Arturo Pérez-Reverte: “He perdido
el respeto por muchos seres humanos, pero jamás por los perros”
El escritor ha presentado en Madrid su nueva novela, publicada por Alfaguara: Los perros duros no bailan.
Arturo Pérez-Reverte ha publicado
tres novelas en menos de tres años. Desde la saga protagonizada por su más
reciente criatura, Lorenzo Falcó,
que comenzó en noviembre de 2016 con el libro inaugural y al que siguió Eva, en
otoño de 2017, hasta Los
perros duros no bailan, una novela que Pérez-Reverte ha presentado ante la
prensa este jueves 5 de abril junto a Pilar
Reyes, jefe editorial de Alfaguara. Se trata de una novela policíaca
al uso, contada por Negro, un mastín español mezclado con fila brasileño. Un
tipo duro. Un perro con pasado de peleador y asesino en los combates
clandestinos organizados por delincuentes y que volverá a ese infierno para
rescatar a sus amigos, a quienes sospecha han secuestrado para usarlos a ellos
también como peleadores. Ese es el punto de partida.
Los perros duros
no bailan es una novela especial, dotada de la fuerza que caracteriza la
obra de Arturo Pérez-Reverte, pero que conserva un rasgo excepcional: es una
historia de supervivencia, protagonizada y narrada por canes. “Es un policiaco
narrado por perros. Es un libro revertiano”, asegura Pilar Reyes, quien
atestigua que este libro llegó a sus manos como una joya del mejor oficio
literario de Arturo Pérez-Reverte. Y así es: este libro está hecho de la
sustancia de su obra. Está contada por alguien roto, alguien como aquellos que
Arturo Pérez-Reverte conoció en sus años de reportero de guerra y que ha
volcado en sus obras desde hace más de veinte años: héroes con fisuras que se
mueven, en esta ocasión, como un trasunto canino del mundo.
“Es una novela policiaca
canónica, porque es corta, seca. Tiene humor, tiene ironía, tiene guasa, pero
también el lado amargo y triste: las peleas de perros como escenario de
crueldad. No era mi objetivo denunciar nada, pero están presentes en el fondo
de la novela”, dice Arturo Pérez-Reverte hincando el diente en lo importante:
la naturaleza de este libro que guarda relación con un tema para él capital.
Como ya había asomado en Perros e hijos de perra (Alfaguara), aquel volumen de
textos en los que el escritor volcó su amor y admiración por los canes, en Los
perros duros no bailan, Arturo Pérez-Reverte emplea la ficción para recrear la
nobleza de unos seres de cuya lealtad muchas veces son indignos los humanos que
se dicen sus amos. “He perdido el respeto por muchos seres humanos, pero jamás
por los perros”, asegura Arturo Pérez-Reverte al dirigirse al auditorio
lleno de periodistas.
Sus lectores pueden dar fe de lo
que significan los perros para el escritor y académico de la lengua, que esta
mañana no puede evitar señalar lo que, a su juicio, es una realidad contra la
que hay que luchar: “En España el maltrato animal sale casi gratis. La ley
española es la más infame en Europa, deja indefensos a los animales”. Los
abusos y torturas que señala Arturo Pérez-Reverte quedan reflejados no sólo en Negro,
que se ve obligado a regresar a aquel infierno para rescatar a sus dos amigos, Teo
y Boris el Guapo, sino también en los otros personajes que sufren de la
violencia y la crueldad de los humanos. Perros secuestrados o abandonados a su
suerte, reclutados para luchar en una arena sucia, rodeados de hombres
dispuestos a pagar su muerte o cobrar la de su oponente.
A lo largo de los diez capítulos
que narran las pesquisas de Negro para conseguir a sus camaradas, Arturo
Pérez-Reverte despliega una galería de razas caninas. A cada una de ellas
atribuye un rasgo en el que resuena una alegoría humana: desde el dogo noble y
leal o el galgo español cazador, hasta versiones llenas de humor como los dóbermans
neonazis, los perros narcotraficantes o un teckel majara que disfruta
zurrándolos. Una maravillosa logia de secundarios en los que Pérez-Reverte
despliega la más refinada técnica e imaginación y que dotan la lectura de
belleza y genialidad, además de una buena dosis de humor e incorrección
política. Y ése es otro tema que surge entre las preguntas de los periodistas.
