Tuve una compañera de trabajo, funcionaria, que no tenía habilidad social alguna, con la que era casi imposible mantener una conversación sin que se pusiera a la defensiva y que, cuando se ponía nerviosa, gritaba como una loca. Mi compañera era, simplemente, incapaz de trabajar en grupo, no servía para ese trabajo. Pero, claro, había aprobado una oposición y esa era la llave para entrar en la cueva, no había discusión posible.
He discutido muchas veces sobre la bondad de las oposiciones tal y como se entienden en España; da igual tu asertividad, tu capacidad de trabajo, tu empatía, que seas resolutivo, que busques soluciones, que seas efectivo, que seas bueno en tu trabajo. Lo importante es, primero, que apruebes un examen, o sea, que puedas estudiar y aprobar. ¿Realmente es esta la mejor solución? Por mi experiencia diría que no, pero es sólo una opinión.
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Por qué las oposiciones son un mal sistema de selección de
funcionarios
España sigue confiando en un método sin validar
científicamente para escoger a sus servidores públicos de alto nivel.
Silvia opositaba a juez. La primera vez que fue al examen
estaba, como todos, “muy nerviosa”. Otra aspirante, que dormía en un hotel al
lado de la sede del Tribunal Supremo, se vistió el día de su examen con su
blusa y pantalones de pinza para ir a examinarse. A punto de entrar en la sala,
se dio cuenta de que iba con las zapatillas de estar por casa, que eran rosa
fucsia y de cuadritos. Así hizo el examen. Silvia recuerda sobre todo cómo
impone la sala enorme. Allí están los siete miembros del Tribunal en su tribuna
y su terciopelo, muy solemne. Empezó a cantar y duró 7 minutos, cuenta Silvia. “Empiezo a
decir ‘esto está muy mal, esto está muy mal’ y me quedo callada, les miro y veo
que me ignoran, que están mirando el código”. Uno de ellos sí le miraba y con
la cabeza le animaba a que siguiera. Pero Silvia estalló: “En tal ataque de
nervios me puse de pie y dije ¡solicito permiso para retirarme!’ Pedí permiso
para retirarme como si fuera a despegar del aeropuerto de Barajas”. Salió tan
corriendo que la tuvieron que ir a buscar para devolverle el DNI.
El blancazo de Silvia es normal. Una opositora a Letrado de
Cortes estudió 5 años, fue al examen, saludó al Tribunal y se fue: “Soy un
perfil que no me permito fallar en algo, me importa mucho lo que la gente piense
de mí. Prefiero no someterme a la prueba a equivocarme”, dice ahora, años
después.
El gobierno ha anunciado que convocará 250.000 plazas de
empleo público, la mayor partida de los últimos años. La
mayoría será para interinos, mientras que algunos altos cargos como jueces y
fiscales tendrán las mismas 100 plazas de los últimos años.
Para la selección, el gobierno seguirá confiando en el método de siempre: las
oposiciones.
Algunos funcionarios valoran las oposiciones como única
manera de seleccionar este tipo de personal. Pero la verdad es que apenas se ha comprobado su eficacia:
“Validar científicamente no forma parte de la cultura administrativa no
universitaria, como no lo forma, tampoco, medir en temas de recursos humanos”,
dice Mikel Gorriti, jefe de Recursos Humanos del Gobierno del País Vasco.
Gorriti es de los pocos que ha intentado poner remedio a la falta de
comprobación: “En el Gobierno del País Vasco, por ejemplo, sí se han hecho
esfuerzos por validar procesos selectivos y se ha publicado una guía",
dice.
Las oposiciones son hoy un sistema viejo, aleatorio e
ineficaz. España escoge a miles de personas que llevarán el peso de su
administración pública con métodos que nunca han sido comprobados. El sacrificio
como demostración y la tradición —siempre se ha hecho así— son sus valores más
aparentes. Estos son sus problemas principales.
1. No son un sistema científico. Las oposiciones se apoyan
en un supuesto: los candidatos que obtienen las mejores puntuaciones serán los
mejores en su puesto. Pero nadie lo ha comprobado: “En España es rara
(prácticamente inexistente) la administración que puede aportar los datos de
validez y eficacia de las oposiciones”, dice Jesús Salgado, catedrático de
Psicología del Trabajo de la Universidad de Santiago de Compostela.
Hay sistemas mejores para seleccionar personal. Según un
trabajo de Salgado, el mejor predictor del desempeño laboral es la inteligencia
medida con test psicométricos. Su validez predictiva es de 0,65 sobre un máximo
de 1. Las oposiciones podrían asemejarse a los “test de conocimientos del
puesto”, cuya validez predictiva está en torno a 0,45, pero probablemente son
peores: “Su validez es escasa por la poca relación entre las preguntas de los
exámenes y el trabajo a realizar”, dice Gabriel Táuriz, consultor de recursos
humanos de Arestora.
