sábado, 9 de noviembre de 2013

WOK, UN LIBRO, ENDER Y SAINT TROPEZ

Si no me decidí anoche a ir al cine, hacía frío y llovía ligeramente, no ha sido así hoy sábado, que cual aventurero me lancé a Santa Cruz a las 2 para comer y quedarme después e ver "El juego de Ender". Buena elección peliculera, pésima gastronómica. Llego al horrible centro comercial, bajo a la planta -2 del aparcamiento (¿vivirá la gente en los centros comerciales y no lo sabremos?), aparco después de un par de vueltas (increíble, el parking lleno a las 2 y media de la tarde) y subo a la planta alta para, entre colas sinuosas y repletas ante la puerta de un buffet que debía ser barato, o muy bueno, o ambas cosas o ninguna de ellas, nunca se sabe, llegar sano y salvo a un cajero automático para sablear a mi pobre tarjeta. Lo logro, atravieso la cola de nuevo (¿son caras nuevas o las mismas?) desandando el camino hasta llegar al patio central donde se ubica un ovni a modo de taquillas, feo feo, aún vacío, por lo que me giro a decidir dónde comer. Difícil elección, todo parece repleto, mesas llenas dentro y fuera, colas para entrar, mi gozo en un pozo, tengo hambre. Decido el restaurante más alejado de las taquillas, a la izquierda, donde parece haber menos gente en las mesas de fuera, y entro en él, un WOK. Terrible elección, repito, altamente no recomendable. Me sientan en una mesa para dos, ocupando únicamente mi asiento, junto a una mesa de 4, completa, con una familia compuesta por un niño, sus padres y ¿su abuela? de edad desconocida, operada desde la barbilla hasta la frente por un cirujano plástico que a) odiaba a su paciente ó b) no pudo hacer otra cosa ante el material que tenía en sus manos. La abuelaoperadadeedadindefinida no paraba de dar órdenes al que podía ser su hijo para que trajera salsa (no le decía de qué tipo), o pan, o gambas, o más cerveza, con la que por cierto brindaban una y otra vez. Como y leo a la vez, me da igual si no es educado o si me pude haber manchado, pero el hecho es que comer escuchando a la abuela pedir salsas una y otra vez tras sus bembas reoperadas ¡y esas mejillas imposibles! me obligó a intentar evadirme del entorno echando mano a lo que tenía más cerca, un libro, en esta caso "Un trabajo muy sucio", de Christopher Moore. Leo, como, leo, como, escucho a Nefertiti y sus salsas, vuelvo a la lectura, pago y me voy. Llego a la taquilla, sigue vacía, por lo que me pongo en la cola intentando leer de nuevo, misión imposible porque detrás tengo a una pareja de amigos que se han encontrado y que se empeñan en resumir sus últimos años tras mi oreja izquierda. Me entero de sus vidas, me harto de sus historias, salgo de la cola y me apoyo en el mostrador, algo alejado, a la espera de algún tripulante del ovni-taquilla. Llegan, compro la entrada -¡qué caro está el cine!-, subo por la escalera mecánica de la derecha, la izquierda está parada, y me introduzco en la sala nº1 para ver la película después de pertrecharme con una botella de agua fría porque la experiencia del WOK y de la espera en la cola del ovni me han dejado seco.
Recordaba partes del libro, pero no muchas, tengo una terrible memoria en general. Disfruté quizá más de ella al no estar comparando la literatura con el cine, y me gustó. Quizá un poco oscura en algunos momentos, pero bien hecha, interesante, entretenida, emotiva y con un trabajo del actor principal excelente Assa Butterfield (y con unos adultos totalmente prescindibles, buenos actores pero prescindibles).  
Se termina la película, salgo de la sala, bajo a las mazmorras a por el coche -si antes estaba lleno ahora la cosa es indescriptible-, le cedo mi plaza a un ávido conductor y salgo a la luz del atardecer para retornar a casa escuchando en la radio a Peppino Di Capro y su Saint Tropez. No hay palabras.
*Saint Tropez

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