El pasado 14 de septiembre, jueves, estaba invitado a la
oficiosa inauguración del “La Laguna Gran Hotel”, justo mi último día de
trabajo, la víspera del comienzo de mis vacaciones que, además, coincidía con
los fuegos del Cristo, todo un acontecimiento en Tenerife. Me decidí, había que
tirar la casa por la ventana, comenzaban mis vacaciones y aunque durmiera poco
la ocasión lo merecía. En la moto, preveía un tráfico imposible en La Laguna,
me planté en el hotel a la hora fijada y no salí de allí hasta la mitad de los
fuegos, más o menos a la 1 de la mañana, algo tarde ya para dejar lista la
casa, el equipaje, dormir algo y esperar en la esquina de mi casa a que me
recogiera el taxi a las 5:30am, tal y como así ocurrió. Facturé sin problema, un
café y a Madrid.
Me gusta Madrid, me siento bien en esta ciudad; será porque hablamos el mismo idioma -cosa que siempre se agradece-, porque hay árboles por todos lados, porque sus museos son magníficos, sus paseos y parques preciosos, sus cafeterías estupendas. Me gusta Madrid, es una ciudad para caminarla, para disfrutar de su arquitectura, para disfrutar de su cosmopolitismo. Mis primeras vacaciones del año comienzan aquí, en Madrid, en casa de un amigo ¡vaya un lujo! que me presta porque él y su familia están en el extranjero. Situada en pleno centro, conserva todo el sabor de los pisos de mediados del pasado siglo pero con todas las comodidades de hoy: dos balcones a la calle, doble vidrio (siempre olvido lo ruidosas que son las grandes ciudades), persianas de librillo, techos altos, escaleras de madera... Conexión a Internet, vitrocerámica, microondas, ducha con regulador de temperatura. A mi amigo le debo una grande, sin duda.
El taxi del aeropuerto me deja en la dirección dada, dejo las cosas en casa sin deshacer el equipaje y salgo a la calle sin ducharme siquiera, al fin y al cabo no hace más de tres horas que salí de Tenerife como una rosa. Un par de vueltas para hacerme con la zona -soy muy malo en eso de la orientación-, algo frugal para comer y metro hasta casa de mi hermana para disfrutar con ellos de la tarde y la cena. Su casa, en un barrio residencial con una enorme cantidad de vegetación, está llena de familias jóvenes y de niños; pasamos la tarde en el parque, hablando, disfrutando de la alegría infantil. Luego la cena, muy rica, más conversación y yo que me caía de sueño, ya no soy el que era. Regreso a casa, ducha y a la cama. Primer día genial: Tenerife, Madrid centro y Vallecas, un día completo.
Estuve un buen rato apabullado por tanta belleza -o lo amas o lo odias- hasta que, empapado de Goya, me dispuse a volver a casa caminando por la Avda. Valladolid, pasando por la Estación del Norte para terminar subiendo por la Calle de Segovia hasta terminar el paseo. Ese día ya había cumplido mis objetivos, estaba cansado y me quedé en casa leyendo después de una ducha y un sándwich pasable. Para el viaje había escogido una lectura que se me antojaba entretenida, tal y como así ha sido: La casa del nazi", novela de detective ambientada en Galicia y escrita por Xavier Quiroga. La verdad es que no le dediqué mucho tiempo a la lectura porque llegaba tan cansado que sólo me apetecía tirarme en la cama a dormir y recuperar fuerzas. Así, poco a poco, se iba terminando la primera parte de mis vacaciones, madrileñas, para pasar a las irlandesas.
El taxi del aeropuerto me deja en la dirección dada, dejo las cosas en casa sin deshacer el equipaje y salgo a la calle sin ducharme siquiera, al fin y al cabo no hace más de tres horas que salí de Tenerife como una rosa. Un par de vueltas para hacerme con la zona -soy muy malo en eso de la orientación-, algo frugal para comer y metro hasta casa de mi hermana para disfrutar con ellos de la tarde y la cena. Su casa, en un barrio residencial con una enorme cantidad de vegetación, está llena de familias jóvenes y de niños; pasamos la tarde en el parque, hablando, disfrutando de la alegría infantil. Luego la cena, muy rica, más conversación y yo que me caía de sueño, ya no soy el que era. Regreso a casa, ducha y a la cama. Primer día genial: Tenerife, Madrid centro y Vallecas, un día completo.
