http://blogs.publico.es/davidtorres/2013/09/18/sangre-de-toros/
Entre espachurrar a lo tonto
toneladas de tomates, subir a críos a lomos de una montaña humana por si se
despanzurran, arrojar bombonas de butano para ver quién llega más lejos, y matar
toros a lanzazos se van pasando las fiestas de pueblo españolas, que son
españolas, sí, pero sobre todo de pueblo. Gila se inventó un pueblo bruto donde
gastaban bromas como volarle la cabeza al maestro con un barreno o decirle al
Eulogio que subiera a tender la ropa a un cable de alta tensión. “Cuando bajó”
decía Gila “parecía la ceniza de un puro”. “Que no sople nadie hasta que llegue
el juez”. “Me habéis matado al hijo pero lo que me he reído”. Entre las
competiciones de los festejos populares descollaban trepar por una cucaña para
coger un jamón a punta de navaja y partir un peñasco a cabezazos, que algunos se
lanzaban sin tomar carrerilla y otros además sin boina.
Tordesillas es el pueblo de
Gila pero sin puta gracia. Un día al año, un montón de neandertales a caballo se
dedica a perseguir, martirizar y apuñalar hasta la muerte a un pobre animal para
pasmo y regocijo de otro montón de neandertales. He dicho neandertales aunque
debería disculparme con tan noble especie, ya que los neandertales eran
cazadores auténticos, no una piara de cobardes jugadores de ventaja. Más que con
la tauromaquia, la gracia de este acto de barbarie tiene que ver con ese
instinto psicópata inoculado en lo más profundo del cromosoma español, el mismo
que lleva a un cazador a ahorcar a un galgo por no saber perseguir liebres o a
un grupo de chavales a quemar vivo a un perro sólo por pasar el rato. Esa es la
razón principal de la fiesta del Toro de la Vega: pasar un buen rato, divertirse
a costa del sufrimiento de un mamífero superior, un ser vivo dotado de cerebro,
espina dorsal y sistema límbico.
Dotación del sistema nervioso
que quizá no podamos asegurar no sólo de los participantes y espectadores de la
matanza, sino del propio alcalde socialista, una lumbrera que unos días atrás
aseguró que el toro no sufría. Esta alarmante falta de empatía basta por sí sola
para explicar cómo es que hay tanto hijoputa suelto por el mundo, tanto violador
de niños, tanto asesino sin un dedo de frente. En la literatura criminal es un
dato conocido que la inmensa mayoría de los homicidas psicópatas empiezan su
carrera torturando pequeñas criaturas –gorriones, perros, gatos– para pasar
después a las ligas mayores: jovencitas, ancianas, niños. La fiesta del Toro de
la Vega es un terrorífico festival de la psicopatía.
La guinda en esta plasta de
sangre la puso, cómo no, Mariló Montero, filósofa de plasma modelo mariano, que
explicó que el placer indefinible (esa humedad en las bragas ante el sufrimiento
y muerte de un animal) proviene de un rito ancestral que se pierde en la noche
de los siglos. Ya puestos a salvar costumbres ancestrales, digo yo que podríamos
resucitar la antigua tradición de arrojar cristianos a la arena de una plaza,
por ejemplo, unos cuantos mozos de Tordesillas en igualdad de condiciones ante
un toro
bravo. Fijo que se cagaban pantalones abajo y que en el pueblo se iban a
divertir mucho. También es una suerte para Mariló que se haya perdido esa
milenaria tradición de tratar a las mujeres como ganado y recluirlas en la
cocina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario