domingo, 29 de abril de 2018

Y YO MÁS

Álvaro de Marichalar, el hermano del famoso consorte, demandó en una ocasión a un conocido escritor -no recuerdo si era Pérez-Reverte o quizá Javier Marías-, por haber aireado una "conversación privada" en el vagón de un tren. Dicha conversación, por cierto a grito pelado, fue escuchada por todos lo que compartían el habitáculo con el maleducado susodicho. Supongo que esta majadería no llegaría a nada. Yo, que ni soy famoso ni escritor, tuve que aguantar una de esas conversaciones sentado en el avión que me traía a casa desde Gran Canaria. Mi compañera hablaba por el móvil hasta el último segundo posible, o sea cuando le dijo la azafata: señorita, ¿podría apagar el teléfono?, conversación de la que todos participábamos al 50%, pues afortunadamente a su interlocutor no; supongo que sería su novio porque a) era muy joven, b) se despidió con un y después con múltiples . Aquello, que era para vomitar por el pasteleo almibarado, concluyó después de que ella, o él, se cansaran del , gracias a dios y al "modo avión".
Antes de aterrizar, cuando el piloto anunciaba lo de los cinturones, ella decidió que era el momento de volver a encender el móvil y de enviar a su novio, supongo de nuevo, un mensaje nervioso y muy rápido, entiendo para que él supiera que estábamos a punto de aterrizar y así prepararse en la zona de llegadas. Estos viajes cortos dan para mucho, no cabe duda.

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