lunes, 19 de septiembre de 2022

BULLYING

Antes no había palabra, ni en español ni en inglés, era simplemente acoso, aunque lo más conveniente era no hablar de ello porque de lo que no se habla no existe. La persona que lo sufría lo hacía en silencio, tragando lo indecible y, si todo acababa bien finalmente, convirtiéndose en alguien fuerte.
Yo sufrí bullying muchos años en mi época escolar: blanquito, pelirrojo, tímido y poco amante de los deportes, 2+2. Con los años, olvidado aquello y "aquéllos", me queda un odio visceral a los abusones, sean quienes sean, sobre todo cuando es sobre alguien indefenso; un niño, un anciano, un animal. De esa época sólo mantengo las pocas amistades que forjé, (casi) lo único que valió la pena. 

El intento de suicidio de Saray: un salto al vacío ante el acoso escolar y el silencio
Los padres de la niña de 10 años que se tiró del balcón en Zaragoza denuncian la pasividad de su colegio ante el acoso escolar. “Ni ‘bullying’ ni ‘bulan”, dijo la tutora.
Zaragoza - 18 SEPT 2022 - 05:30Actualizado:18 SEPT 2022 - 09:50 CEST
https://elpais.com/educacion/2022-09-18/el-intento-de-suicidio-de-saray-un-salto-al-vacio-ante-el-acoso-escolar-y-el-silencio.html

La llamada sorprendió a Carlos Amezquita en la autovía Mudéjar, de camino a Teruel: “¡Saray ha saltado!”, gritó su mujer. Con dificultad, el hombre logró entender que su hija de 10 años se había tirado por el balcón de casa, en un tercer piso. Dio media vuelta y regresó con la furgoneta de reparto a Zaragoza. Temblaba. “Fue la peor media hora de mi vida”, cuenta desde el pasillo del hospital Miguel Servet, donde Saray se recupera de una caída que pudo haberla matado, pero que solo le rompió la cadera y le lesionó el tobillo izquierdo. Amezquita llegó a tiempo para ver cómo se la llevaba la ambulancia y para descubrir, al subir a casa, que su hija se había intentado suicidar, víctima del acoso escolar y, según sus padres, de la pasividad de quienes debían protegerla.

Saray dejó una breve nota de despedida decorada con dibujos, en la que pedía perdón a sus padres y a su hermano mayor y les deseaba una larga vida. Mandó un wasap a su abuela, que vive en Colombia, y a las 14.00 del viernes 9 de septiembre, mientras su madre compraba unos limones en la frutería del barrio, se aupó a la barandilla y saltó. Era el segundo día del nuevo curso escolar, tiempo suficiente para que la niña albergara la sospecha de que la pesadilla no había acabado. En su habitación del hospital, Saray ha contado a los policías y psicólogos que la han entrevistado que, en el recreo, las niñas que la acosaron el curso anterior habían vuelto a buscarla. Le llamaron “rata inmunda”.

La decisión de Saray de arrojarse sobre el asfalto ha roto a sus padres, Carlos y Katia. Pensaban que el verano había supuesto el punto final a la historia. La niña iba a repetir 4º de primaria y ya no coincidiría demasiado con las abusadoras. Además, las vacaciones le habían devuelto la felicidad. “Como por arte de magia, volvió a ser la misma niña que fue en Barranquilla, alegre y conversadora. No podíamos pensar que con dos días de escuela todo cambiaría”, dice el padre, un empresario de 40 años víctima de extorsión en Colombia que entró en España en verano de 2021 para solicitar asilo. Unos meses más tarde llegaron Katia, que trabaja en un geriátrico, y sus dos hijos, un niño de 12 años y Saray. Como no había plazas en la escuela pública, el Gobierno de Aragón les asignó una en el colegio concertado Agustín Gericó.

Los hermanos empezaron las clases en este colegio concertado, católico y bilingüe del barrio de San José en enero. Él encontró amigos y se adaptó enseguida; ella tuvo más dificultades. “La notábamos triste y pensamos que era por el cambio de país. En Colombia dejó a su abuela y a dos perritos a los que quería mucho”. Pero había algo más. Con tacto, la invitaron a hablar. Y Saray confesó: “Hay unas niñas que me están molestando”. Con el bullying, cualquier pretexto vale. La víctima puede serlo por llevar aparatos de ortodoncia o gafas, por tener sobrepeso, por ser demasiado bajito… O, como en el caso de Saray, por ser demasiado alta, ya que su desarrollo ha sido precoz.