¿Planes para el sábado? Ah, sí, Goya. No conocía la ermita de San Antonio de la Florida, aunque la había estudiado no estuve nunca antes, por lo que esta vez la visita se hacía imprescindible. Con el plano y el móvil y callejeo hasta el Teatro y el Palacio Real, punto de partida de mi excursión, y así de camino echar un ojo a la programación operística. Un café sentado frente a los Jardines de Sabatini para echar un vistazo al recorrido ¿Paseo del pintor Rosales o Avenida de Valladolid? Optaré por la primera opción para volver por la otra, buena idea.
Camino sin prisas por el Paseo del pintor Rosales hasta llegar al teleférico de la Casa de Campo, atajando por la preciosa rosaleda del Parque del Oeste y cruzando las vías del tren sobre un puente metálico que tuvo días mejores, llego a las ermitas gemelas, una cerrada y otra abierta, precisamente la que era de mi interés, aquella donde disfrutar los maravillosos frescos de Goya. En la iglesia, con algunos turistas como yo, no se permitía hacer fotos, de manera que he de echar mano de la fototeca de Google. Inteligentemente se había colocado, en ángulos escogidos, unos espejos con cierta inclinación que permitía disfrutar de los frescos en el techo sin necesidad de acabar con complejo de garrote vil.
¿Qué hace uno en Madrid un domingo por la mañana? Fácil respuesta: ir al Rastro, a tiro de piedra de mi casa. A tope de gente, como era de esperar, bajé y subí sin prisa alguna disfrutando de los puestos, de algunos más que de otros, parándome sobre todo en las calles con pintores, libreros y anticuarios. No compré ¿quién necesita ya más cosas?, pero disfruté observando cosas interesantes entra tantas y tantas. Terminado el Rastro acometía lo último que tenía apuntado en mi lista de imprescindibles, esta vez el Museo Thyssen, mi favorito. Paseo del Prado cerrado al tráfico, ambiente estupendo, donde uno se reconcilia irremisiblemente con la ciudad; árboles, sombra y bancos para sentarse y relajarse. Un rato para comprobar el whatsaap y ver el periódico, más de lo mismo, referendum en Barcelona y humor español, que no falte.
Volviendo a lo comentado de los árboles, me viene a la cabeza la campaña de la baronesa Thyssen para evitar que Moneo talara parte del Paseo, con encadenamiento a uno de ellos incluido. Un arquitecto que se precie, para estar a la altura, debería tener como premisa número uno que los árboles son intocables, pase lo que pase; lo demás es siempre prescindible, los árboles no. Que aprendan de Carmen Thyssen en Santa Cruz de Tenerife, donde la calle Méndez Núñez se ha quedado sin parte de su arboleda como resultado de la enésima obra de urbanización. Hoy, precisamente, aparqué por allí y se ha convertido en un tramo inhóspito para caminar. Afortunadamente siempre nos quedará Madrid.
Del Museo Thyssen ¿qué puedo decir? El Prado es el Prado y no hay más que hablar, pero el Thyssen... Qué maravilla la colección que esta familia ha adquirido a lo largo de su vida, tanto la antigua como la contemporánea. Estos días pude coincidir con la exposición "Renacimiento Veneciano", verdaderas joyas. Lástima no tener más tiempo para dedicarlo al museo y sentarme frente a mis cuadros preferidos como la protagonista de Vértigo, pero es lo que tiene organizar un viaje a contrarreloj. Nunca podremos agradecerle lo suficiente a los mecenas que hayan preferido España para exponer su colección de arte. Madrid, una ciudad, para empezar, con el Prado y el Thyssen, ¿alguien da más?
Pues sí, de lo previsto casi todo, por no decir todo. Goya, Venecia, pintura moderna y mi sobrina de 2 años recién cumplidos, suficiente para justificar el viaje a Madrid. Por la tarde me reuní en mi casa con mi hermana y su familia y, al despedirme, di por terminada la primera parte de mi viaje, pues por la mañana tendría que coger un vuelo a Londres y desde allí a Belfast.
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