El sencillo acto de apretar un interruptor y que se encienda una bombilla en el techo nos pasa desapercibido por ser algo normal. La cosa cambia cuando no hay electricidad y por mucho que pulsemos el botón la bombilla no se inmuta; es en esos momentos cuando nos damos cuenta de la importancia de estas pequeñas cosas. Con el dolor pasa igual, normalmente no lo sufrimos, no lo sentimos. Pero he aquí un mal día en que despiertas con una ligera tortícolis en el cuello, el dolor va a más y al cabo de cuatro días ya no se separa de ti ni un momento. Te tomas pastillas, tabletas, cápsulas; te pinchas antiinflamatorios, analgésicos; te untas el cuello con pomada; vas al fisioterapeuta para que te machaque y te deje como si te hubiera pasado un coche por encima. Todo esto y nada, el dolor no te abandona. ¿Y ahora qué? Pues eso es lo que me pregunto, ahora qué. Pues paciencia me dicen... ¡vaya un consuelo!
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