viernes, 30 de agosto de 2013

¿Y SI RESULTA UNA ESPECIE DE HEIDI?

Estoy terminando de leer la novela de Michael Cunningham "Una casa en el fin del mundo" y, uno de los capítulos, me hizo pensar sobre lo diferente que somos y lo que, al mismo tiempo, nos parecemos. Podría parecer una paradoja pero en el fondo la vida nos convierte a todos (bueno, a casi todos) en seres con las mismas necesidades básicas, quizá con la misma necesidad: el amor.
Las Religiones se empeñan en marcar el ritmo, en enseñarnos la luz, en mostrarnos el camino, pero siempre el control lo tienen en sus manos recordándonos que sólo hay una forma y es la que ellos dicen. Y lo triste es es que no son únicamente conservadores, sino que se niegan a aceptar que la cosa cambia, que ha cambiado, que ya no marcan el tempo como un diapasón. Si el amor es lo que mueve el mundo ¿qué importa si se trata de A o B? ¿qué importa si lo llaman matrimonio, unión civil, arrejunte o cómo se quiera? ¿por qué una determinada fe puede imponer sus normas a los demás? Lo importante, bajo mi punto de vista, es que todos debemos ser iguales, tratados iguales; ¿no tenemos los mismos deberes? pues también los mismos derechos. ¿Porqué una mesa se ha de llamar mesa o de otra manera según se siente uno u otro? ¿qué más da la etimología matris monium hoy? más bien poco o nada. Matrimonio es la palabra aceptada por todos para casarse, y no es una palabra propiedad de la Iglesia, de una o de otra. Las palabras no tienen dueño.
Los periódicos de cierta tendencia corren raudos a publicar noticias sobre divorcios homosexuales, sin darse cuenta (es tal su ceguera) que no hacen sino demostrar la normalidad de estas uniones. Da igual si te casas con un hombre o con una mujer, el vínculo es el mismo, amor, y si se rompe lo hará de la misma y triste manera. Lo normal es enamorarse y ser feliz con la persona elegida, sea cual sea, sea del sexo que sea. Lo anormal es predicar abstinencia (algo contra natura per se) y luego liberar la tensión sexual con niños, o llevar una doble vida. Precisamente, estos mismos que predican el amor son los más intolerantes sobre la faz de la tierra.
-¿Y si resulta una especie de Heidi? -decía-. No quiero que un hijo mío sea demasiado bueno. No podrías soportarlo.
Una casa en el fin del mundo. Michael Cunningham  

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