La Escuela Regionalista, un curioso parentesco
EMILIO FARRUJIA DE LA ROSA, 03.04.2013. 03:00
Doña María Rosa Alonso argumentaba, y seguramente argumentaba con muchísima razón, que el grupo de escritores, fundamentalmente poetas, que han sido denominados como Escuela Regionalista por su vocación hacia el paisaje y la temática histórica de la región canaria, no constituían "escuela" alguna, en el sentido que suele adscribirse este término a aquellos que, siendo más o menos coetáneos, comparten un mismo estilo, o estética, o filosofía. En efecto, ellos no pudieron ser coetáneos si consideramos la amplia brecha temporal que se abre por ejemplo entre José Tabares Bartlett o Antonio Zerolo Herrera (fallecidos ambos en la década de 1920), y Manuel Verdugo o Juan Pérez Delgado, alias "Nijota" (fallecido el primero a mediados del siglo pasado, y Nijota en 1973). Pero es que tampoco compartieron un mismo y unívoco estilo literario, si pensamos en la confesión posromántica, realista y antimodernista de Tabares, o la parnasiana de Verdugo.
Con todo, y por la simple y muy acrítica razón de que a uno lo que le complace es el bautismo mundano de las cosas; el mismo que sanciona para una importante arteria lagunera el nombre de Calle de La Carrera, aunque en verdad ostente el de un significado obispo que nadie recuerda, persisto en continuar haciendo un mal uso del cuestionado sustantivo "Escuela" –perdóneme a mí la sabia filóloga–.
Mas no es este, con todo, el principal motivo de mi artículo, sino quizás el menos conocido de que, aun siendo a lo que parece tan dispares en edades y estilos, surgió entre estos poetas un curioso parentesco.
Comenzando por Domingo Juan Manrique Rodríguez, oriundo de Fuerteventura, y Guillermo Perera y Álvarez –tanto monta, monta tanto–, estos fueron cuñados, al casar el primero con Constanza Perera y Álvarez, hermana del segundo según delatan sus apellidos, y tía abuela de doña Sara Perera, a quien yo conocí y que fue por años profesora en el Instituto de Canarias Cabrera Pinto durante mi época de estudiante allí. Asimismo he conocido a la sobrina nieta del mencionado poeta de Tetir, Domingo J. Manrique, la misma señora a quien las autoridades majoreras invitaron a inaugurar unos versos del vate antepasado sobre una acera de Puerto del Rosario, y poco tiempo después suprimieron dichos versos sin darle explicación alguna, como si se tratase de un mal sueño que ella había vivido.
Pero volviendo al menos escabroso hilo conductor de mi escrito, más ostensible resulta el parentesco entre José Tabares Bartlett, y Manuel Verdugo Bartlett, quienes fueron primos hermanos ya que las madres de ambos eran hermanas, las damas Bartlett y Tarrius.
Además, el también poeta regionalista José Hernández Amador casó con una hija del otro poeta, don Antonio Zerolo Herrera, oriundo este de Lanzarote, la joven Zeneida, de manera que aquel era yerno suyo.
Tornando al fino, aunque según gustos, feo poeta Domingo J. Manrique, quizás no muchas personas sepan que fue tío abuelo de nuestro artista universal, César Manrique, por muy elocuente que ahora les resulte el apellido.
Una cuestión que me acerca mucho a Domingo Juan, sin ser yo ni poeta ni pariente suyo (únicamente conduzco una Ruta Literaria por La Laguna en honor al poético quehacer de estos regionalistas de pro), es que vivió en una casa de la Plaza del Doctor Olivera –entonces Plaza de La Antigua–, por el lado de allá de la iglesia de la Concepción, donde hoy se halla el Bar Benidorm; misma casa en la que mi abuela, en otro tiempo, también tuvo su bar, que ostentaba el fácil nombre de mi abuelo materno, "Casa Augusto". Posteriormente mis abuelos fundaron una pensión al otro lado de la plaza, en la hoy conocida como "Casa Viñanorte". De hecho, en el vidrio esmerilado que se halla en la puerta de acceso al patio principal del caserón reconvertido, aún se encuentran grabadas las iniciales de aquel local, "Hostal Augusto"; lo cual reconozco para quienes tengan interés en la guarda de estas cosas.
Aunque descubrir este domicilio histórico de Domingo J. Manrique fue para mí todo un hallazgo, yo ya estaba tras su pista, pues sí que había leído que el también poeta regionalista Guillermo Perera había morado en una casa de la citada Plaza de La Antigua, cercana al Instituto donde trabajó como administrativo. Al final resultó tratarse de la misma vivienda familiar en virtud de que, como digo, ambos eran cuñados.
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