Esta mañana, o anoche, que es casi lo mismo, me despierto en medio de una vívida pesadilla cuando, en ella, me daba un calambre en el gemelo izquierdo mientras ocurría algo en el sueño que ya no recuerdo. El calambre, que era real, hizo que me levantara de la cama (ese colchón inflable del que ya he escrito alguna vez) para apoyar el pie sobre el suelo y aliviar el dolor, como así fue. Reloj, 03:15h, me queda un poco aún para que suene el despertador. Me vuelvo a dormir. Suena el despertador, ahora sí que sí.
Durante el trayecto escucho los grandes éxitos de "La oreja de Van Gogh", harto de leer sobre la vuelta del grupo, la solista, dónde comprar las entradas para los conciertos y esas majaderías del marketing. No me gustó lo que escuché, cursi y empalagoso. Muy empalagoso.
Durante el trayecto escucho los grandes éxitos de "La oreja de Van Gogh", harto de leer sobre la vuelta del grupo, la solista, dónde comprar las entradas para los conciertos y esas majaderías del marketing. No me gustó lo que escuché, cursi y empalagoso. Muy empalagoso.
Visité ayer de nuevo a mi tío en la residencia de ancianos, esta vez una hora y diez minutos, todo controlado para evitar que la Gestapo volviera a recordarme que la visita de las tardes era de una hora únicamente, que para eso estaban las dos horas de las mañanas. No aparecieron las susodichas, tendrían otra cosa mejor que hacer, pero sí me recordó el horario otro residente que rondaba por allí en silla de ruedas, con pinta de aburrido (aburridísimo, diría yo), que iba y venía por la terraza, posiblemente envidioso de la amena conversación que mantuvimos mi pariente y yo, sin pausa, durante mi visita. Llevaba regalitos: un par de libros, una novela histórica sobre la historia de Jerusalén y la famosa "La sombra del viento", amena donde las haya; tres ejemplares de la revista "Qué Leer", polvos de talco y aceite de almendras, que dejé sobre la cochambrosa mesa de plástico blanca -lo del color es un decir- a la vista del anunciador del horario, lo que imagino ayudó que a este pobre hombre le incomodara mi presencia. Si vi ayer a una señora que visitaba a un residente y estaba con él el mismo tiempo que yo, sabedora por el mismo pregonero de la prisión del horario de visitas.
Despedida, ascensor con código, salida y vuelta a casa. Hasta salir es una odisea, debes esperar a que la enfermera de la entrada te abra la cancela ubicada bajo el anuncio "El trabajo os hará libres". Entiendo que no la deben dejar abierta o abrible por si a los moradores les diera por salir a mundo sin tanta normas, reglas, horarios y códigos de ascensores. En la terraza donde hablamos mi tío y yo estábamos tres residentes y dos visitantes, cosa que hizo preguntarme dónde los demás, pues supongo que como es tristemente normal estas residencias están llenas. Vi dos o tres en una sala de TV, otros en la terraza de la planta baja y poco más. Triste triste, no se me va de la cabeza.
Resto de tarde de lectura, la mañana había sigo intensa y la visita al hotelito remataba la faena, sumergido de lleno en "La península de las casas vacías", esta joya de David Uclés que se saborea desde las primeras frases. Leer realismo mágico es paladear la literatura.
Cena frugal y película absolutamente mal escogida, "Cuatro paredes", una historia intimista y triste que poco ayudó a que me venciera el sueño pues no dejaba de darle vueltas a la frase última que daba los datos de las madres que crían a sus hijos solas y cuántos de estos niños viven bajo el umbral de la pobreza en España. Residencia de ancianos + película, absoluta depresión.
Hoy almuerzo con un amigo arquitecto, a su vez antiguo socio de otro amigo común fallecido recientemente. será una comida intensa pues durante la convalecencia de nuestro amigomuerto hemos llegado a forjar lazos fuertes. las buenas personas es lo que tienen, logran trasmitir su bondad a los que quedan aquí para echarlos de menos.
Ya miércoles, cuán veloz pasa la semana. Y la vida.
♫ Waldemar Bastos, *M'biri! M'biri!
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