«Mi padre murió orgulloso por haber salvado a miles de
judíos de los nazis»
Eva Benatar y los descendientes de Ángel Sanz Briz, el
«Ángel de Budapest», analizan la figura del diplomático español que evitó que
5.200 personas fueran asesinadas en Auschwitz.
Manuel P. Villatoro. 27/04/2018 12:01h
http://www.abc.es/cultura/abci-padre-murio-orgulloso-haber-salvado-miles-judios-nazis-201804271148_noticia.html
Aunque no recuerda aquel momento, a Eva Leitman Bohrer
Benatar (que se presenta como Eva Benatar porque es mucho más
sencillo de pronunciar para los españoles) su madre le contó que nació en un
sótano de la Hungría dominada por Adolf Hitler allá por junio de
1944. Para ser más concretos, mientras decenas de bombas aliadas caían sobre
sus cabezas. «Nací en un sótano y no puedo quitarme ni seis meses de edad,
porque entonces mi historia no cuadraría», bromea en declaracioens a ABC.
Tanto ella como su madre eran parte de la comunidad judía
que los nazis perseguían hasta la muerte en aquel país. El mismo que, apenas
unos meses antes, era una de las perlas más bellas de Europa. Todo apuntaba a
que acabaría, como más de 400.000 de sus paisanos, en la pasarela de Auschwitz. Sin embargo, logró salvarse
gracias a un diplomático español, Ángel Sanz Briz. El mismo hombre que,
con pericia y argucias, evitó que fueran enviadas a la cámara de gas más de
5.000 personas y que, según desvela a ABC su hijo, Juan Carlos, terminó
sus días feliz: «Mi padre murió orgulloso por haber salvado a miles de judíos
de los nazis».
La historia de Benatar, que ella misma narra a este diario
antes de participar en un acto sobre Sanz Briz organizado en el marco
de la Exposición Auschwitz de Madrid, fue una de
las tantas que hoy pueden narrarse gracias a que un hombre puso en riesgo su
vida.
«Ángel llegó a Budapest cuando todavía era un lugar
tranquilo. Pero en el año 1944 todo cambió», explica a este diario Ángeles
Sanz Briz, hija también del diplomático zaragozano. No le falta razón. Y es
que, fue entonces cuando los nazis invadieron el país y ascendieron al gobierno
sus simpatizantes húngaros: el partido de la «Cruz Flechada». «A partir de
entonces comenzó la deportación y aniquilación sistemática de los judíos. Mi
padre, que vivía allí, no pudo soportar esa situación», desvela la
descendiente.
Desesperado, el bautizado a la postre como «Ángel de Budapest» (entonces miembro de la
legación española en Hungría) logró que el gobierno local le entregase unos
pocos pasaportes individuales para salvar a los escasos judíos sefarditas (descendientes de
españoles) que hubiera en el país. Para ello, se basó en un decreto de 1924 en el que Miguel Primo de Rivera establecía la
posibilidad de recuperar la nacionalidad a los miembros de este colectivo si
así lo deseaban. Una norma que, según desvela Javier Santamarta en «Siempre tuvimos héroes» (Edaf) había
expirado el 31 de diciembre de 1930. «Les engañó, y mi padre jamás mentía, pero
el horror que vio le cambió», añade Juan Carlos.
Estos pasaportes (300 en total, según se desveló el
miércoles en el acto) fueron entregados por el diplomático no solo a sefardíes,
sino a cualquiera que demostrara una mínima conexión con España. «Además, Ángel
Sanz Briz “declinó” estos documentos y emitió más como si fueran una serie (200-A,
200-B...) para salvar todavía más personas», destaca Benatar.
Ella conoce bien el caso, pues su madre logró uno de esos
visados. «Estaba escondida sin saber qué hacer. Como todavía funcionaba el
correo, y recibía cartas de mi abuela (que había emigrado a Madrid poco antes)
se fue con un sello español a la embajada para demostrar que estaba relacionada
con el país», completa la superviviente. El «Ángel de Budapest» aceptó aquello
y les concedió uno de sus preciados tesoros. «Estuvimos varias semanas en
uno de los pisos que él tenía alquilados para los refugiados hasta que pudimos
huir», completa.
Como ella, otras 5.200 personas lograron escapar a la muerte
y a la infamia nazi gracias a San Briz.
Todo indicaba que este zaragozano se convertiría en un héroe
tras arribar de nuevo a España. Pero nada más lejos de la realidad. Fue
olvidado totalmente. Al menos, hasta que el gobierno quiso acercarse a la
comunidad judía en años posteriores. «En un momento dado Franco necesitó argumentos para
mejorar las relaciones con Israel, y pidió a mi padre que dijera que había
actuado en nombre del jefe del estado, cosa que no era verdad. Y él,
anteponiendo los intereses del país a los suyos particulares y cumpliendo su
deber como funcionario, así lo hizo», desvela Juan Carlos.
Con todo, su gesta le valió finalmente ser reconocido a
nivel internacional en 1966, cuando recibió el título de Justo entre las
Naciones. A nivel profesional tampoco le fue mal. «Después estuvo en Suiza,
en San Francisco como observador de la Sociedad de Naciones, y
se convirtió en el primer embajador de España en la China comunista de Mao.
Murió como diplomático de la Santa Sede», finaliza su hija.
Perdonar sí, olvidar, jamás
Por otra parte, y cuando faltan apenas unas jornadas para la
conmemoración del día en que Adolf Hitler se suicidó en el
«Führerbunker» para no sufrir una muerte horrenda a manos de los soviéticos, la
pregunta a Benatar es obligada:
-¿Puede alguien cuya familia fue asesinado por los nazis
perdonar?
«Es una pregunta difícil. Cuando veo alemanes de cierta
edad, siempre me cuestiono si habrán colaborado o no, porque la colaboración de
la sociedad con los nazis sí fue generalizada. Lo que puedo decir es que no se
ha hecho lo suficiente después de la guerra para depurar y castigar a los
culpables. La mayoría de los funcionarios de base colaboraron, y nadie los
castigó. Únicamente se juzgó a los jerarcas más destacados». Y es que, según arguye, es muy difícil que nadie se
enterarse lo que estaba sucediendo en los campos de concentración: «A partir
del año 1942, el que quería saber lo que sucede lo sabía». En este sentido, también da un tirón de orejas a americanos
y británicos. «Los mismos aliados tenían conocimiento de lo que estaba pasando
en los campos de concentración y sabían que, en Hungría, Eichmann estaba
deportando y asesinado a los judíos al final de la guerra, cuando ya estaba
todo perdido para ellos. ¿Hubiera sido tan difícil destruir las vías de tren
que llevaban a los prisioneros hasta los campos para salvar a 430.000 personas?
No lo creo, pero había muchos intereses antes como liberar el país antes que
los rusos», finaliza.
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