‘Carnófobos’ a conciencia
Cada vez se comen menos animales y hay más interés por las
dietas exentas de ellos. El animalismo suma aliados gracias a la sensibilidad
ambiental.
Madrid 11
AGO 2019 - 13:06 CEST
La guía gastronómica de Lonely Planet del año 2000 hacía una
advertencia a los turistas vegetarianos: “Los españoles consideran un cerdo
muerto como un vegetal. Quien quiera visitar el país debe meter en su maleta un
alijo de vitaminas y gran sentido del humor”. Lo que hace dos décadas era una
afirmación dudosa, hoy no se sostiene: el consumo de carne baja,
los restaurantes vegetarianos se multiplican y las búsquedas en Google muestran
un interés creciente por una alimentación exenta de animales (ver gráfico).
Parece claro que ha llegado a España una ola que ya
surfeaban otros países desarrollados; una que trae más conciencia del sufrimiento
animal y que apuesta por reducciones en su consumo; una a la
que ya estaban subidos científicos del clima, que vienen advirtiendo desde hace
tiempo de que si todo el mundo comiera carne al ritmo al que lo hacen las
poblaciones más privilegiadas el planeta colapsaría.
Es un mensaje que en pleno agosto ha llegado a los hogares
en forma de un informe del panel
internacional de expertos que asesoran a las Naciones Unidas
sobre el cambio climático (IPCC) alertando del enorme impacto que el sector de
la alimentación tiene en el calentamiento global: supone un 24% de las
emisiones. Urgen a cambiar dietas con
más protagonismo de frutas, verduras y legumbres, sin descuidar la lucha contra
un desperdicio que provoca que casi un tercio de todos los
alimentos que se producen acaben en la basura.
La ganadería contribuye tanto a
las emisiones de gases de efecto invernadero como todo el
sector del transporte: se reparten un 14% de ellos cada uno, según la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO). Los animales
requieren de grandes recursos hídricos; en el caso de los rumiantes, con las
flatulencias expulsan enormes cantidades de metano (con mucho más poder de
efecto invernadero que el CO2); se alimentan a menudo de cereales que necesitan
gigantescas extensiones de tierra que antes fueron bosques. Con este panorama
pareciera que dejar de comerlos es casi un imperativo moral. Pero no es tan
sencillo. Ni siquiera el IPCC aboga por ello, sino a consumirlos con moderación
y de producciones sostenibles en el mundo rico. Mientras, en los países en
desarrollo muchas poblaciones más bien aspiran a comer algo de carne para
luchar contra la desnutrición.
Salvador Calvet, profesor de ciencia animal en la
Universitat Politècnica de València y coordinador de la Red
Científica de Mitigación de Gases de Efecto Invernadero en el Sector
Agroforestal, lo ve así: “Es necesario cambiar, y no en un solo
sector, sino en todos los que contribuyen al calentamiento. Más que una acción
concreta, es el modo de vivir”. En este, incluye coger el coche a diario y
comer más carne de la que necesitamos. La Organización Mundial de la
Salud aconseja no más de 26 kilos al año por persona, unos 500
gramos semanales; España venía consumiendo justo el doble en 2008 (52 kilos),
pero se ha reducido a poco más de 46, según los últimos datos del
Panel de Consumo Alimentario del Ministerio de Agricultura,
Pesca y Alimentación.
Los nutricionistas insisten en que para mantener una dieta
saludable no es imprescindible, ya que se pueden obtener nutrientes similares
de otras fuentes, que además necesitan menos recursos. Como ejemplo, 100 gramos
de proteína vacuna producen una media de 50 kilos de dióxido de carbono
equivalente (el CO2 equivalente es una medida que aúna el impacto de distintos
gases de efecto invernadero) y requiere 164 metros cuadrados al año. Mientras,
la misma cantidad procedente de legumbres genera 2,7 kilos de CO2 en solo 4,6
metros cuadrados.
“Hay que analizar cada tipo de producción, las intensivas son muy
criticadas, pero también muy eficientes. Las ecológicas presentan
ventajas, pero no necesariamente en términos de emisiones”, matiza Calvet. De
hecho, es frecuente que la producción de alimentos con esta etiqueta aporten
más gases por unidad, debido a su menor eficiencia y una mayor necesidad de
suelo, como han mostrado varios estudios, recientemente uno publicado en la
revista Nature Sustainability. La ganadería también tiene algunas ventajas
difíciles de medir: el pastoreo desbroza
el monte y reduce la virulencia de los incendios. “No se puede reducir la
medición a los eructos de las vacas”, resume el experto.
