Esta mañana, con la intención de despejarme un rato, salí con un libro a tomarme un café a la cafetería de la esquina para después pasar por el supermercado. Cafeteado convenientemente y tras 15 minutos de plácida lectura, me dispuse con la compra en uno de esos carritos pequeños tan cómodos. Una vez pagada y pasado todo a sus respectivas bolsas, saliendo del recinto me cruzo con una señora -mediana edad, buen aspecto- que me pregunta ¿podría comprarme una bola de carne para mis hijos?
A te tal pregunta pasaron por mi cabeza, en centésimas de segundos, preguntas automáticas que el mundo en el que vivimos nos ha marcado a fuego: me estará mintiendo o será verdad que no tiene ni para darle de comer a sus hijos? Pensaba en ello mientras le miraba la ropa, los tenis, si llevaba móvil. Prejuicios, pensé para mí mismo.
Señora, espere a que deje la compra en el coche y vuelvo. En uno momento me acerqué de nuevo a la esquina donde ella esperaba expectante.
Entremos juntos señora, pase usted delante.
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