Estos días se están celebrando en
Israel vigilias para pedir la liberación de tres adolescentes judíos
secuestrados cuando iban al colegio, precisamente por el hecho de ser judíos.
Uno de los tres jóvenes logró llamar a la policía desde su teléfono móvil y
susurrar: ¡nos han secuestrado! ¡nos han secuestrado!
Quizá haya escrito anteriormente
que, hace algún tiempo, cenaba en un restaurante del sur de Gran Canaria, un
lugar pequeño, donde compartíamos espacio -que no mesa- con un numeroso grupo
del que sobresalía, por el volumen de su voz, uno solo de sus comensales. El
tema de conversación era Israel y Palestina y su disertación se apoyaba en una
serie de tópicos sin aportar un solo dato histórico o algún argumento de peso
que defendiera su opinión. Yo, que me limitaba a escuchar pues era
completamente imposible desinhibirse, reconozco que me iba poniendo de mal
humor y más, si cabe, cuando ninguno de los que cenaban con él osó llevarle la
contraria o decir algo que, aún remotamente, discrepara de él.
Esta manera de hablar y de
plantear este conflicto en Próximo Oriente se ha convertido en algo
normal y aceptado, donde unos aparecen como los pobres sufridores, los
palestinos, y los israelíes como la peste negra a combatir. ¿Y la Historia?
bah, ¡a quién le importa! el asunto consiste en repetir lo buenos que son unos
y los malos que son los otros, una y otra vez, para que se convierta en una
verdad universal. Negar que existe un problema enorme en la zona sería absurdo,
pero para entender lo que allí ocurre se hace imprescindible estudiar la
Historia, comprender el pasado. Nunca he ocultado mi afección hacia el
pueblo judío, incluso sabiendo que se ha vuelto políticamente incorrecto
expresarlo públicamente; admiro su fuerza, su unidad por encima de todo -a pesar del odio visceral hacia ellos, a pesar del Holocausto-, su fe
en el futuro, su capacidad de trabajo. Quizá con los años me he
vuelto un defensor en privado de causas perdidas, pero así soy yo y no me
avergüenza reconocerlo.
El puebo judío y el pueblo árabe
están "condenados" a entenderse y espero ver que por fin se termina
el conflicto y puedan vivir en paz como ocurrió en el pasado durante siglos.
(Y, por supuesto, que aparezcan estos tres chicos raptados, sanos y salvos).
Con la difusión de sus fotos este fin de semana, la pesadilla de Israel
adquiere caras y nombres: dos chicos de 16 años, Naftali Frenkel(con
nacionalidad también estadounidense) y Gil-Ad Shar y uno de 19 años, Eyal
Yifraj. Tres jóvenes (dos del centro de Israel y el tercero de un asentamiento
cerca de Ramala) que el jueves hicieron autostop en un cruce cerca de una
colonia de Gush Etsion. Desde entonces, no hay rastro de su paradero ni de una
reivindicación fiable por parte de algún grupo palestino. No es sencillo
capturar, trasladar clandestinamente y esconder a tres jóvenes en Cisjordania
con tantos soldados, agentes y medios electrónicos al acecho por lo que a
medida que pasa el tiempo, aumentan las posibilidades de que estén
muertos. "Espero que el mundo, que sabe muy bien presionar a Israel
para liberar terroristas, emplee ahora la misma energía para presionar por la
vuelta de los niños a casa. La escasa reacción del mundo nos enseña una vez más
que en el momento de la verdad sólo podemos depender de nosotros mismos",
ha declarado el ministro Naftali Bennett tras visitar la familia de uno de los
chicos desaparecidos en la ciudad de Elad. "Rezamos para que Eyal, Nafatli
y Gil vuelvan vivos", le dijeron en la familia. Israel vuelve a la
pesadilla vivida con Guilad
Shalit que, tras cinco años y cuatro meses de cautiverio de Hamas en
Gaza, recuperó su libertad en el 2011 a cambio de la liberación de 1027 presos
palestinos.
http://www.elmundo.es/internacional/2014/06/15/539d3fe1ca474110648b456d.html
El odiado ariete de la modernidad
Mario Noya
http://www.libertaddigital.com/opinion/ideas/en-defensa-de-israel-1276229389.html
Nada mejor –ahora que los
maestros ciruela de la Libertad crean escuela aquí en Europa y pretenden dar
lecciones más allá, en la Tierra de los Libres– que recordar, con Marcos
Aguinis, que Israel es “el odiado ariete de la modernidad” en Oriente Próximo;
que Israel “soñó y se preparó para ser Atenas y lo han forzado a ser Esparta”;
que Israel, en fin, es el enemigo cordial de los reaccionarios de todas las
tendencias: izquierdas, centros y derechas.
Nada mejor –ahora que se nos
presenta a Abú Amar/Alí Babá como Padre Constructor y Protector del pueblo
palestino– que leer al siempre lúcido Gabriel Albiac; cuando compara a aquél
con el Allende que se voló los sesos en el Palacio de la Moneda:
“Un dirigente que lanza a sus
hombres (y sus niños) a hacerse matar como mártires, sin ton ni son, es lo
peor. Lo moralmente obsceno. Sobre todo, si él sigue vivo”;
o cuando advierte de que el
proarafatismo es “la coartada europea del antisemitismo”; o cuando da en
maldecir al victimario y a quien le jalea:
“La Intifada es la apuesta fría
de adultos que erigen entre sus metralletas y los tanques una trinchera de
niños (...) La Intifada se asienta sobre una cristalina depravación moral:
intercambio de cadáveres por telediarios”.