Las principales razones de quienes consumen menos carne o
directamente la obvian no son, sin embargo, climáticas. Según el estudio The Green
Revolution,que publicó la consultora Lantern en 2017, en España la
mayoría (57%) lo hace por motivos éticos y de trato animal; la sostenibilidad
es la principal razón para un 21% y el 17% lo hace por salud. Para el informe
hicieron una encuesta a 2.000 personas, de las que el 35% había decidido
reducir el consumo de carne roja en el último año. Según el sondeo, algo más de
un 7% de los españoles son lo que denominan como veggies (ver
gráfico), es decir, que no prueban productos de origen animal (veganos), que no
comen carne, pero sí huevos, leche y miel (vegetarianos) o que solo la consumen
de forma muy ocasional (flexivegetarianos). El porcentaje está muy por debajo
de otros países. En Estados Unidos, por ejemplo, los veggies suman un
13%, pero si se miran las cifras totales, también consumen mucha más carne,
casi el triple que en España.
Esta creciente conciencia animalista casa bien con los
resultados electorales del partido que abandera esta
ideología, el PACMA, que en la última década ha multiplicado por
siete el número de votos en las sucesivas elecciones generales hasta llegar a
los 326.000 del pasado abril. Su portavoz, Laura Duarte, opina que el informe
del IPCC reafirma algo que ya se sabía desde hace años: “El actual modelo no es
compatible con la crisis climática, más allá del trato de los animales”. La
organización lleva años proponiendo medidas parecidas a la que está
discutiendo Alemania sobre gravar más a los productos cárnicos. Pero
no solo eso; piden también subir impuestos a las granjas intensivas a la vez
que se reducen a la agricultura, “especialmente de proximidad”, en palabras de
Duarte.
Aunque su prioridad es el bienestar animal, para la
dirigente de PACMA esta sensibilidad se entrelaza con las necesidades del planeta.
“A quienes les preocupa el sufrimiento de otros seres vivos les refuerza en su
decisión de dejar de comerlos la sostenibilidad, y viceversa”, resume la
política.
Emisión de amoniaco
Sin necesidad de renunciar a la carne Rosa Díez Tagarro,
portavoz de la Coordinadora Estatal Stop Ganadería Industrial,
apuesta por una reducción. “Pero no solo se trata de comer menos, sino de sacar
toda la ganadería industrial del plato y que la que se consuma sea
preferentemente agroecológica y siempre extensiva”, asevera. Su organización
denuncia que España vulnera el límite de emisión de amoniaco debido a la
proliferación de explotaciones de porcino industrial y avícola. “El amoniaco
provoca la acidificación de los ecosistemas y multiplica la creación de
micropartículas en suspensión. Además, su producto de degradación es el óxido
nitroso, un gas de efecto invernadero y mucho más potente que el CO2”, asegura.
El sector, sin embargo, contribuye menos al calentamiento
global que la media mundial. La agricultura es responsable directa del 11% de
las emisiones de gases de efecto invernadero en España, de los cuales algo más
de la mitad corresponde a la cría de animales y la gestión de sus deyecciones,
según datos de 2016 de la Agencia Europea de Medio Ambiente. Está muy por debajo de los sectores
de la energía y el transporte. Un portavoz de la Asociación
Nacional de Industrias de la Carne de España (ANICE) hace
hincapié en que el cambio de modelo es general, no solo de su sector. Para
Javier López, presidente de la asociación Provacuno,
el informe del IPCC no viene más que a recomendar una dieta similar a la
mediterránea. “Cuando hablan de reducir carne deben de estar mirando a países
como EE. UU.”, señala.
¿TENDENCIA IMPARABLE O MODA?
La reducción del consumo de animales es una tendencia y el
principal motivo es la conciencia con el sufrimiento animal. Para Laura Duarte,
de PACMA, cualquiera que vea una granja de producción intensiva debería sufrir
un rechazo inmediato a esta práctica. En los movimientos animalistas es
frecuente el término especista, una analogía con racista para
definir a quien siente que su especie (en lugar de su raza) es superior. En el
futuro comer animales se verá, según esta corriente, casi como el canibalismo.
Jesús Zamora Bonilla, profesor de Filosofía de la UNED,
piensa todo lo contrario. "Incluso para producir plantas hay que matar a
millones de animales, porque utilizando el suelo se quita su medio de vida.
Tenemos que elegir quitar la vida a unos cuantos millones o unos pocos más.
Pero vamos a ser genocidas de animales hagamos lo que hagamos", opina.
Asume que el animalismo es más popular hoy que hace años, pero lo atribuye a
que vivimos en una sociedad con una relación diferente con otros seres vivos. "Antes
estábamos acostumbrados a utilizarlos. Ahora es posible que el único contacto
que tengamos con ellos sea con las mascotas. Las ideas están muy sometidas a la
moda, no me atrevería a apostar si en el futuro va a continuar esta o va a ser
distinta", concluye.
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