domingo, 30 de octubre de 2011

EL MISTERIO DE LA CAZA

Nunca me ha gustado la caza, aunque podría entenderla siempre que se trate de supervivencia; la caza mayor, como deporte, me produce un rechazo intenso, no la entiendo en absoluto. Y más cuando los cazadores se jactan constantemente de amar a los animales. Peor me lo ponen, los aman pero los matan.
Estaba leyendo un profuso artículo en el Vanity Fair sobre el nieto de Franco, de igual nombre y apellido, donde se nos muestra su casa llena de trofeos cinegéticos: el cráneo de un elefante como motivo ornamental de una fuente, patas de leones como ceniceros, colmillos, cuernos y todo tipo de hortera parafernalia similar. Ahora, recuerda este señor, del que ignoro la razón para hacerle un reportaje -parece que lo único que ha hecho en la vida es matar animales y ser nieto de un dictador-, todos los trofeos lo son de cacerías, como debe ser.
¿Los animales se aparecerán una vez muertos como los fantasmas de los castillos escoceses?  Si es así muchos deben vivir en horribles mansiones como éstas.

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