Necesito tiempo, más tiempo. Tiempo para dibujar, para leer, para dormir, para compartir. Las horas del día no son suficientes y, como no me drogo -bueno, café sí tomo, y alguna Coca-Cola light también-, la energía es la que es, ni más ni menos.
Pasé el fin de semana dibujando y pensando, estudiando un posible proyecto, dibujando, haciendo números con las superficies posibles, los garajes que siempre son complejos, etc. Esto es quizá lo único bueno que no nos ha podido arrebatar la crisis: la esperanza. Uno se imagina el volumen en la cabeza, lo dibuja, lo distribuye, disfruta pensándolo y, si al final se construye, he ahí la guinda del pastel. Da gusto volver a sentarse a proyectar, es como una sacudida de realidad a pesar de haber perdido el romanticismo profesional... claro que quizá no del todo.
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