Otra ventaja de los test psicométricos es el bajo coste para
los opositores: pueden entrenar unas semanas, pero después es inútil seguir
porque sus resultados apenas van a mejorar.
Los instrumentos científicos que podrían ayudar a afinar la
selección son variados, según Salgado: “Además de los test de conocimientos, se
han utilizado entrevistas conductuales estructuradas (particularmente valiosa),
test cognitivos, inventarios de personalidad, test de integridad, simulaciones,
role-play, test de liderazgo, cuestionarios de orientación al servicio de
usuario, test de juicio situacional o test de conocimientos tácitos“.
2. Son un gasto enorme e improductivo de esfuerzo. Los
opositores pasan años preparando una oposición. Dedican una media de 5 años a
resolver un examen que les aportará muy poco si fracasan. En ese tiempo ni se
forman eficazmente ni trabajan: solo se examinan. Renuncian a ganar un salario,
cotizar y acumular experiencia. Mientras se encierran otros avanzan. El gasto
para muchos es vano: el 37% de los opositores a la carrera judicial abandona
antes del quinto intento y otro 47% sigue probando 5 años después.
El encierro en casa de miles de jóvenes
durante algunos de los mejores años de sus vidas también trae consecuencias:
“Lo peor es el momento pijama: levantarte, ducharte, volver a ponerte el pijama
y a tu cuarto con tus libros”, dice la aspirante a Letrado de Cortes. El pijama
es solo un problema: “Tienes 26 años y vas con la paguita de los papis. Mis
amigos ya trabajaban y a todo decía que no. Te abandonas, no te compras ropa.
Te vuelves rarito. Tienes que decirte que eres un desgraciadito pero cuando
apruebas ves que ha valido la pena”, dice un inspector de Trabajo.
Este derroche de energía lo pagan los opositores, pero
también la sociedad: esas personas serían más útiles haciendo otra cosa. El
sistema podría ayudar y hacer la selección antes. Es más fácil reconducir una
vocación a los 24 —con una frustración de un año– que a los 29 y tras 6 de
encierro.
Francia tiene un sistema de grandes escuelas donde se limita
el acceso: “Quien estudia ahí está muy valorado en el mercado de trabajo. La
gente que no se lo saca tiene otras salidas. No se trata de estar 2 o 3 años,
sino que como mucho es 1 año y en un proceso donde se valora másla capacidad de
reflexión”, dice Pablo Ibáñez-Colomo, profesor de la London School of Economics
y del Colegio de Europa.
Algunos funcionarios defienden que el esfuerzo les permite
luego manejarse mejor. “Si alimentas el cerebro con leyes y leyes, la capacidad
de análisis jurídico crece porque somos capaces de reflexionar sobre ellas”,
dice el fiscal Álvaro García Ortiz, presidente de la Unión Progresista de
Fiscales. Es una ventaja un tanto etérea, más cuando las leyes cambian sin
cesar. El mismo García Ortiz lo sufrió: “Yo soy opositor del año 95 y me
cambiaron el Código Penal de arriba abajo”.
3. Son aleatorias: influye el turno, el día o los
aplazamientos. Tras años de estudio, es injusto e irracional que el éxito
dependa de situaciones aleatorias o desiguales para los candidatos. Pero así
es. Según los cálculos de Manuel Bagüés, profesor de la Aalto University
(Finlandia), la probabilidad de ganar una plaza aumenta un 55% si el opositor
obtiene uno de los primeros números en el orden de presentación: al avanzar el
día los tribunales se vuelven quisquillosos. También es peor examinarte un
lunes o sufrir aplazamientos. Cada día que a un opositor a Notarías lo convocan
y no lo examinan, sus opciones se reducen un 5%.
En todos los procesos de selección influyen cosas ajenas y
la suerte. Pero las oposiciones son un caso límite por lo que está en juego:
años de esfuerzo y un puesto de por vida.
4. Son una oportunidad solo para quien puede estar 5 años
sin obligaciones. La oposición es un riesgo: supone invertir años en un éxito
improbable. No es una apuesta cautelosa, como quien estudia por las tardes
mientras trabaja por la mañana. Es toda la vida dedicada a un objetivo. ¿Quién
puede hacerlo? En mayor medida gente con más renta y colchón familiar: no
tienes trabajo pero pagas al preparador.
El dinero es una ventaja material. Pero no es la única que
ofrece el origen de un opositor: ¿quién sabe a los 17 años que ser inspector de
Trabajo, TECO (Técnico Comercial) y abogado del Estado son salidas
profesionales posibles? Quien lo ha visto en casa. En parte por eso hay tantos
notarios y registradores que son hijos de notarios y registradores.
