lunes, 24 de junio de 2013

44 AÑOS*

Entrevista a mi amigo Germán (German para mi, sin tilde, sin acento) en el periódico LA OPINIÓN de Tenerife.

Calles de personas y personajes
Germán Ortega es el propietario del Hotel Taburiente y ha pasado toda su vida en el barrio de El Tocal.
24.06.2013 | 02:44, PATRICIA GINOVÉS
http://www.laopinion.es/tenerife/2013/06/24/calles-personas-personajes/483160.html

Germán Ortega en una de las ciudadelas del barrio de El Toscal
"El Toscal de mi infancia no es un barrio de avenidas y edificios sino de gente en la calle". Así define Germán Ortega, propietario del Hotel Taburiente y fotógrafo de I love Santa Cruz, la zona que lo vio crecer durante años. Germán ha pasado la mayor parte de su vida en El Toscal. Mudándose de un sitio a otro ha recorrido esta zona cuan larga es y ha podido descubrir todos sus secretos.
Su niñez fue una época de mucha vida en las calles, en las que se mezclaban "personas y personajes, gentes y oficios, perros y gatos, ruidos y voces", asegura el chicharrero. Se trataba de una época en la que vivía menos gente en esta zona pero eso no se notaba porque todos estaban siempre en la calle, llenándola de ruido e historias.
Había mayores a los que se le tenía un inmenso respeto, que tomaban las calles en las que se sentaban a charlar durante horas, parapetados bajo sus perennes sombreros. Los pequeños, descalzos, jugaban en la calle al trompo y los boliches, como el propio Ortega hizo en numerosas ocasiones, sin preocuparse por los coches que pudieran pasar.
Recuerda los postigos y las ventanas de las viviendas siempre entreabiertos. "Quienes se quedaban en casa también estaban en la calle, echando un ojo a los chiquillos, pasándoles la merienda y poniéndose al día de los últimos chismes del barrio", asegura. Muchos de los domicilios en los que habitaban estas familias no contaban con ascensor aún y por eso no era de extrañar ver cordeles colgando desde las ventanas, con los que podían atar las pequeñas compras de las ventas de los pisos inferiores y subirlas sin tener que moverse de casa.
"Pero cuando estos cordeles no eran suficiente siempre nos tocaba a los pequeños hacer los recados", asegura el toscalero. Más de una vez tuvo que ir a los bares a los que acudían los marineros para rellenar botellas de cerveza para su abuela. "Aunque yo fuera un poco asustado nadie desconfiaba de los marineros borrachos porque todos nos conocíamos y si nos hacían daño se iba a saber quién había sido", explica.
Los borrachos también se hacían con algunas de las calles de El Toscal. "Pero no los veíamos como si fueran peligrosos", aclara Germán Ortega. Ellos eran los encargados de dirigir el tráfico de las esquinas en las que se apostaban. Para él eran un miembro más del barrio, aunque, reconoce, "siempre pasaba bastante asustado por las calles en las que se encontraban". Todos ellos eran tratados en el barrio como verdaderos personajes, de los que se contaba por las esquinas sus historias y aventuras.
Por la mañana, los vendedores ambulantes no paraban de pasar anunciando pescado fresco y periódicos. "El pescadero y el repartidor de prensa se desgañitaban anunciando sus productos en venta", afirma. El ruido de los carritos rodando sobre los adoquines de las calles toscaleras también conformaba la postal de recuerdo que se lleva el chicharrero de esos años. "Eran blancos y con ruedas rojas y, por la noche, los llevaban hasta la calle de la Marina para guardarlos en un garaje", explica.
El afilador y su bicicleta, que aún hoy puede verse en alguna pequeña calle de Santa Cruz, también marcaba el ritmo de El Toscal. Y por las mañanas, los panaderos dejaban sus panes en las talegas colgadas en cada puerta y los repartidores de leche rellenaban las botellas de cristal casa por casa cuando comenzaban su turno de trabajo. Pequeños comercios abrían sus puertas cada mañana. Entre ellos destacaban los dos zapateros que tenían su negocio en El Toscal. "Eran hombres que siempre llevaban un lápiz en la oreja y las gafas a media nariz", cuenta.
Germán Ortega rememora con cariño las numerosas ciudadelas que había en El Toscal. Durante su niñez veía cómo muchas familias vivían en precaria situación en zonas como éstas, en las que llegaban a tener cocinas y baños comunes.
En el Parque García Sanabria, también pasó muchos buenos momentos. Con su grupo de amigos esperaba que madurasen los mangos y tamarindos para trepar a ellos, a escondidas de los guardas vestidos de gris que siempre que los veían los hacían correr por los pequeños caminos de tierra del lugar. Sus recuerdos son muy variados en esta céntrica zona de la capital, en la que había tiempo para cazar palomas con lazo, saltar en los columpios y lanzarse en los toboganes sobre la arena negra. Tiene grabadas en la retina todas las veces que veía a un fotógrafo inmortalizando a familias junto a la fuente central del parque, mientras los más pequeños se divertían con un caballo de juguete y las parejas paseaban de noche cogidos de la mano.
El fotógrafo también pasaba mucho tiempo en las sesiones matinales de los cuatro cines del barrio. Habla con cariño el que se montaba en verano y que presidía una sábana blanca remendada. "Lo menos a lo que se atendía en esas ocasiones era a la película, lo bonito era el bullicio que se armaba", evoca.
De la muralla que marcaba el fin del barrio de El Toscal, también guarda memoria. "Allí se arrullaban los enamorados cuando oscurecía", comenta. En las cuevas que se formaban en el pequeño barranco bajo la muralla vivía algún que otro vagabundo del que todo el mundo contaba alguna historia.
En los trayectos por todo el barrio, Germán sacaba a relucir su lado más ruin y no dudaba en golpear todas las puertas con las aldabas de las viviendas.
Los tejados de muchas de las casas de El Toscal albergaban sus colecciones de palomas y buchones y cada tarde las preparaban para echarlas a volar. El gusto por las aves iba más allá y los loros también tenían su hueco.
El mayor cambio que Germán observa en esta zona es el aumento en la presencia de coches. Ahora le encantaría que el barrio mantuviera la estructura de pequeñas calles que ha tenido durante años: "no hay sitios como éste en Santa Cruz y me gustaría que se conservaran".

*¿Quién puede decir que tiene un amigo desde hace 44 años? Yo.

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