miércoles, 15 de septiembre de 2021

PUEDEN LLAMARME MARIO


No Ismael, tiene cara de llamarse Mario, esta es la impresión que me da cada vez que lo veo al salir al jardín de mi casa, tras la reja de la puerta, con esa cara triste y hablando tan bajito que debo acercarme para entender lo que me dice y que, después de tantas veces, rara vez cambia la pregunta.

> ¿Tiene algo de dinero para darme? ¿o algo para comer, tal vez?

No dejo de ver al protagonista Dickensiano de Oliver Twist diciendo "por favor, señor, quiero más". Mario, que no debe tener más de 35 años, entre gris y marrón, apesadumbrado, camina tan despacio que parece que no quiere molestar, al igual que su tono de voz. Él pasa de vez en cuando por las casas del barrio, ésta de hoy calculo que será la tercera o tal vez la cuarta. Recuerdo la última, hace un par de meses, también por la tarde y de imprevisto; sonó el portero mientras estaba trabajando absorto en un plano y, al majar y escuchar esas mismas palabras casi como en un aliento, volví a casa a buscar la cartera. Nada, sólo unos céntimos y la moneda de 1 sheqel que guardo de amuleto desde que volví de Jerusalén. Salí, le dije que lo sentía, que no tenía dinero en casa (pensé, no se lo creerá, todos le deben decir lo mismo), pero fue entonces cuando me dio la opción de comida, así que volví a entrar a casa y, aunque mi despensa ni mi nevera se parecen a un supermercado, sino más bien todo lo contrario, sí pude echar mano de zumo de piña, leche, pan tostado y creo que algo de queso empaquetado y sin abrir. Lo metí en una bolsa discreta y se lo entregué. Sus gracias fueron igualmente casi inaudibles, pero igualmente agradecidas.

Hoy volvió y, aunque no tenía mucho encima, esta vez fue un encuentro más prosaico y oneroso. Las gracias fueron igualmente sinceras.
Tosca, Puccini. *Mario, su presto!

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