Me recordó este encuentro al realizado por el ficticio papa Kiril Lakota en "Las Sandalias del Pescador", película que aún me emociona. En la película, basada en la novela de Morris West, mientras se desarrollaba la elección del nuevo papa, la situación mundial estaba al borde de una guerra nuclear, a causa de una disputa entre la Unión Soviética y China, causada por un embargo comercial emprendido por Estados Unidos hacia China, que ha causado una hambruna en este país. El presidente chino Peng, ha amenazado con atacar a Estados Unidos y sus aliados, y también a la Unión Soviética, a la que acusa de connivencia con ellos. El nuevo papa, por invitación del primer ministro soviético Kamenev, viaja a la Unión Soviética para reunirse en forma privada con el primer ministro y el presidente chino, para discutir la peligrosa crisis. Allí se da cuenta de la seriedad de la situación y pide un poco de tiempo para consultar al Colegio cardenalicio, sobre una proposición que desea hacer. La respuesta de la mayoría de los cardenales es negativa. El papa decide entonces imponer su autoridad espiritual y su jerarquía, para tratar de convencer a las potencias occidentales y a todos los católicos del mundo. El día de su coronación, Cirilo I, frente a la multitud reunida en la Plaza de San Pedro, se quita la tiara en un gesto de humildad, y anuncia al mundo la enajenación de todos los bienes materiales de la Iglesia católica, con el objetivo de paliar la hambruna del pueblo chino. Su decisión es aclamada en todo el mundo.
¿Veremos algo parecido alguna vez?
Por lo pronto, y con los pies en la tierra, ojalá esta vez se acerquen los pueblos judío y palestino y por fin llegue finalmente la paz tan deseada por todo el mundo.
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Israelíes y palestinos se
conjuran ante el papa Francisco por la paz
Peres y Abbas coinciden en que
sus pueblos desean “con ardor” el diálogo.
El papa Francisco pidió este
domingo a israelíes y palestinos –representados en los jardines del Vaticano
por los presidentes Simón Peres y Mahmud Abbas— “valor para decir sí al diálogo
y no a la violencia”, “para derribar los muros de la enemistad y tomar el
camino del diálogo”, y apeló a la memoria de los hijos caídos en el conflicto
de Oriente Próximo para rogarles un nuevo esfuerzo: “Para conseguir la paz se
necesita valor, mucho más que para hacer la guerra”. Tanto Peres como Abbas
coincidieron en que sus respectivos pueblos desean “ardientemente” la paz. “Una
paz entre iguales”, dijo el presidente israelí. “Una paz para nosotros y para
nuestros vecinos”, insistió el líder palestino. Sólo se trató de un acto de
encuentro y oración para invocar juntos la paz. Sólo eso, pero nada más y nada
menos que eso.
La invitación
fue cursada por el papa Francisco a Simón Peres y a Mahmud Abbas
durante su reciente visita a Tierra Santa. Ambos respondieron enseguida
afirmativamente, y en la tarde de hoy, domingo, se subieron juntos a un
sencillo microbús blanco que los llevó desde la residencia de Santa Marta a los
jardines del Vaticano. El encuentro se dividió en tres partes, dedicada cada
una a la oración por parte de las tres comunidades religiosas en orden
cronológico. Los rezos por la paz de un rabino, un sacerdote y un imán
pretendían ser, en palabras del franciscano Pierbattista Pizzaballa, custodio
de Tierra Santa y uno de los organizadores del encuentro, “una pausa a la
política”, pero la política, lógicamente, estuvo muy presente.
Ya la intervención de Jorge Mario
Bergoglio fue una llamada a la responsabilidad de los dirigentes: “Señores
presidentes, el mundo es un legado que hemos recibido de nuestros antepasados,
pero también un préstamo de nuestros hijos: hijos que están cansados y agotados
por los conflictos y con ganas de llegar a los albores de la paz; hijos que nos
piden derribar los muros de la enemistad y tomar el camino del diálogo y de la
paz, para que triunfen el amor y la amistad. Muchos, demasiados de estos hijos
han caído víctimas inocentes de la guerra y de la violencia, plantas arrancadas
en plena floración. Es deber nuestro lograr que su sacrificio no sea en vano.
Que su memoria nos infunda el valor de la paz”. El papa Francisco insistió en
la importancia de un reto impostergable: “Para conseguir la paz se necesita
valor, mucho más que para hacer la guerra. Se necesita valor para decir sí al
encuentro y no al enfrentamiento; sí al diálogo y no a la violencia; sí a la
negociación y no a la hostilidad; sí al respeto de los pacto y no a las
provocaciones; sí a la sinceridad y no a la doblez. Para todo esto se necesita
valor, una gran fuerza de ánimo”.
Tanto Peres como Abbas parecieron
recoger el testigo. El presidente israelí, aunque ya en la recta final de un
mandato más honorífico que efectivo, dijo a modo de legado: “Dos pueblos –los
israelíes y los palestinos— desean todavía ardientemente la paz. Las lágrimas
de las madres sobre sus hijos están todavía sobre nuestros corazones. Debemos
poner fin a los gritos, a la violencia, al conflicto. Todos nosotros
necesitamos la paz. Una paz entre iguales (…). En esta conmovedora ocasión,
desbordante de esperanza y llena de fe, elevamos con su santidad una invocación
por la paz entre las religiones, las naciones, las comunidades, entre hombres y
mujeres. Que la verdadera paz se convierta en nuestra herencia pronto y
rápidamente”.
Por su parte, el presidente
palestino, que coincidió con Simón Peres en sus elogios a la autoridad moral
del papa Francisco, convirtió su discurso en una oración: “Te suplico, oh
señor, en nombre de mi pueblo, el pueblo de Palestina –musulmanes, cristianos y
samaritanos— que desea ardientemente una paz justa, una vida digna y la libertad;
te suplico, oh señor, un futuro próspero para nuestro pueblo, con libertad en
un estado soberano e independiente. Concede, oh señor, a nuestra región y a su
pueblo seguridad y estabilidad. Salva nuestra ciudad bendita Jerusalén”.
El encuentro se ha cerrado con un
abrazo y un intercambio de besos entre Peres y Abbas bajo la mirada complacida
de Bergoglio. Luego, han plantado un olivo y se han retirado a la Academia de
las Ciencias del Vaticano para hablar, ya en privado, del camino, todavía cerrado
y lleno de trampas, que pretenden abrir de nuevo.
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