De Madrid al cielo y con un
agujero para verla desde arriba, como dice un amigo (madrileño, por supuesto).
Ahora Irlanda, sí, nuestro segundo viaje a estas tierras empieza, cada uno por
su lado pues el grupo se encontrará en el aeropuerto de Belfast; pero empecemos
desde el principio.
Comienza esta etapa en un taxi al
aeropuerto de Madrid y embarque hacia mi destino sin mayor problema. El vuelo,
en una de esas compañía low cost hace honor a su nombre -el glamour que
viajar tuvo antes ha desaparecido completamente-, debe hacer escala en Londres,
sólo 1:10h, por lo que se hace imprescindible que no se demore la salida,
despegando con 15 minutos de retraso. Llegamos a Heathrow y debemos sobrevolar
un rato el aeropuerto, por tráfico aéreo nos dicen, hasta que finalmente
logramos aterrizar. Como la Ley de Murphy se cumple tanto como las de
Newton, estoy sentado casi en la cola del avión por lo que tardo una eternidad
en poder salir, pero lo logro. Raudo me acerco hacia una de las pantallas para
saber la puerta de embarque, supuestamente en la misma terminal, hacia Belfast,
ignorando si debería cruzar seguridad de nuevo, o sea hacer la cola para
mostrar mi pasaporte, como así fue. Terminal 5 ambos vuelos, yo feliz, pero no
caía en las dimensiones de este aeropuerto y de sus terminales. Tren hacia la
zona de salidas, control de seguridad y ¡cómo no!, mi puerta de embarque la
penúltima, adonde llegué con la lengua fuera y con el tiempo justo para
comprarme un sándwich de salmón y embarcar; nervioso pero con la barriga llena,
no había perdido el vuelo y estaba feliz.
Vuelo corto, en un tris
aterrizamos en Belfast, con la intención ahora de esperar al resto del grupo, Bea, Juan y Pablo. Aunque viajar aún me resulta un placer y lo he hecho muchas
veces sin compañía, no hay duda de que compartir los buenos momentos es un
placer doble, así que presentía que el viaje iba a resultar estupendo.
Había llegado a tierras de
Irlanda del Norte a las 9 de la noche y me esperaba una larga noche pues el vuelo
al que esperaba no aterrizaría hasta la una de la mañana, hora prevista de
llegada. Así pues, pido una Coca-Cola Light, un café de refuerzo y me diento en
el bar a esperar en una terminal realmente pequeña, sin oficina alguna abierta
salvo un rent a car. Después de dar buena cuenta de las bebidas me
acerco a una de las pantallas (creo que realmente era la única que había) para
saber la hora exacta de la llegada del vuelo de Jet2.com de Gran
Canaria. Nada, el último vuelo aparecía a las 22:00h. Extrañado me volví a
sentar, ingenuo, pensando que igual no habían actualizado los datos hasta que,
con la mosca detrás de la oreja me levanté para comprobar que no había
aparecido ningún vuelo después de aquella hora. Ya estaba claro, algo pasaba,
por lo que busqué información que nadie podía darme porque nadie había, hasta
que me dirijo a la pequeña oficina de alquiler de coches preguntando por el
vuelo de madrugada procedente de Gran Canaria. La señora, que me debió notar
preocupado, sólo tuvo que responderme wrong airport, you must go to Belfast
International Airport!, añadiendo además you must go quicly, no taxis
after 10pm, and its price is 32 pounds. Descubro así la realidad, en
Belfast hay dos aeropuertos y yo había llegado al local, de manera que voy al
cajero, me agencio 40£ y corro hacia la parada de taxi unos minutos antes de la
10, encontrándome una pequeña cola de pasajeros pero donde no hubo problemas
para que el taxista, durante una media hora, me llevara hasta el aeropuerto
internacional. Allí arribo y me encamino hacia la zona de llegadas
encontrándome una puerta que me cierra el paso con un STAFF ONLY. Vuelvo a
preguntar y me dicen que debo esperar en el hall principal, que únicamente hay
un camino de salida y que es donde nos encontramos. Así que, botella de agua en
mano, me siento en una silla medianamente cómoda y me dispongo nuevamente a
esperar, en esta ocasión previendo el asegurado final feliz.
La terminal, prácticamente vacía,
perfectamente podría rodarse una película con chawsaw incluida si no
fuera por la exagerada iluminación que hay en este recinto tan reducido. Cuento cinco personas en la terminal, vaya una tropa. Para hacer tiempo y evitar la irremisible descarga de mi
móvil, se me ocurre enchufarlo con el flamante nuevo adaptador comprado en
Londres ya que el mío se me había olvidado en casa. Cablerío, móvil y adaptador
en ristre para descubrir que había comprado uno par USA, no para Irlanda ni
Reino Unido, de manera que me quedé con la batería muriendo a la espera,
pantalla oscura, wi-fi y bluetooth desconectado, sonido OFF, todo era poco para
ahorrar, ¿qué otra cosa podía hacer? Suena una machacona y persistente
musiquita por la megafonía del aeropuerto, el borracho y yo mantenemos nuestras
posiciones esperando cualquier vuelo que anime el asunto como la araña a la
mosca.
¿Quién ha dicho que las
vacaciones son para descansar? ¡Vaya un estrés! Descansar descansar se descansa
poco, pero desconectar, ¡ya lo creo! Estaba en modo desconexión total, ojo avizor sí,
pero qué lejos quedaban las islas y lo que allí debía acontecer.
El vuelo de Gran Canaria,
anunciado como Las Palmas, llegó con cierto adelanto con gran felicidad por mi
parte. Allí seguía yo en aquella silla de madera en el aeropuerto más solitario
del mundo, después de 17 autodefinidos, un litro de agua más la coca-cola light
y el café en el aeropuerto equivocado, más despierto que una moto, con mi móvil
anunciando su muerte, la horrible música de fondo y una sonrisa escrita en mi
boca. Un whatsaap me confirma la llegada del vuelo y la espera del equipaje
para, unos diez minutos después, la Comunidad de Belfast se hallaba finalmente
reunida. Desde allí, de nuevo en un taxi, nos dirigíamos al apartamento
alquilado en el edificio más alto de la ciudad, de manera que sólo tuvimos que
darle al taxista el nombre del building, nombre que por supuesto, con mi
proverbial falta de memoria, he olvidado. El taxi, aparentemente más veloz que
el anterior, nos deja a las puertas del edificio para encontrarnos allí con un
nutrido grupo de policías uniformados, policías de paisano, coches con sirenas,
dos furgonetas Crimenstoppers y
una ambulancia. Un recibimiento de película, no cabía duda alguna. No supimos
nada hasta que el casero, que debía entregarnos las llaves, nos explicó lo
ocurrido. Uno de los policías, muy amable, nos pidió, sin más explicaciones,
que esperásemos unos diez minutos para entrar en el edificio, eso sí, en la
acera de enfrente. Los diez minutos, que se convirtieron en una hora larga, los
pasamos a la intemperie, congelados e intrigados. Supimos que se había cometido
un robo y que la policía estaba revisando el edificio para descartar que los
ladrones siguieran dentro. Instalados ya en el apartamento del edificio más
seguro de Belfast nos dispusimos a comer algo rápido y meternos en la cama.
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