Nada mejor –ahora que el síndrome
de Esto-es-el-colmo alcanza niveles de pandemia en Occidente– que
frecuentar este pasaje de Marcelo Birmajer, donde habla de los judíos progres y
de los progres sin más distingos:
“No se les ocurre suponer que los
atentados no son contra los pecados que sin duda cometen o pueden cometer EEUU
o Israel, sino precisamente contra todo lo que tienen de bueno (...) [El
odio de los terroristas] contra las democracias no está movido por el
deseo de liberar a sus pueblos, sino por la pasión por dominarlos
absolutamente”.
Nada mejor –ahora que se ensalza
el embrutecimiento de un pueblo arrasado por una dirigencia ladrona y
sanguinaria– que atender a lo que dice Roberto Blatt en Vistas desde el
frente: la “vieja guardia de Túnez” entró como elefante en cacharrería en Gaza
y Cisjordania, “desplazando al liderazgo local”, a la clase política “realista
y experimentada en el juego político” salida de la “flamante burguesía
ilustrada y crítica” que había brotado en los Territorios como consecuencia de
la “contradictoria política de ocupación israelí”, mezcla de “represión y
liberalidad”.
Nada mejor –ahora que vamos de
moralmente espléndidos– que traer a colación unas palabras de José Jiménez
Lozano:
“(...) el Holocausto parece haber
dejado intacto todo el antiguo humus antisemita en toda Europa, y también el de
nuestra antijudería española, que realmente nunca se ha exorcizado”.
Nada mejor –ahora que
constatamos, día tras día y con Albiac, que leer la prensa es una “minuciosa
incitación a la misantropía”- que consultar La judeofobia en los medios de
comunicación europeos, de Daniel Laks Adler. Pierdan cuidado los calumniadores
de Israel: no se estudiará en las facultades de Ciencias de la Desinformación
ni se dará por aludida la Canallesca. No vayan a enterarse los españolitos de a
pie de lo que pasó realmente en Yenín, o de lo que filmaron algunos insensatos
en Jerusalén Este en pleno 11 de Septiembre...
Nada mejor –ahora que están
salidas de madre las faranduleras que rindieron pleitesía a Arafat y a son
semblable, son frère Satán Husein– que demorarse en estas líneas de Jaime
Naifleisch:
“En esta guerra contra Israel son
muchos, y muy enrevesados, los motivos e intereses. Sólo falta en ella la
pretendida justificación principal: el amor y el respeto por las personas
árabes metidas en la trampa en la que están metidos los judíos”;
y en estas otras:
“¿Es en nombre de la cultura, de
la convivencialidad, del derecho de gentes, de la producción simbólica, de la
filosofía, en nombre de la vida, que se sostiene esta guerra contra Israel?”.
Nada mejor –ahora que recurren a
los noruegos quienes quieren hacerse los suecos– que reparar en lo que dice
Valentí Puig sobre el marido de Suha, madre frustrada de terroristas suicidas:
“(...) la paradoja de ser premio
Nobel de la Paz y al mismo tiempo alentar a la muchachada palestina a que se
ciña un fajo de explosivos a la cintura”.
Nada mejor –ahora que los de
siempre venden como churros, como siempre, su mercancía ideológica averiada–
que grabarse a fuego en la memoria dos fragmentos del texto de Pilar Rahola;
uno:
“Europa se ha librado de los
judíos, pero no (...) de la judeofobia (...) Ello explica su histerismo
acrítico propalestino, su izquierda ferozmente antijudía, su macabra
banalización de la Shoá (...), sus intelectuales de pacotilla, tan amantes de
la libertad que han ido amando intelectualmente a todos los dictadores de la
historia, Stalin, Mao Tsé-Tung, Pol Pot, ahora Arafat”;
y dos:
“[ir] a favor de
Israel [es] la forma más inteligente, razonable, prudente y honesta
de ir a favor de Palestina”.
Nada mejor, en fin, ahora que hay
cola para escupir en la tumba de Churchill y enfundarse el traje de
Chamberlain, que atender a Horacio Vázquez-Rial, viviseccionador de la
izquierda reaccionaria:
“En estos días difíciles de la
historia de Occidente (...), la solidaridad con Israel es (...) el único
compromiso válido con la modernidad, con el pensamiento libre y con la
estabilidad democrática”.
Es En defensa de
Israel un libro imprescindible, digo, y más con la que está cayendo;
imprescindible pero irregular, como no podía ser de otra forma si tenemos en
cuenta que lo han parido 19 autores, cada uno de su padre y de su madre (aunque
se echa en falta alguna aportación acorde con los puntos de vista del partido
mayoritario en aquel país: el difamadísimo Likud). De ahí que nos encontremos,
junto a lo bueno, lo menos bueno; autores que están a la altura y autores que
parecen puestos ahí por el ayuntamiento (no el de Oleiros que Dios confunda,
ciertamente); contribuciones sin concesiones al lado de salidas antisharonitas
tan manidas como injustas (en Krauze y en Pessarrodona); verdades como puños
pero también algún que otro disparate (en Salabert y, sobre todo, en
Naifleisch, que se empeña en hacernos comulgar –en su por otra parte
estimulante ensayo– con la más pesada y célebre de las ruedas de molino:
aquella que dice que no es jamás la izquierda la siniestra, sino sólo y siempre
la derecha).
Va siendo hora de echar el
cierre. Lo haré formulando un deseo: que el año que viene por estas fechas
tengamos entre las manos un segundo volumen del mismo nombre; con trabajos de,
se me ocurre a bote pronto, Jon Juaristi, César Alonso de los Ríos y cinco,
seis, siete autores de esta Casa: Federico Jiménez Losantos, Carlos Alberto
Montaner, César Vidal, Pedro Schwartz, Juan Carlos Girauta, Julia Escobar,
Antonio José Chinchetru y, por supuesto y aunque repita (por pedir que no
quede: que repitan varios), el que se firma Lucrecio...
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