Mariano
Rajoy, Presidente del Gobierno de España, comparece ante la prensa. Está en
Bruselas, delante de dos docenas de periodistas, casi todos españoles.
Sabe que la
policía acaba de salir de la sede central de su partido. Es una situación
humillante. En Bruselas nadie le ha dicho nada, claro. Qué vas a decir.
Mariano
Rajoy, un hombre cuya idiotez ya casi nadie pone en duda ni dentro ni fuera de
España, mira a los periodistas con los ojos entrecerrados y la boca medio
abierta. Busca rostros amigos, aliados mediáticos que no le hagan preguntas
incómodas. Que le ayuden.
Pero no los
ve. La luz está demasiado baja y no distingue bien los rostros. El tiempo parece
ir más despacio en esa sala. Parece casi detenerse. Y Mariano, con la mirada
perdida entre los rostros que le observan, repasa sus últimos logros.
Rajar las
manos de los negros que intentan entrar en España. Hecho.
Criminalizar
la protesta. Hecho.
Apropiarse
de los úteros de las españolas. Hecho.
Y se
pregunta entonces cuál será el siguiente paso. Quizá deberían ir ya a por los
maricas. Están teniendo mucha paciencia con eso. Cada día que pasa, se produce
una nueva unión de dos personas del mismo sexo. De dos degenerados. Maricones o
bolleras, lo mismo da. Pervertidos. Enfermos.
Quizá,
piensa Rajoy mientras busca un periodista amigo entre los rostros de la sala,
quizá deberíamos prohibir ser marica. Convertirlo en delito. En Rusia ya lo han
hecho, a nadie le sorprendería.
Los maricas
del PP estarían de acuerdo, disciplina de partido, igual que las mujeres del PP
están de acuerdo con la reforma del aborto. Y anda que no hay zorras en este
partido, piensa Rajoy. Solo que ellas, a diferencia de las socialistas, saben
serlo. Porque hasta para ser zorra hay que tener una clase y un saber estar. Y,
oye, que el pasado es el pasado y para eso están los padresnuestros y los
avemarías.
Los
periodistas mantiene los brazos en alto, pidiendo turno mientras dicen: presidente,
presidente, presidente. Rajoy no escucha a nadie. Está cansado. Dormir fuera de
casa le mata. Se frota los ojos y piensa que, me cachis en la mar, si los
rojos, los negros, las zorras y los maricas fuesen responsables, él no tendría
que pasar por estos bretes. No tendría que sacar tantas leyes ni dar tantas
explicaciones. Yo, piensa Rajoy, solo quiero que la gente sea normal.
Pero la
gente es terca. Los negros pobres se empeñan en entrar en España aunque saben
que no hay trabajo. ¿Y qué vas a hacer, dejarles? Alguna medida habrá que
tomar, y rajarles las manos y los brazos es tan buena como otra cualquiera.
Y los rojos,
todo el día en la santa calle, pidiendo más dinero para lo suyo. Siempre
exigiendo más derechos y menos obligaciones, como si fuese esto la selva.
Holgazanes, eso es lo que son. Los profesionales, la gente que de verdad
trabaja no tiene tiempo para protestar. Por eso no hay una marea verde de
abogados y sí de profesores. Vagos.
Y ahora las
feministas. Jovencitas que se dejan penetrar en cualquier portal un sábado por
la noche y que dicen ser responsables de su cuerpo. Si ni siquiera saben lo que
deben hacer con su propia vagina, ¿cómo vamos a dejar que decidan sobre su
hijo?
En ese
momento, Rajoy lo ve. En la tercera fila, junto al pasillo. El periodista que
buscaba.
El
Presidente se relaja por fin. Toma aire, la expulsa de nuevo y, muy serio,
dice:
-Ahora
pueden hacer sus preguntas.
Y señala al
periodista de Intereconomía.
-Usted.
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