universidad de Sevilla. “Ahora el ascensor social está parado”, añade.
Así la clase media se ve comprometida y cunde la muy controvertida idea de que las próximas generaciones vivirán peor que sus padres. “Vamos hacia una sociedad dualizada”, apunta Tezanos, “está creciendo el número de personas que se consideran infraclases, sectores de la población completamente excluidos. Estamos viviendo el primer proceso de movilidad social descendente desde la Revolución Francesa”. Con la disolución de este estrato social el sistema económico va generando una sociedad a dos velocidades, desgarrada entre los más ricos y los más pobres, donde ganadores y perdedores pueden acabar viviendo en realidades paralelas. En la parte alta del escalafón se produce cada vez una mayor concentración de riqueza en una menor cantidad de manos: el 10% más rico copa el 34,6% de los ingresos por trabajo y capital y el 57,6% del patrimonio, según un estudio de World Inequality Lab. La cuarta parte de ese patrimonio pertenece al 1% de superricos.
¿Lo eres o sientes que lo eres?
¿Cómo se percibe a sí misma la ciudadanía? La clase media tiene una fuerte componente subjetiva: muchos no lo son, pero se sienten. Un 47,1% de los españoles se consideran de clase media alta, y un 15,5% de clase media baja, según el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de octubre de 2022. La cifra de personas que se consideran de clase obrera y trabajadora ha caído del 50% al 10,6% en los últimos 20 años. En Estados Unidos, en 2018, un 70% de la población se consideraba clase media, pero solo el 50% encajaba en esa horquilla económica, según un estudio de Pew Research Center. Si bien en otros tiempos la clase estaba principalmente relacionada con la actividad productiva, hoy el consumo es fundamental a la hora de definirnos. De hecho, el asentamiento de la clase media estuvo unívocamente asociado al de la sociedad de consumo: grandes masas de población podían acceder a aquello a lo que antes solo se permitían los ricos.
Es fácil sentirse clase media teniendo al alcance una plétora de productos baratos y muy apetecibles: comida rápida, ropa barata de grandes cadenas multinacionales, pisos de alquiler turístico, grandes ofertas en vuelos a destinos de ensueño o plataformas audiovisuales con una oferta inabarcable. A pesar de que, en la coyuntura actual, la alta inflación provoque que hasta lo barato sea caro. Cuando el elegante chófer de un vehículo VTC te ofrece una botellita de agua, es difícil no sentirse el rey del mambo. “En muchos países, la difusión de la oferta de productos y servicios low cost, al aumentar sensiblemente el poder adquisitivo de los salarios, empieza a tener más peso que una reforma fiscal o que el Estado de bienestar”, escribían Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi en El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste (Lengua de Trapo). Nos conformamos con el brillo de los productos baratos antes que con la provisión de servicios públicos fundamentales por parte del Estado.
Aunque estas capas sociales suelan asociarse al sosiego, la imagen de tranquilidad puede tener una cara oculta: la ansiedad continua, el miedo a caer, las deudas. “La crisis de la clase media se vive a niveles profundamente personales”, explica Roediger, “la miseria, a menudo asociada a una profunda alienación en trabajos interminables (en los que incluso la personalidad es supervisada), coexiste con altos niveles de endeudamiento personal y familiar. El vínculo más obvio es el que los sociólogos han señalado durante 75 años: la vana esperanza de que el consumo frenético pueda compensar esa alienación”.
La percepción de la clase media desde un punto de vista externo también es ambivalente. Puede ser símbolo de progreso y prosperidad, de una sana moderación que le permite ser espinazo de países estables e igualitarios. Pero también se la retrata como una clase consumista, insolidaria, cobarde, inmovilista, sin la conciencia de clase propia del viejo proletariado, sin el glamuroso poderío de la aristocracia, solo preocupada por medrar y llegar a ser clase alta. La llamada clase media aspiracional.
Nubes en los cielos futuros
El futuro de la clase media está comprometido por varias razones, según enumera Emmanuel Rodríguez. Por un lado, el trabajo se ha desvalorizado, en parte por la automatización de la producción, la generalización de las máquinas, las cada vez más avanzadas técnicas de inteligencia artificial. Por otro, el Estado, gran valedor de la clase media, disminuye su papel como regulador y como proveedor de bienestar. Y, por último, le afecta la creciente financiarización que va permeando nuestra vida cotidiana. Muchos aspectos fundamentales en el normal desarrollo de nuestra existencia se han convertido en activos financieros: las pensiones, la vivienda, los préstamos al estudio, etcétera, lo que hace esa existencia mucho más precaria y expuesta a los vaivenes de la especulación de terceros.
¿Qué consecuencias puede tener esta crisis? “Lleva a sociedades fragmentadas, caóticas, que generan expresiones políticas extrañas y creciente polarización”, dice Rodríguez. Por último, la crisis de la clase media se retroalimenta con otras: la económica, la institucional, la de la confianza, en fin, la de todo el andamiaje que mantenía estable las democracias liberales tal y como las conocíamos.
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