lunes, 12 de noviembre de 2012

MAR Y CIELO

Pocas cosas relajan más que contemplar el mar o el cielo. Observar cómo el agua se acerca a la orilla, sube, se retira dejando líneas de espuma sobre la arena húmeda o sobre las piedras, o mirar el vaivén del agua desde la popa de un barco, produce una gran sensación de bienestar y sosiego. Con el cielo pasa algo parecido, pues mirar el avance lento de las nubes u observarlas estáticas desde la ventanilla de un avión mientras las sobrevuela, llega a dejarnos la mente en blanco, sin preocupaciones.
Tengo dos recuerdos respecto a estos casos, uno durante el viaje en barco de Tenerife a Cádiz, otro en medio de una tormenta volando desde Nairobi a Londres.
Cuando terminamos BUB mi clase organizó un viaje fin de curso para conocer Andalucía. Ignoro la razón, pero en vez de volar optamos por desplazarnos desde el Puerto de Santa Cruz de Tenerife hasta Cádiz en alguno de aquellos barcos de Trasmediterránea que eran leeentos y se movían como diablos, más si coincidía la travesía con una tormenta, como fue el caso. El hecho es que el viaje de ida lo pasamos prácticamente en el camarote porque aquello parecía una cáscara de nuez; la vuelta fue mucho más placentera. Recuerdo estar asomado en la popa del barco observando la curvatura del horizonte y pensar en lo fácil que resultaba entender así que la Tierra es redonda y lo complicado que lo tuvo el pobre Copérnico para abrirle los ojos a sus coetáneos, cegados por la trasnochada y dichosa religión... Después de esa vez no he vuelto a viajar a Cádiz en barco.
Unos años después, terminado mi primer viaje a Kenya, volaba desde Nairobi hacia Londres, al atardecer, y desde la ventanilla se divisaba un extensísimo mar de nubes con una tormenta a lo lejos y, entre ellas, sobresalía el Kilimanjaro. Impresionante visión. A Kenya si volví pero nunca pude repetir las vistas del volcán desde el aire.

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