sábado, 17 de agosto de 2013

LOS JUDÍOS O EL ATREVIMIENTO DE LA IGNORANCIA

Cenamos anoche en un pequeño restaurante donde se come muy bien y hay únicamente tres mesas al aire libre. En una de ellas estábamos nosotros y en la de al lado se sentó un grupo de amigos. Hasta ahí todo bien.
La noche fue pasando, a la par que los platos y, entre tema y tema de conversación, alcancé a escuchar una parte de lo que hablaban en la cercana mesa -imposible no oírlo, por otro lado, dado el volumen del interlocutor-. 
> Yo es que odio profundamente a los judíos... 
Así que, ante esta frase con tanta contundencia no pude dejar de escuchar lo que, a partir de ahí, fue una arenga antisemita como cualquiera de las que se podían haber oído mil veces durante mil años. Claro que a ésta se le sumaban toques de historia moderna a la altura de:
> La guerra de Irak la organizaron los judíos.
> Lo de Egipto ahora es culpa de los judíos.
> ¿Y qué me dices de lo que está pasando en Siria? pues ¡los judíos también!
Ya antes de estas frasecitas había soltado algunas perlas que ilustraban, de manera culta e histórica, sus argumentos, mientras él hablaba de los palestinos en primera persona. Las bases de su argumentación eran, grosso modo:
> Imaginen que la ONU decide que "la colonia" inglesa andaluza se quede en aquella zona de España y que todos los que no son ingleses se deben marchar. Pues esto es lo que ocurrió en Palestina con los judíos.
> ...es que los judíos han descivilizado Palestina. Claro, ellos son unos cracks en lo que hacen y han hundido todo lo que no es judío.

Si hubiéramos estado en una película yo me hubiera levantado y, después de mirar al sujeto a la cara, le hubiera dado un pequeño discurso con unos mínimos conocimientos de historia, moderna y antigua, que desmontasen tal cantidad de recurrentes barbaridades. Pero no estábamos en el cine y yo permanecí más pendiente de la conversación que de mi comida hasta que por fin cambiaron de tema y yo pude retornan al atún marinado. Lo que me llamó la atención, entre otras cosas, es que en aquella mesa, con unas 7 u 8 personan cenando, no hubo nadie que aportase un solo dato constructivo a la conversación, todos se limitaron a escuchar al conferenciante y asentir.
¡Qué atrevida es la ignorancia!

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