Los lazos familiares también predicen más aprobados. La probabilidad
de éxito de los candidatos con un apellido similar al de miembros del Cuerpo
del Estado al que aspiraban es un 100% superior a lo normal, según los datos de
Bagües. En el caso de diplomáticos y abogados del Estado, la ventaja sube al
200%. Los motivos pueden ser legítimos: si tienes un familiar dentro, te habrá
orientado mejor, y es más probable que estudiases en la universidad idónea y
tengas al mejor preparador. Hasta puede que hayas heredado disciplina e
inteligencia. Pero hay motivos de inquietud: la ventaja de los familiares
potenciales desaparecieron en las pruebas escritas y anónimas de algunas
oposiciones.
5. Excluyen a determinados perfiles. Las personas que
aspiran a una oposición tienen un perfil típico por renta, edad y origen.
También comparten rasgos psicológicos. Silvia es un nombre ficticio porque no
quiere usar el real. Como el resto de funcionarios u opositores, que ha
preferido no salir citado. La timidez es un rasgo habitual en opositores: “Son
conservadores en la toma de decisiones, menos ambiciosos, con menor necesidad
de actividad y variedad, más introvertidos. Hay estudios que apuntan en esta
línea”, dice Táuriz.
La conservación de la tradición va en los genes del
opositor: “No sé si somos una carrera conservadora por nuestro origen, pero es
evidente que un chaval de 22 años que en vez de irse a recorrer el mundo decide
dedicar parte de su juventud a un premio posterior que le dure toda la vida,
ves visualmente qué tipo de persona es”, dice el fiscal García Ortiz. Por ese
mismo motivo, los incentivos que tienen los altos funcionarios para cambiar su
método de selección son escasos: “Qué valores transmite ser juez o fiscal: ¿que
vas a cambiar la sociedad? Para nada. Transmites seriedad, trabajo, aplicación
de la ley, mantenimiento de un estado de orden”, añade García Ortiz.
Gracias a la plaza fija, los altos funcionarios saltan a
menudo a la política: “Casi por defecto creas una administración pública
entregada al continuismo”, dice Jesús Fernandez-Villaverde, profesor de la
Universidad de Pensilvania. El modo estricto de selección impide la frescura de
otros perfiles que podrían atreverse con otros modelos: “Si hemos aprendido
algo de la gestión de empresa de los últimos 30 años es que necesitas a gente
muy diversa”, añade Fernández-Villaverde.
6. Hay mejoras posibles, también en España. El MIR de los médicos podría ser un sistema
alternativo. Al sistema suelen reconocerle dos ventajas: la práctica
profesional y que sea progresivo.
El MIR arranca con un examen de conocimientos excelente, que
Salgado cree que podría ser un modelo para las oposiciones. Pero la prueba de
conocimientos no es suficiente: “Un médico también necesita aprender y
demostrar que sabe tratar a los pacientes, que sabe ser miembro de un equipo y
colaborar con otros, que sabe gestionar los recursos, que es capaz de
actualizarse y que lo hará, que es capaz de resistir y soportar el estrés”,
dice. Los funcionarios necesitan en el fondo aptitudes similares: “Ahora tienes
un cuerpo de jueces y fiscales que sabes que es gente dispuesta a trabajar
varias horas al día a tope de concentración durante un montón de tiempo”, dice
el fiscal García Ortiz. “¿Son también mejores operadores jurídicos? Eso ya no
lo sabes”.
La otra virtud del MIR es que es escalonado: el examen no es
definitivo sino un escalón más. Antes de la prueba los estudiantes de medicina
ya han sido seleccionados: saben desde adolescentes que necesitarán buenas notas
si quieren entrar en la Facultad de Medicina. También estudian 6 años de
carrera conscientes de que al final habrá una prueba donde el mejor podrá
escoger. “En España estamos acostumbrados a que sea difícil entrar en Medicina,
pero cuando se trata de ciencias sociales esa exigencia no existe”, dice
Ibáñez-Colomo.
En otros países el acceso y en general las carreras en la
administración son más flexibles y están profesionalizadas. Es así en Reino
Unido y también en los países nórdicos, que son líderes en los rankings de buen
gobierno. El argumento más repetido en España para justificar plazas en
propiedad desde el principio es que así se protege al funcionario de los
vaivenes y la presión política. “Ejemplos como el del Reino Unido y de Suecia
muestran que esto no es así —dice Ibáñez-Colomo. Además, el sistema español no
ha impedido que se cree personal laboral dependiente de los vaivenes y la
presión política”.
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