martes, 4 de octubre de 2011

BOETTI

FUNDACIÓN CARMIGNAC GESTION. 04-10-2011
Aerei (Aviones), de 1989, pieza de Alighiero Boetti de bolígrafo sobre papel fotosensible montado sobre lienzo.
Viaje alucinante al fondo de Boetti
El Reina Sofía reconstruye, a través de una exposición que viajará a Nueva York y Londres, la trayectoria de uno de los grandes representantes del 'arte povera'.
FIETTA JARQUE - Madrid - 04/10/2011

Alighiero Boetti previó el día de su muerte para el 11 de julio de 2023. Grabó la fecha en una plancha de cobre y después la hizo bordar sobre una pequeña tela cuadrada. Calculaba que para entonces tendría unos curtidos 83 años de edad. Su vida fue mucho más corta; no llegó a los 55. Enredar con calendarios y relojes, una de sus pasiones, no siempre juega a tu favor. En todo caso, no a favor de la vida, pero sí a favor del mito. La vida y obra del artista italiano (Turín, 1940-Roma, 1994) ha cobrado una especie de aura que sigue destellando una luz propia intensa en su baja intensidad. Fue uno de los primeros miembros del movimiento del arte povera, en 1967, que abandonó después para embarcarse en proyectos que implicaban la idea del viaje, acercarse al "otro". Algunas de sus actitudes marcaron un sendero en el desierto que muchos artistas siguieron después.
"Era un hombre muy carismático, guapo, interesado por la poesía sufí, los juegos de azar y la narración", recuerda Lynne Cooke, una de los tres comisarios de la retrospectiva de este artista y subdirectora del Museo Reina Sofía, donde hoy se inaugura la muestra. La exposición, titulada Estrategia de juego, ha conseguido reunir 150 obras de Boetti en una coproducción con la Tate Modern, de Londres, y el MoMA, de Nueva York, museos donde se expondrá posteriormente.
Su periodo povera duró apenas dos años. Aunque usara elementos de desecho o materiales de construcción, sus piezas traslucían una elegancia minimalista. Tampoco le iba la militancia política a través del arte. "Todo giraba demasiado en torno a los materiales. Al final eran más importantes que lo demás", afirmó el artista. "Lo dejé todo como estaba y empecé de nuevo, desde cero, con un lápiz y una hoja de papel". "Derivó hacia el arte conceptual, que entonces se perfilaba con las obras de Bruce Nauman y Laurence Weiner", continúa Cooke. A partir de 1968 cambió su nombre artístico a Alighiero e Boetti, como si fueran dos personas. Gemelos, según él. Y así se hizo fotografiar. "Alighiero es la parte extrema, más infantil, que domina las cosas familiares. Alighiero es como me llama la gente. Boetti es más abstracto", explicaba. "Si la gente ve una de mis obras dice: 'es un boetti'; no, 'es un alighiero". Era él y su doble.
Viajó a Afganistán en 1971 y eso cambió su vida. Lo hizo con la idea romántica de emular las aventuras de un antepasado suyo, un monje dominico del siglo XVIII que terminó liderando un levantamiento del pueblo checheno contra Catalina la Grande. Aunque este nunca llegó a Afganistán, Alighiero Boetti se instaló en Kabul como muchos otros jipis de entonces, un lugar puro, libre de la decadencia occidental y pacífico, por entonces. Su fascinación por los mapas lo llevó a encargar tapices y bordados diseñados por él a las artesanas afganas. Una serie de mapamundis con el perfil de cada país convertido en su bandera es una de sus series más conocidas. También estarán en la exposición piezas como Los mil ríos más largos del mundo y Orden y desorden. Los tapices y bordados significaron su descubrimiento del trabajo colaborativo, algo frecuente hoy pero entonces inusual. En los mapamundis las bordadoras, que no reconocían la imagen de los océanos, utilizaban cualquier color de hilo para hacerlos. A Boetti le gustó ese aparente error y les dejó escoger desde entonces el color de los mares: naranja, verde, dorado, gris. Había descubierto también el misticismo sufí en la espiritualidad islámica. Un elemento de interés que cobró fuerza en los años que le quedaron de vida.
En Kabul también montó el mítico One Hotel en una zona comercial del barrio de Sharanaw. No fue para él un negocio, sino un aspecto más de su práctica artística. Creadores actuales como Francis Alys, Mario García Torres o Jonathan Monk han realizado trabajos a partir del One Hotel. La idílica relación de Boetti con Afganistán terminó abruptamente en 1979, con la invasión soviética del país, aunque él siguió manteniendo relación con afganos en el exilio. Los últimos años continuó su búsqueda por el mundo y aumentó el ritmo al que producía sus obras. En Japón contó con la colaboración de un calígrafo, Enomoto San, para sus piezas con sellos japoneses y origami. Deambuló por Zanzíbar, Marruecos, Kenia o Guatemala. "Le interesaban sobre todo las técnicas tradicionales en cada lugar", señala Lynne Cooke. "Fue un jugador de dados porque le fascinaba el azar y el destino. Vivía el momento, no le interesaba el éxito. El suyo era otro modelo de artista, más independiente, más celoso con lo privado". Nunca olvidó Afganistán y pidió que sus cenizas fueran esparcidas allí en "las aguas lapislázuli de los siete lagos de Band-e-Amir, en los cráteres de las desérticas montañas de Kush", cuando la situación lo permita. Tal vez el 11 de julio de 2023. O antes.

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