Una fiesta de abrazos en un domicilio particular en California. DAILY BREEZE GETTY
Se compran amigos y abrazos: la epidemia de soledad en EE UU
ya es un negocio
Las autoridades alertan de que sentirse solo es tan dañino
como fumar 15 cigarrillos diarios. El problema ha alumbrado a una pequeña
industria para combatirlo.
Washington 26
AGO 2019 - 18:17 CEST
Un fin de semana de verano, Tracy Ruble y otras 20 personas
se instalaron con sillas vacías en una esquina de una calle de San Francisco
para hablar con desconocidos. Chuck McCarthy ofreció entrevistas en Los Ángeles
sobre el éxito de su aplicación The People Walker, en
la que “paseantes” cobran entre siete y 21 dólares (entre seis y 19 euros) por
acompañar a caminar a otra persona. Adam Paulman, de 65 años, asistió a una
fiesta de abrazos en San Diego. Una treintena de personas pagaron 20 dólares
para tocarse unos a otros sin intenciones sexuales. Mientras proliferan este
tipo de iniciativas, las autoridades sanitarias de Estados Unidos alertan de
que hay una “epidemia de soledad”, una condición más dañina que la obesidad
y tan perjudicial como fumar 15 cigarrillos diarios. Las
cifras les dan la razón. Más de la mitad de los adultos de este país consideran
que nadie los conoce realmente y un 46% reconoce sentirse solo a veces o
siempre, según la última encuesta de Cigna e Ipsos.
No importa el género o la ascendencia, la diferencia la
determina la edad. La llamada generación centenial (de 18 a 22 años),
nativos digitales, es la que se siente más sola. Una conclusión obvia sería
responsabilizar a la hiperconectividad, pero según la muestra mencionada, no
existe una variación relevante entre quienes usan mucho o poco las redes
sociales. El factor que define que una persona se sienta más o menos sola es la
frecuencia con que sostiene relaciones personales cara a cara. Lo grave del
aislamiento es que puede tener consecuencias mortales, como advirtió Julianne
Holt-Lunstad, profesora de la Universidad Brigham Young, durante una declaración
ante el Senado en 2017, en la que advirtió que este problema es tanto
estructural como psicológico.
Desde hace dos años, CareMore Health ofrece
en los planes de salud para adultos mayores y personas de escasos recursos un
programa llamado Unidos, que trata la soledad como una condición de salud que
se puede diagnosticar, prevenir y tratar. En la práctica, consiste en llamadas
telefónicas semanales, visitas al hogar del paciente, estímulo personal y programas
comunitarios.
Como apunta la máxima de los emprendedores, donde existe un
problema, hay una oportunidad de negocio. Chuck McCarthy, creador de The People
Walker en 2016, explica que su servicio de cobrar por pasear acompañado es una
respuesta a las compañías que invierten miles de millones de dólares “para que
las personas se sienten solas delante de una pantalla”. “Si alguien está
caminando, no está en las redes sociales, no está viendo servicios de streaming, no
está jugando videojuegos y no está comprando online”, afirma. Todos los
“paseantes” pasan por un proceso de solicitud y verificación de antecedentes
penales. Además, se hace un seguimiento de la ubicación durante el recorrido
del usuario.
Un Tinder de amigos
Rent a Friend, fundada en 2009 en
EE UU, cuenta con más de 600.000 “amigos de alquiler” en varios países del
mundo. Los usuarios, que pagan entre 10 y 50 dólares la hora, también deben
seguir un protocolo: reunirse en un lugar público, tener el móvil a mano,
decirle a un conocido dónde va a estar y a qué hora planea regresar, entre
otras. El emprendedor Scott Rosenbaum se inspiró en una aplicación japonesa,
donde la gente pagaba para que un desconocido los acompañara a un funeral o a
una cena familiar tras un divorcio. Sin embargo, en EE UU funciona como un
Tinder de amigos. Rosenbaum explica que los usuarios hablan con varios
candidatos y cuando encajan con uno, contratan su servicio, aunque entre las
opciones que ofrece el sitio web aparece “actividades familiares”. A diferencia
de las fiestas de abrazos, el contacto físico está prohibido. En este tipo de
encuentros nocturnos, creados hace 15 años, el objetivo es “conocerse y crear
lazos”, explica Adam Paulman, quien hace de participante y vigilante en estas
fiestas desde hace cinco años.
Voluntarias de Sidewalk Talk, sentadas, se ofrecen a charlar
en Fairfax. BILL O'LEARY GETTY
Para la terapeuta Tracy Ruble, el hecho de que haya tantas
iniciativas para combatir la soledad “demuestra lo grande que es el problema”.
En 2015 fundó Sidewalk Talk: junto a unos amigos se sentó
en la calle frente a sillas vacías, desplegadas para que quienes quisieran
conversar con ellos, lo hicieran. Fue tal el éxito que lo transformó en una
organización, que ahora funciona en más de una docena de países. De los más de
4.000 voluntarios que participan, una cuarta parte de ellos conocieron el
proyecto porque fueron “escuchados” y ahora quieren devolver la ayuda recibida.
Los voluntarios son capacitados para tener nociones básicas de crisis mentales
y poseer empatía. En los cuatro años que llevan funcionando, solo han tenido
dos episodios negativos, según Ruble.
En cuanto al lucro que están generando algunos
emprendimientos con lo que ahora se considera una enfermedad, la terapeuta
responde que no quiere juzgar a los clientes dispuestos a pagar, pero que
cuando lo haces, “hay una dinámica de poder que no existe en las actividades
gratuitas, donde todos somos lo mismo”. Para ella, si bien estos proyectos son
parte de la solución, lo que hay que lograr es que las personas reciban sueldos
dignos. “Cuando tienes tres empleos para poder subsistir quedas agotado y no
tienes ganas de juntarte con nadie. Además, tenemos que construir una
infraestructura para la gente necesitada. No puede haber el nivel de mendigos
que hay en la calle”, alerta la mujer de San Francisco, donde el número de
personas sin hogar ha crecido un 17% en los dos últimos años, superando los
8.000. Un habitante de cada 100 no tiene techo. La encuesta no incluye la
pregunta sobre si se sienten solos, pero la respuesta se puede intuir.
UN PAÍS SIN CULTURA DEL TACTO
“En Estados Unidos no existe la cultura del tacto, que es un
tipo de comunicación más allá de las palabras. En las fiestas de abrazos puedes
pedir que te toquen y aprender cómo te gusta que lo hagan”, sostiene Adam
Paulman, un participante. Los asistentes, que acuden en pijama para no
potenciar el deseo sexual, suelen tener entre 35 y 70 años. Sostiene que, desde
que comenzó a ir, nunca ha presenciado una situación de abuso. “Puedes
encontrar a alguien atractivo y que te despierte una energía sexual, pero al
igual que en un aeropuerto, aquí tampoco haces nada al respecto”. Antes de
empezar la fiesta, se reúnen en círculo para presentarse y compartir por qué
han asistido. En esa conversación se explica que no puede haber un tipo de
contacto sexual. “Si hay alguien muy entusiasmado, le pedimos que se siente”,
concluye.
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