Un país decente
«Lo que me preocupa como madre es que mi hijo tire de la intolerancia para afrontar lo que no comparte»
Ana Pastor. 09 de junio de 2013
Pues sí. Las cosas a veces son como parecen. Una piensa que hemos avanzado en algunos terrenos y llega la realidad para estropear el titular. Gabriel tiene 31 años y se acababa de sentar en una de las pocas mesas vacías que quedaban en el restaurante Vips de la Plaza de los Cubos, en Madrid. Cito el nombre y paso a explicar lo ocurrido.
Gabriel y su amigo se refugian de la lluvia allí dentro en un día de primavera extraño. Son las tres de la tarde y el primero aún no sabe que, por primera vez, se sentirá pequeño, diferente y hasta paralizado. En mitad de la conversación, el amigo le da un abrazo y le planta un cariñoso beso en la boca. Y entonces, cuando aún Gabriel ni ha reaccionado al lindo estímulo, un hombre de unos 40 años que come en la mesa de al lado, con mujer e hijos, comienza a gritar. Se siente ofendido por lo que acaba de presenciar porque piensa que es un mal ejemplo para sus hijos. Los pequeños asisten atónitos a la escena que está montando su padre. El padre quiere que Gabriel y su amigo sean expulsados del restaurante. Hasta aquí la versión de Gabriel.
Podríamos pensar que es muy susceptible y que ha exagerado. Podríamos pensar que quizá aquel hombre no gritó, simplemente le hizo un comentario irónico y en voz baja a su señora sobre el beso y sobre lo llamativo que le resultaba que los protagonistas fueran dos chicos… quizá. Por eso, busco una segunda versión de este hecho que no es la noticia del día, pero que muestra muchas cosas. Me pongo en contacto personalmente con el director de Recursos Humanos del Grupo Vips y le digo que voy a escribir sobre un incidente ocurrido en uno de los establecimientos. No le doy más datos que el lugar y la fecha. Unas horas después me devuelve la llamada y, con su versión, me confirma que Gabriel no exageraba ni mucho menos. El señor ofendido no solo mostró una actitud muy agresiva hacia la pareja del beso gritando que se marcharan de allí, sino que exigió a los trabajadores de Vips que al menos les alejaran, o les cambiaran a otra mesa, como castigo a un hecho tan «grave». Y ahí es donde el titular me devuelve una sonrisa. El gerente del establecimiento se negó. Y varios clientes comenzaron a levantarse indignados con lo que escuchaban. Uno incluso se acercó y le dejó bien claro que su reacción era homófoba, además de contravenir nada menos que la Constitución, donde, señor ofendido, se dice que nadie debe ser discriminado por su religión, sexo, raza, etcétera.
Gabriel y su amigo, que ya estaban en pie para marcharse dolidos y horrorizados con tanto exabrupto, regresaron a su sitio arropados por esa ola de decencia. El señor ofendido pidió su cuenta y abandonó el lugar al ver que se había quedado solo. Tanta paz lleves como descanso dejas.
Señor ofendido: lo que a mí me preocupa como madre es que mi hijo sea el personaje que insulta y humilla a una pareja. Lo que me preocupa como madre es que mi hijo tire de la intolerancia para afrontar lo que no comparte o lo que no entiende. Y lo que me tranquiliza es que mi hijo vive en un país donde, como le pasó a Gabriel, la mayoría de los espectadores de la patética escena eligieron la decencia. Lo que deseo como madre, señor ofendido, es que eso sea la norma y no una excepción.
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