Las celebraciones familiares me resultan siempre intensas, uno se ve reflejado en sus padres, en sus hermanos, reconoce el ambiente y lo entiende como propio, la manera de hablar y de compartir, las sombras y las luces tantas veces reconocidas. Uno recuerda como en una película el pasado, lo que fue, lo que es, se plantea lo que será... y he aquí que la cosa comienza a complicarse con las preguntas más antiguas que el hombre se formula: ¿quién soy? ¿hacia dónde voy?; éstas, pasadas por el filtro actual, se convierten en ¿estoy feliz con mi vida? ¿quiero esto para lo que me quede?
El problema es que sé perfectamente la respuesta a estas cuestiones y aplicar el proverbio indio acerca de las quejas se hace muy difícil, o imposible. Sé lo que quiero y lo que no, pero ¿cómo lograr dar el salto? Empecemos por el principio: las fuerzas para hacerlo, de dónde sacar las energías cuando éstas han desaparecido. Antes uno se comía el mundo, había tiempo de sobra, pero ¿ahora? Los días pasan a otra velocidad y Dalila corta lentamente el pelo a Sansón, sin remedio. Enfrentarse al reto diario es duro, muchas veces inalcanzable y hablo sólo del principio. Así que, si no hay energía ¿cómo pasar al siguiente nivel? Aquí no tenemos vidas ni poderes extras como en los videojuegos.
Aún así ¡adelante!
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