La madre se entrevistó en la escuela con uno de sus profesores, que le garantizó que los insultos no se repetirían. Fue el primero de una serie de avisos que, durante los meses siguientes, la familia hizo llegar a la escuela. El centro no activó el protocolo contra el abuso escolar ni siquiera cuando las agresiones verbales supuestamente subieron de tono y se deslizaron hacia el racismo (“puta colombiana”, “sudaca”). Saray “llegaba a casa llorando” y “se negaba a ir a la escuela”, lo que provocó la intervención de la tutora. La familia tiene en su poder los mensajes de audio enviados por esta profesional, que revelan la resistencia numantina a admitir un caso de bullying en el centro y los intentos por manejar el caso como si se tratara solo de un asunto de envidias entre amigas: cosas de críos.
“Confía en mí, lo voy a arreglar”

La tutora admite, en uno de los mensajes, que Saray ha sido agredida, pero lo enmarca en el contexto de las filias y fobias en el aula. “Ha sido un ataque que no tiene por qué hacer. Te habrá tenido un poco de envidieta. Es solo eso. No es bullying ni bulan (sic), no te preocupes. Hablaré con ella [la presunta agresora] porque si les digo a sus padres lo que ha hecho, le cae una gorda”, afirma. La tutora anima a la madre a que la menor le cuente esos episodios (“está prohibido callarse, no tiene que venir ningún niño mal al colegio”), pero insiste en que deje el tema en sus manos. “Confíe en mí, yo lo voy a arreglar. Aquí el bullying no se ha visto ni se verá”.

La escuela había respondido bien a la llegada, en mitad de curso, de Saray y de su hermano. Les habían prestado libros y les habían ayudado a adaptarse. La tutora en particular se había ganado el aprecio de la familia. Por eso cuando se ofreció a arreglar el asunto, la creyeron. “Confiamos en que iban a hacer algo, pero ella siempre lo minimizó. ¿Cómo no va a ser bullying cuando la víctima siempre es la misma?”, se pregunta Carlos, que esta semana, aunque sigue con sus viajes diarios entre Zaragoza y Teruel, está “de subidón” al ver que su hija vuelve a caminar.

Cuando una de las niñas le recriminó que fuese una chivata, Saray estalló y se peleó con ella. Los padres intentaron entonces contactar con la directora. Fue en vano. “No tenía citas, no estaba… Así que mi mujer se fue a hablar con las niñas y logró que le pidieran perdón a Saray”, agrega Carlos. Pero los abusos siguieron en pequeñas dosis: unos guantes que aparecían mojados, un libro que desaparecía... El suceso que dejó tocada a la niña llegó pocos días antes de final de curso. En el patio, las agresoras la cogieron por el cuello, le bajaron la cabeza y la agredieron, según la familia. La tutora “se disculpó de mil maneras”, dice Carlos, y prometió actuar. Pero nada se movió y llegó el verano.

Tras el intento de suicidio, la escuela Agustín Gericó lamentó lo ocurrido, dio “las gracias a Dios porque la niña esté fuera de peligro” y afirmó que había recibido una “especial atención” de los profesores para “su mejor integración”. En ningún momento menciona el supuesto acoso sufrido por la niña, que para la escuela sigue siendo un tabú. El centro ha dicho que abrirá “los protocolos necesarios, si fuera conveniente,” y se ha puesto a disposición de los investigadores. EL PAÍS ha intentado conversar con la dirección del centro, sin éxito.

La supuesta pasividad del centro concertado ha merecido el reproche del consejero de Educación de Aragón, Felipe Faci. “Vamos a investigar qué ha pasado y por qué no se ha abierto el protocolo. No hay que esperar a tener certezas para hacerlo. Cuando un alumno se siente acosado, hay que actuar”, ha afirmado Faci, que ha ofrecido su apoyo a la familia. El lunes posterior a los hechos, Educación ya instó al colegio a abrir los protocolos contra el acoso y de ideación suicida.

A la investigación administrativa se suma la de la Policía, que ha entrevistado a Saray y ha analizado su teléfono móvil por si hay rastros de ciberacoso. Los agentes trasladarán sus conclusiones a la fiscalía de menores, que con toda probabilidad archivará el caso porque se trata de niñas por debajo de 14 años y, por tanto, inimputables. Cuando esto se consume, el abogado de la familia, Miguel Lasnada, prevé actuar por la vía penal y civil por la actuación negligente del colegio.

Saray va a cambiar de escuela. Carlos subraya la injusticia de que sea “la víctima y no el victimario” quien deba moverse, pero cree que es mejor así. Con los pleitos que están por venir, el hermano mayor también se irá. “Ha llegado un punto en que sería muy difícil seguir allí”. Lo primero, dice, es lograr el alta médica y mantener una conversación sosegada con la niña, en casa. “Me refiero a lo que pasó como ‘la caída que tuviste’ o ‘desde que te caíste’... Aún no hemos hablado abiertamente del intento de suicidio. Pero confío en ella. Cuando esté preparada, me hablará”.

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