Con cintura de peso welter, el
escritor esquiva los anzuelos con los que la prensa pretende pescar un titular
de actualidad. Está fino, está rápido y no deja pasar ni una. Ni Cataluña, ni
migrantes, ni ostias. El hueso duro de roer está bien sujeto en sus mandíbulas:
esta novela. Eso no le impide a Pérez-Reverte señalar asuntos que tocan
directamente temas como el buenismo y sus aquelarres, entre otras cuestiones
que guardan relación con esta obra, llena de humor e incorrección política.
Asumir la voz de un perro permitía a Pérez-Reverte escribir con más libertad
sobre temas que hoy, por los linchamientos morales que surgen en redes, son más
complejos de abordar. Aunque eso a Pérez-Reverte le trae sin cuidado, y lo dice
abiertamente esta mañana. No deja de preocuparle al escritor, eso sí, efecto
que esa caza de brujas 2.0 que pueda tener en los periodistas. “Peor que la
crisis económica ha sido la autocensura en los medios por la corrección
política”, ha dicho.
Otro tema surge en la batería de
preguntas de esta mañana: la naturaleza humana de Los perros duros no bailan.
Si los hombres y mujeres que cobran vida en los libros de Arturo Pérez-Reverte
están rotos, cómo no iban a estarlo sus perros. Los héroes revertianos tienen
cicatrices: Lucas Corso, Diego
Alatriste o la Teresa
Mendoza de La reina del sur. Todos se han hecho en el combate, ocurra éste
en el siglo XVI, el XX o en un descampado donde los humanos apuestan dinero
mientras dos sabuesos se despedazan a dentelladas. “Es una novela muy
revertiana, cualquier lector mío reconocerá en ella los rasgos y el tipo de
personajes que se suelen mover en mis novelas”, dice el escritor. “Yo ya no puedo
escribir de otro tipo de personajes, cada quien es rehén de su propia vida. Me
interesa el héroe cansado, tipo Alatriste. Me interesa los personajes que
tienen una historia y a quienes la vida les ha dejado marcas”.
Con la edad, asegura
Pérez-Reverte, la vida ha ido quitándole las palabras con mayúsculas. Sólo le
quedan dos: la lealtad y dignidad, las únicas que los perros aún poseen y
encarnan. “Con Negro quise simbolizar la lealtad y el coraje, el valor y la
dignidad. Enfrentarte y pelear, aún sabiendo que no vas a ganar. Estoy muy
orgulloso de este personaje, de Negro. Me gusta ese perro. Me hubiese gustado
que fuera mío”. Lleva razón Arturo Pérez-Reverte: todos los perros de esta
historia —incluso los cobardes—, son luchadores. Se redimen en su atávica
naturaleza. El instinto como espacio de libertad. Es la llamada de lo salvaje.
Esa genética cuya fuerza estos personajes no consiguen apaciguar ni adormecer y
que convive con la más elemental y hermosa nobleza.
Porque ésta es también, una
novela de lucha, que recuerda que “hay que estar continuamente ganándose la
libertad”, explica el escritor. Los perros duros no bailan es una novela de
supervivencia, dotada de humor, crueldad y ternura, atributos acaso enfrentados
que el escritor reúne gracias a la musculatura del oficio literario que exprime
hasta la última gota. Esta novela bebe del espíritu de El coloquio de los
perros de Cervantes, pero también de Jerry de las islas, de Jack London y el
Rudyard Kipling de El libro de selva, títulos y autores que Pérez-Reverte leyó
desde muy joven y que, con el paso de los años, dejaron en él la impronta de
escribir una novela policiaca protagonizada por sabuesos. Admite también el
escritor haber hecho un guiño a Norman Mailer y a su novela Los tipos duros no
bailan. “Porque mis perros son así, son duros. No bailan. Este personaje es muy
mío. Es muy Pintor de batallas. Su mirada nunca podrá ser inocente y simpática
porque ha visto cosas que no ha querido ver”. Escrita en apenas un mes, durante
el mes de agosto del verano pasado, Los perros duros no bailan surgió con la
naturalidad de las historias que se escriben desde hace años en la mente. Un
libro que confirma que Arturo Pérez-Reverte está en su mejor momento. En
perfecto estado de gracia.
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