La diva que visitó los abismos
P. Unamuno. 6 de septiembre de 2017
La suma de una musicalidad exquisita, un talento vocal y
actoral fuera de lo común, la amplitud de registro y el dominio soberbio de la
técnica canora no alcanzan a explicar la fascinación que ejerció María
Callas tanto en vida como después de su muerte, ocurrida el 16 de
septiembre de 1977. Para entonces, 'La divina' llevaba una década larga sin
actuar en una ópera escenificada y su voz había perdido aquel lustre
prodigioso, pero en contrapartida se había convertido en icono de moda y de la
comunidad gay, presencia habitual y azote de la alta sociedad (por su verbo
inclemente) y mercadería de la prensa rosa debido a su idilio con Aristóteles
Onassis.
Warner Classic, propietaria actual del catálogo histórico de
EMI, ha aprovechado el tirón que la gran soprano estadounidense de origen
griego sigue teniendo entre los aficionados a la ópera para lanzar,
coincidiendo con la efeméride de los 40 años de su fallecimiento, un
estuche que contiene 42 discos con gran parte de sus mejores interpretaciones
en vivo por todo el mundo, que Callas recorrió de manera frenética sobre
todo en la década de 1950. Esta colección, cuyas unidades se venderán también
por separado, representa el complemento de otra del mismo sello discográfico
con sus grabaciones en estudio: Callas Remastered.
La caja de Maria Callas Live reúne 20 óperas
completas, entre ellas 12 que nunca grabó en estudio, y cinco recitales en
formato Blu-ray que incluyen dos escenificaciones diferentes del Acto II
de Tosca, la ópera de Puccini que la diva cantó de manera inolvidable y
cuyo registro fonográfico de 1953 en La Scala de Milán, junto a su inseparable
Giuseppe di Stefano, es un hito de la historia de la música grabada.
A pesar de las deficiencias del audio de algunos de estos
registros, así los de Nabucco, Armida, 'La Vestale o Alceste,
Warner los ha incluido en el cofre en atención a que suponen la única
oportunidad de escuchar a Callas cantando roles nunca grabados en estudio. De
las 12 óperas registradas únicamente en vivo, tres son de Verdi, dos de Donizetti
y de Gluck y una de Rossini, Spontini y Giordano.
Entre las ocho restantes encontramos interpretaciones
históricas como la Aida de Verdi en Ciudad de México en la que la
soprano introdujo un mi bemol al final de la Escena triunfal, hito que al
parecer sólo había logrado un siglo antes la cantante mexicana Ángela
Peralta; La Traviata de 1958 en Lisboa, dirigida por Franco Ghione y
junto a Alfredo Kraus; su única encarnación de Gilda, la hija del bufón
Rigoletto, y la Norma de Bellini en Londres. También su Lucia di
Lamermoor con Karajan en la Städtische Oper Berlin; la Medea de Cherubini y La
sonnambula de Bellini bajo la dirección de Leonard Bernstein en La Scala y
la emocionante Toscade Puccini en el Covent Garden londinense en 1964.
La década prodigiosa de la 'prima donna assoluta' había dado
comienzo con el sonoro éxito que obtuvo en 1947 en Verona cantando uno de sus
papeles predilectos, el de Norma en la ópera de Bellini del mismo nombre, a lo
que siguió la apertura de par en par de las puertas de La Scala cuatro años más
tarde. A lo largo de la década de los 50 actuó y triunfó en el Royal Opera
House de Londres, el Metropolitan de Nueva York, la Ópera de París y la Ópera
Estatal de Viena, entre otros muchos de los mejores teatros del mundo.
A juicio de Alfredo Kraus, no exageraba Franco Zeffirelli al
afirmar que, como la de la humanidad, la historia de la ópera contaba con dos
eras principales: a. C. y d. C., esto es, antes y después de Callas, tal
era la influencia de "su estilo vocal inimitable y su portentosa capacidad
interpretativa" en la evolución del arte operístico.
Callas tuvo por entonces en Bilbao una de sus noches más
decepcionantes. Corrían ya los tiempos de su alocado romance con Onassis, y la
habitual beligerancia de la cantante con la prensa de todos los países que
visitaba dio lugar en este caso al siguiente titular de un diario local:
"María Callas ha dicho que no se molestará en volver. España no te echará
de menos".
Antes de sus atronadores triunfos, la diva sufrió a
conciencia para imponer su valía y obtener el reconocimiento que creía merecer.
Los primeros reveses, los que más duelen, los recibió en su propia casa, donde
una madre que sólo tenía ojos para su hermana se dedicaba a estimular
"prácticamente en exclusiva" las dotes musicales de la pequeña María,
descuidando todo lo demás. "Sólo me sentía amada cuando cantaba",
escribió la Callas en su autobiografía.
En los 40 y también cuando ya se hallaba en el pináculo de
su fama, Callas debió escuchar críticas feroces a su arte. En Italia le dijeron
que "tal vez tendría que ir a tomar nuevas lecciones". En la Grecia
de sus padres la acusaron de colaboracionista por cantar ante las tropas de
ocupación alemanas; la futura diva no entendía por qué se cebaban con ella si,
por las mismas fechas, en la Francia también tomada por los nazis, Sartre y
Camus seguían escribiendo y publicando y Picasso recibía a Ernst Jünger, a
la sazón integrante del ejército alemán.
De vuelta en Nueva York, la gran soprano se encuentra con
que le ofrecen contratos para representar roles destacados, como Madama
Butterfly, pero con condiciones de principiante en los contratos. Ella se niega
a pasar por el aro, arriesgándose a morir de hambre, "moralmente"
hablando al menos, indica en sus memorias. "Fue tal el desánimo que se
apoderó de mí, que me preguntaba si en verdad yo no sería sino una más del
montón...".
A fuerza de no doblegarse, la diva supo esperar a que la
fortuna cambiara. Y lo hizo a lo grande, sólo que no por demasiado tiempo.
Cansada de su matrimonio con el industrial Giovanni Battista Meneghini, 30 años
mayor que ella, en 1959 conoció al armador griego Aristóteles Onassis, a
la sombra de quien brotaron de nuevo todas las debilidades de 'La divina'.
Parece ser que el magnate, tras los esfuerzos obligados de
la seducción, trataba a María como una más de sus muchas posesiones. Ella,
enamorada hasta el tuétano, no veía el modo de convencer a Onassis de contraer
matrimonio y seguramente vio el cielo abierto cuando le anunció que estaba
embarazada de dos meses, a lo que él repuso brutalmente: "Si lo que
querías era atarme con ese bastardo [el bebé], puedes olvidarte".
María no sólo abortó al día siguiente, sino que se
operó para evitar tener descendencia. Su coraje aguantó hasta el día que supo
que su enamorado sí estaba dispuesto a casarse con otra, Jackie Kennedy,
tras lo cual se atrincheró tras montañas de ansiolíticos y antidepresivos. Aun
así, reunió fuerzas para una gira triunfal a finales de los 60.
El cataclismo llegó con el fallecimiento de quien más la
había herido, Onassis, en 1975. María apareció muerta menos de dos años después
en el piso parisino en que se había recluido. Paro cardiaco. Quienes la
conocían dijeron que más bien "se dejó morir de tristeza". Como
Norma, tal vez eligió dejarse ir antes que dañar al hombre al que seguía amando
a pesar de haberla despechado.
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