'Acordes rotos': Patsy Cline, conmovedora voz con corazón country
Por: Fernando Navarro
“La muerte no puede matar lo que nunca muere: el amor”. Mandada poner por su madre en una sencilla placa de bronce, esta inscripción descansa sobre la lápida de Patsy Cline, la dama de voz aterciopelada, luminosa en plena tormenta sentimental, que reinó en el country a finales de los cincuenta y principios de los sesenta y transformó el género con su maravilloso ropaje pop. Décadas después de su trágica muerte en 1963 por un accidente de avión, la inscripción se recoge como una extraña pero certera definición de la vida y la obra de Cline, una gran cantante que se fue con tan solo 30 años pero cuya resonancia todavía se percibe en el country, en sus baladas heridas pero dignas, en sus pequeñas historias de desgracia y superación cargadas de verdad, de pasmosa y conmovedora verdad.
Su legado está lejos de caducar. Patsy Cline es una de las artistas más importantes de la música norteamericana de raíces. Más allá del aura de leyenda que conserva por su temprano fallecimiento, esta vocalista simbolizó el sonido original de Nashville al tiempo que llevó un country destilado con pasión y elegancia a las grandes audiencias, cruzando las fronteras de las listas temáticas del country & western a las del pop en una época donde la juventud buscaba emanciparse de los convencionalismos de su pasado inmediato. Cuando publicó en 1961 I fall to pieces, definiendo su célebre estilo menos crudo y más comercial, llegó al puesto número 12 de Billboard, erigiéndose como una nueva estrella de la canción estadounidense.
Nacida en 1932 en Virginia, su verdadero nombre fue Virginia Patterson Hensley, hija de un hombre de más de 40 años y una chica menor de 16. Su padre terminó abandonando a su madre, quien fue para la cantante una especie de hermana mayor más que cualquier otra cosa. Desde niña quiso dedicarse a las artes y pensó en ser bailarina, pero encontró en el canto su verdadera virtud. Sin ningún aprendizaje profesional, se guiaba por el oído mientras encontró un referente en Kate Smith, una vocalista de variedades que se hizo famosa por cantar God bless America de Irving Berlin, considerado el segundo himno de EE UU tras el oficial The Star-Spangled Banner. Impresionada por su capacidad vocal, Cline interpretaba canciones populares de hillbilly, que habían llevado consigo muchos inmigrantes del sur estadounidense que fueron en busca de mejores trabajos al norte. También porque era el menú diario de varios programas de radio que proliferaron a mitad de siglo.
Como se cuenta en la Historia de la música country escrita por Alfonso Trulls, la paz que siguió al final de la II Guerra Mundial fomentó un periodo de abundancia y bienestar para los norteamericanos, que se manifestó en todos los campos y actividades. La música country no estuvo exenta de estos beneficios, enriqueciéndose con la fusión de los sonidos tradicionales y los comerciales. Fusión que aportó al género un gran impulso popular. Para los años cincuenta, la radio, cuyo poder de emisión no paraba de crecer, ayudó en la difusión de los nuevos talentos. El country extendió su mercado a zonas hasta entonces impensadas como Pennsylvania, Ohio, Michigan o Virginia, abandonando el sur como único mercado posible.
Esta situación permitió que una joven de Virginia pudiese tener una oportunidad en un género hasta entonces dominado por hombres del sur. Pero no solo eso. Sin ser la única que se adentró en el country, Patsy Cline marcó su propia pauta y adquirió un rápido éxito, a pesar del rechazo que sufrió por ser “demasiado joven” en el legendario Grand Ole Opry de Nashville, el programa radiofónico donde se dio oportunidad a decenas de artistas que actuaban sin cobrar pero alcanzaban una grandísima reputación. Con determinación y una voz angelical, en 1957, rompió todas las previsiones con Walkin after midnight, que llegó hasta las listas del pop. En esta canción se hallaban ya pistas de su mejor cancionero: un timbre maravilloso cantando con pena y orgullo a los corazones rotos. Sin embargo, no todas las grabaciones tuvieron tan buena acogida. La vocalista no se encontraba a gusto en la vertiente más rural del country. A pesar de que cantar este tipo de música era su único objetivo, el esplendor artístico no llegó hasta que el productor Owen Bradley dio con la fórmula para ella. Como se cuenta en el libro Honky Tonk Angel: The Intimate Story of Patsy Cline de Ellis Nassour, Cline sacaba lo mejor de sí misma en las baladas, en canciones más lentas que las del hillbilly tradicional. A decir verdad, era una voz de marcado brillo pop aunque, eso sí, con verdadero corazón country.
Si la década de los sesenta se conoce como la era de los productores en la música country, se debe a gente como Chet Akins, Billy Sherrill y Owen Bradley. Este último, quien tuvo en sus manos las carreras de Brenda Lee o Loretta Lynn, definió el sonido de Nashville a finales de los cincuenta con el objetivo de llevar la música vaquera a las grandes ciudades. Para ello, la voz de Cline era perfecta por su intensidad y su estupenda dicción, sin acento de ningún tipo. De esta forma, Bradley vistió al country de cuerdas y vientos y lo adornó con coros, como los que The Jordanaires hicieron en algunas de las canciones de Cline. El sonido de Nashville, también conocido como countrypolitan, gozó de una gran cosecha artística antes de que a la década siguiente perdiese el norte por el pop más vacuo e insulsas instrumentaciones borrasen la esencia de un género tan ilustrativo del sentir norteamericano.
Con sus sofisticados vestidos y peinados, la cantante de Virginia, mucho más dulce que los vaqueros del sur, se convirtió en una imagen más urbana para el country. Solo basta escuchar She got you o Tennesse waltz, de entre el más del centenar de sus canciones registradas entre 1955 y 1963, para captar ese efecto a modo de hechizo. Solitarios anhelos que cazaban espíritus errantes y abandonados a la peor de las suertes. Su carrera estaba destinada a las más altas cotas pero, tristemente, un accidente de avión le quitó la vida el 5 de marzo de 1963, camino de Nashville, tras un concierto en Kansas City. Nacía la leyenda, un icono femenino del country y la música popular norteamericana, que inspiraría a decenas de cantantes desde sus contemporáneas Loretta Lynn o Wanda Jackson hasta más actuales como Emmylou Harris o Cat Power.
En un artículo, la revista Time calificó a Patsy Cline como la “María Callas del country”. Sin embargo, algunos puristas del género entendieron siempre que lo suyo no era auténtico por esa aproximación comercial, novedosa para los cincuenta y alejada de la base más rural. Pero en la raíz misma de su voz se descifraba el secreto del mejor country. “Oh, Dios, simplemente canto como herida me siento por dentro”, solía decir la cantante en referencia a su música. Escuchando sus relatos de amores y desamores, canciones como Crazy o Sweet dreams, no hay más verdad que la que se oye, que se mastica y se traga en soledad, y que señala a fuego vivo el precio que se ha pagado o se pagará por aquello que ni la muerte puede hacer olvidar.
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