HISTORIAS DE MI PUEBLO | PUERTO DE LA CRUZ: Los nombretes,
los ingleses y los pies descalzos
El Ayuntamiento, con una localización extraordinaria, fue el
primero donde se desarrolló el turismo canario.
Juan Cruz. 12 MAY 2019 - 21:55 CEST
En mi pueblo todo el mundo tenía nombrete. Este chico le
grita a su padre: “¡Por tu culpa culpita yo soy Pipa Negra, Pipa Negra!” A su
lado resuenan las olas del paraje más bello, la Punta del Viento.
Si hay una esquina que representa este paraje de nueve
kilómetros cuadrados, la primera ciudad donde se desarrolló el turismo en
Canarias, es ese rincón airoso en el que escuché tal improperio. Y si hay algo
que forme parte de la idiosincrasia de mi pueblo es esa abundancia de
nombretes. Jugábamos descalzos en las calles de tierra y perseguíamos a los
ingleses (los turistas) para que nos dieran pennies.
El pueblo se hizo turístico para aprovechar una localización
extraordinaria, un clima de “eterna primavera”, un jardín del siglo XIX. Aunque
se pasaron de rosca los especuladores, no llegaron a quitarle a este sitio de
pescadores ni esa Punta del Viento, ni el Penitente ni el muelle ni, por
ejemplo, el Sitio Litre (ahí desde 1730, ahora centro cultural dirigido por
John Lucas) o el Callejón Cagado (así llaman a una de las callejas más hermosas
del Puerto).
Enrique Talg, descendiente de visionarios alemanes, me
refrescó por qué sus antepasados se fijaron en el Taoro para edificar aquí la
joya de la zona, el Hotel Tigaiga: “Porque aquí hasta la atmósfera te dice que
estás en el Puerto”. El abuelo dirigió el Taoro, durmiente eslabón de la vieja
hostelería que resucitará ahora de manos de los promotores del sureño Abama.
Margarita Rodríguez Espinosa, profesora, historiadora del
Puerto, se fija en “la ambición cosmopolita” de este “cacho de tierra” en el
que nacieron el ingeniero Agustín de Bethencourt o los Iriarte y que dio
acogida a Bertrand Russell, a Agatha Christie y a Humboldt, y donde una
institución, el Instituto de Estudios Hispánicos, fue durante decenios la única
biblioteca cultural de la ciudad. “¡Ah, y no te olvides del mar en San Telmo!”
La historia del Puerto tiene ahora novela. Es El baúl
de los cangrejos (Del Medio Ediciones), de Javier González. El socialista
Paco Afonso, primer alcalde de la democracia, aceleró en los ochenta el
renacimiento de un pueblo que languidecía. ¿Y ahora? “Ahora es una ciudad
pueblo donde puedes conversar con los que te han visto crecer, disfrutar de
quienes vienen detrás, y vives un continuo fluir de personas que te aportan
otras formas de pensar en un espacio geográfico privilegiado por el clima”.
Dice el portuense: “Aun siendo pobres es mejor vivir aquí”. En mi casa tengo
una fotografía en la que todos los chicos de mi barrio están descalzos y
riendo. Mi viejo pueblo tan amado, lleno de pasado y de belleza.
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