El honor perdido
de J.I.Wert
Por haber perdido hasta el último gramo de
honor, el de tener la decencia de dimitir por las consecuencias de sus actos, el
ministro de Educación, José Ignacio Wert, tiene que ser apartado de su
cargo.
El último acto del ministro, el de la
expropiación retroactiva, sin audiencia previa, del derecho a las becas Erasmus,
ha sido tan indefendible, el clamor popular tan fulminante, que sus colegas en
el Gobierno dijeron, en este tema puntual, que su apuesta debía ser retirada.
No podían seguirle en su particular hara
kiri.
Tampoco la Comisión Europea, que
apoya el proyecto de recorte, pero sin carácter retroactivo.
Wert no parece haber aprendido lo que es la
retroactividad y sus perjuicios, con los ríos de tinta que todavía están frescos
en la prensa.
Y ha puesto a todos sus aliados en una
situación comprometida.
Mira por dónde, en su libro El honor
perdido de Katharina Blum (Seix Barral, 2010), el autor alemán Heinrich
Böll describe los excesos de la libertad de expresión, cómo, amparándose en
ella, cierta prensa amarilla es capaz de despedazar impunemente el buen nombre
de personas inocentes aprovechando la circunstancia con el pretexto de su
carácter de personajes de interés público.
En el caso de nuestro hipotético El honor
perdido de J. I. Wert, en cambio, no ha habido amarillismo de la prensa. Es
al revés: el gestor sin complejos de causas amarillas y demagógicas, que
intentan reflejar a la minoría presuntamente bienpensante de éste país, ha sido
él...amparándonse en un pretendido papel de ideólogo del Gobierno.
El guardián de sus esencias doctrinales.
Eso, el demiurgo.
Algunos medios de comunicación han sido caja de
resonancia de los desmanes del ministro y se han hecho eco de la movilización,
perdón, de las fiestas de cumpleaños celebradas por los estudiantes, no como en
Chile, Wert dixit, contra sus delirios e improvisaciones. Y han sido estos
estudiantes los que han destapado la última jugarreta del ministro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario