Leer en un bar por las mañanas supone un doble ejercicio, o triple, pues uno tiene que intentar concentrarse en la lectura mientras el televisor grita alguna absurda e irrelevante noticia futbolera, el señor de al lado pide un café con whisky o ron y en la dichosa maquinita tragaperras suena incesante La Cucaracha. Aún así uno, aprendiz de adalid de la cultura mañanera, se centra en las frases, una detrás de otra, deja el fútbol atrás, piensa que la cucaracha ya sí puede caminar y se fue con la música a otra parte y, de reojo, observa cómo el vecino cafetero, después de meterse su café con whisky -¿o sería al revés?-, entre pecho y espalda, se aleja balbuceando algo entre dientes, quizá calculando mentalmente cuándo tendría tiempo de volver al bar a tomarse el segundo "café".
Arthur Schnitzler escribió “Relato soñado” para que yo lo leyese en el bar sorteando obstáculos cada mañana, y poco a poco lo voy logrando. Hoy, sumergido en una conversación un tanto surrealista entre los personajes, con nombres tan sugerentes como Fridolin y Albertine, suena “Sin documentos” de Los Rodriguez en la radio; menos mal que el televisor está ya apagado y la música no tenía que luchar con las noticias deportivas para hacerse oír. Así pues, mientras Fridolin le decía no-se-qué a Albertine y Los Rodríguez pedían atravesar el viento sin documentos, me vino a la memoria un viaje en coche entre Nairobi y Mombasa, entre baobabs, entre recodos interminables de la vieja carretera keniata. Uno se hace viejo y se nota, a estas edades casi cada cosa tiene la virtud de evocar un hecho, una imagen, un recuerdo... En aquel viaje el único pasajero español era yo y mis compañeros, italianos todos, amenizaban el trayecto con música de Zucchero. Sí, estaba bien, era algo exótico, pero llegó el momento de un cambio. Todavía se usaba el cassette y, al terminar una de esas cintas del susodicho, raudo aproveché para alargar el brazo y, como si tal cosa, introduje una cinta de música variada española que no duró mucho, esta es la verdad, pues se trabó, o no les gustó o qué se yo. El caso es que sí dio tiempo para escuchar “Sin documentos”, que en aquellos días me trasladaba allende los mares por obra y gracia del cine argentino y que ahora me hace recordar aquel coche atestado de italianos con un españolito emocionado en su primer viaje a Mombasa.
Fue aquél un fin de semana que recordaré siempre.
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